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Había comenzado a llover torrencialmente casi dos horas después de llegar a la cabaña. Tras tomar café y conversar sobre trivialidades, la noche cayó por completo. La lluvia golpeaba con fuerza el tejado, generando una extraña sensación de calma. Severus estaba envuelto en una manta, estaba sentado en uno de los sillones, mientras que James observaba las llamas que chisporroteaban en la pequeña chimenea, la única fuente de calor en la sala.

—¿Ya se va? —preguntó Severus con voz suave, casi adormilada. A pesar del frío que hacía afuera, el calor de la chimenea creaba un ambiente acogedor.

James hizo una mueca al escuchar la pregunta. —Supongo que ya es hora —dijo, aunque su tono no era convincente. Guardó silencio un momento antes de volverse hacia Severus—. Podría irme ahora mismo, aparecerme o usar la chimenea, pero... —miró de reojo las llamas—, no tengo muchas ganas de volver.

Un elfo doméstico apareció ante ellos, interrumpiendo la conversación.

—La cena está lista, amo —informó a Severus, antes de dirigir su mirada a James—. ¿Se quedará a cenar?

James arqueó una ceja, sorprendido por el tono del elfo, que parecía más altanero de lo normal. Quizá la edad lo volvía cascarrabias. —¿Puedo? —preguntó a Severus, con una sonrisa ligera.

Severus frunció el ceño, algo confuso. —¿Eh? Sí... —respondió confundido—. ¿Por qué me lo pregunta? La cabaña es suya... tuya —se corrigió rápidamente.

James soltó una pequeña risita y se acercó a Severus, haciéndolo levantarse del sillón con suavidad. —Pero ahora tú eres el ocupante. No quiero abusar de tu hospitalidad, Severus. Si en algún momento te molesto, dímelo, ¿vale?

Severus sonrió ligeramente. —Creo que yo debería decir lo mismo. No quiero ser una carga para usted o crearle problemas con su familia, Señor Po... James.

James lo miró fijamente, tomando su mano.—No eres una carga, Severus —lo reprendió con suavidad—. No vuelvas a decir eso, ¿de acuerdo?

Severus asintió y siguieron al elfo, quien había preparado una cena sencilla: pescado y papas fritas.

James se sentó en la pequeña mesa para dos. El elfo sirvió los platos y desapareció, dejándolos solos de nuevo.

—Hace mucho que no como esto —comentó James con una sonrisa.

—¿En serio? Es una de mis comidas favoritas —dijo Severus—. Mi madre siempre la preparaba cuando se lo pedía —añadió con un toque nostálgico.

James sonrió mientras comían. Un trueno resonó de repente, sobresaltando a Severus, lo que provocó una carcajada de James.

—¡No te rías, maldita sea! —chilló Severus, ruborizándose. No quería ser grosero, pero el estruendoso sonido lo había tomado por sorpresa.

—Lo siento —dijo James, controlando la risa—. Nunca te había visto tan asustado.

Severus, aún más avergonzado, se excusó. —Solo me sorprendió.

James tomó un sorbo de limonada, mientras la lluvia se intensificaba. —Este sonido me da mucho sueño —comentó—. Espero que Lily no esté en casa...

Severus lo observó en silencio. El señor Potter parecía realmente no querer regresar. Tras unos segundos de pensarlo, decidió proponer algo, después de todo, el Señor Potter desde siempre había sido amable con él—¿Por qué no se queda? Yo podría dormir en uno de los sillones, son bastante cómodos.

James sonrió ante la idea, pero frunció el ceño. —Yo dormiré en el sillón, Severus.

—Pero... —comenzó Severus, protestando—. Tú eres el dueño de este lugar. Sería más lógico que yo durmiera en otro lado.

InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora