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Severus observó a los elfos pelar y picar las verduras de manera diligente. No era de gran ayuda en la cocina, pero se sentía sofocado al seguir encerrado en la habitación. El señor Potter regresaría dentro de lo que él creía sería una hora para almorzar, y quería asegurarse de que todo estuviera listo. Aunque sabía que no tenía que preocuparse por eso. Goofy siempre se encargaba de que todo saliera perfecto.

La chimenea le alertó de una nueva visita. Se puso de pie y, saliendo de la cocina, cruzó el enorme salón comedor para dirigirse al recibidor de la mansión. Hizo una mueca al ver una cabellera rubia.

—Severus —saludó Lucius, quien no parecía muy contento—. Me he enterado de lo que ha sucedido.

El joven de cabello negro frunció el ceño, sus ojos fijos en su padrino, quien le devolvió la mirada con una intensidad que no le gustó, especialmente al notar la alegría en esos ojos grises.—Sí —fue todo lo que atinó a decir.

—Lo recuerdo bien —continuó Lucius—. Peleaste conmigo y dejaste de hablarme por un imbécil que al final te engañó, irónicamente con tu mejor amiga. —El rubio mayor se burló acercándose a su ahijado—. Bastante mal, ¿eh?

Los labios de Severus temblaron al escucharlo.—Padrino, yo...

—Estoy molesto, Severus, pero no puedo evitar alegrarme por tu buena suerte. Ya no tendrás que mezclar tu sangre con la de ese mestizo, Harry Potter. Tú necesitas un sangre pura, y eso vas a conseguir.

Los ojos negros de Severus se humedecieron al escucharlo. Miró al suelo bajo él, buscando las palabras adecuadas. Sabía las verdaderas intenciones de su padrino tras esas palabras.—Han pasado solo unos días desde eso —dijo finalmente.

—Tres días en los que ni siquiera te dignaste a decírmelo. Puedo entender tu vergüenza, Severus. Eres mi responsabilidad. La verdad llegó a mí, y aunque esperé que me lo dijeras por tu propia boca, fui bastante ingenuo al pensar que realmente lo harías.

—¿Y qué querías que te dijera? ¿Lo que ya sabes? —El joven no pudo evitar alzar la voz—. Parece que disfrutas bastante de mi sufrimiento, padrino.

Lucius soltó una pequeña carcajada y estiró el brazo, agarrando el rostro de su ahijado con fuerza. Severus soltó un gemido de dolor por el apretón.—Cuidado con cómo me hablas —siseó el Malfoy—. Ahora ve y busca tus cosas —le ordenó, soltándolo.

Severus se tocó el rostro; el dolor en una de sus mejillas era incómodo.—No voy a ir contigo a ninguna parte.

—¿Disculpa? —La sonrisa en el rostro de Malfoy casi desapareció.

—Voy a quedarme aquí, en la mansión. No iré a ninguna parte.

Lucius frunció el ceño, acercándose aún más al joven, quien dio un ligero brinco por el susto.—¿Nuevamente me desobedeces, Severus? ¿Piensas quedarte en este lugar tú solo?

—No estoy solo —le recordó Severus—. Los elfos están aquí conmigo.

Lucius soltó una fuerte carcajada al escucharlo. Negó con la cabeza, como si las palabras de su ahijado fueran un chiste.—Los elfos son criaturas inferiores, destinadas únicamente a servir. ¿Piensas quedarte aquí con ellos? Parece que juntarte con los Gryffindor te ha hecho perder la inteligencia.

—Soy mayor, padrino. No tienes que cuidarme, sé cuidarme solo.

—¡¿Solo?! —Malfoy finalmente gritó, sobresaltando al joven frente a él—. ¿Solo? Eso mismo me dijiste hace más de un año, Severus. Me desobedeciste cuando te prohibí casarte con Harry Potter. Lo pusiste por encima de tu familia, y ese canalla te pagó de la peor manera, engañándote con la ramera de Weasley.

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