El tiroteo estaba en su apogeo cuando uno de los atacantes se acercó a mí con una intensidad salvaje. En su mano, empuñaba una pistola con un aire amenazante, pero no estaba dispuesto a dejar que eso me detuviera. La confrontación era inevitable. Con un rápido movimiento, logré desarmarlo y le quité el arma de las manos. El atacante, frustrado y furioso, me empujó con fuerza, y ambos caímos al suelo.
El suelo estaba cubierto de escombros y la luz parpadeante del techo solo añadía a la confusión. Me levanté con dificultad, tratando de recuperar mi compostura. El atacante, desesperado por volver a la ofensiva, buscó algo más que pudiera usar como arma. Sus ojos se posaron en un pedazo de vidrio roto que yacía cerca de nosotros. Lo tomó con una mano temblorosa, pero decidida.
Con un grito de furia, intentó asestar un corte en mi abdomen con el vidrio. La amenaza era real y el peligro inmediato. Sin pensarlo, agarré el vidrio con mi mano, sintiendo el filo afilado cortar mi piel en un doloroso pero necesario sacrificio. La sangre empezó a brotar de mi mano, escurriéndose sobre el vidrio y cayendo directamente al piso. El dolor era intenso, pero la adrenalina me mantenía en movimiento.
Aprovechando la confusión, empujé al atacante con fuerza, haciéndolo caer al suelo nuevamente. Mi puño impactó su rostro una y otra vez con una furia descontrolada. Cada golpe era una liberación de la tensión acumulada, una forma de expresar mi necesidad de acabar con la amenaza que él representaba.
El atacante se encontraba en una posición vulnerable y debilitada, pero mi energía no parecía agotarse. Golpeé una y otra vez, con una rabia que parecía no tener fin. Finalmente, mientras estaba en medio de mi ataque, escuché la voz de mi tío Luca llamándome desde el otro lado de la sala.
—¡Gian, ya basta! —gritó, su voz llena de preocupación y urgencia.
Con un último golpe contundente, dejé de atacar y me aparté, respirando con dificultad. Mi tío Luca y algunos otros miembros de la familia comenzaron a acercarse, observando la escena con una mezcla de alivio y preocupación.
—Vamos, ya fue suficiente —dijo mi tío Matteo, con una voz cargada de una firmeza que no dejaba lugar a dudas.
La situación en la mansión era caótica. Mientras nos recuperábamos del tiroteo y empezábamos a evaluar los daños, un sonido penetrante rompió el bullicio: el disparo de una pistola. Me giré rápidamente y vi a Angelo, con una expresión de frialdad en el rostro, apuntando su arma directamente a mi abuelo. El tiro resonó en la sala, y sin dejar tiempo para reaccionar, vi a mi abuelo caer al suelo, gravemente herido.
El corazón me latía con fuerza mientras corría hacia él, el miedo y la desesperación apoderándose de cada pensamiento. La sala estaba llena de gritos y sollozos mientras la familia se precipitaba hacia el abuelo, tratando de atenderlo. La situación se volvió aún más desesperada cuando el tiempo parecía detenerse, y cada segundo contaba para salvar su vida.
<<No, no. Por favor, abuelo no nos hagas esto.>>
—¡Necesitamos una ambulancia! —grité, tratando de mantener la calma mientras llamaba a los servicios de emergencia. Pero la situación era tan crítica que no podía esperar.
Uno de mis tíos, con su rostro pálido y la preocupación en sus ojos, corrió hacia el garaje para traer una camioneta.
Cuando la camioneta finalmente llegó, la situación se volvió aún más frenética. Sin pensarlo dos veces, me dirigí al vehículo, empujé al conductor fuera del asiento del volante y me coloqué al mando del vehículo.
Mis tíos ayudaron a mi abuelo a subir a la camioneta. Con el motor rugiendo y el corazón en la garganta, aceleré sin importarme las reglas de tráfico. La noche había caído completamente y las luces de la camioneta proyectaban sombras inquietantes mientras zigzagueábamos a través de las calles de Milán.
La camioneta se lanzó a través de la ciudad a una velocidad peligrosa. Cada semáforo en rojo se convertía en una barrera que derribaba sin vacilar, y los cláxones de los otros conductores se perdían en el rugido del motor. La angustia y la adrenalina llenaban el aire, y todo lo que podía pensar era en llevar a mi abuelo al hospital lo más rápido posible.
Cada curva y cada frenazo se sentían como un desafío mientras luchaba por mantener el control del volante. El dolor de mis heridas y la desesperación por salvar a mi abuelo se entrelazaban en una mezcla de emociones intensas. Finalmente, llegamos al hospital, donde un equipo de médicos estaba esperando para recibir a mi abuelo.
Con la camioneta frenando bruscamente frente a la entrada de emergencias, salté del vehículo sin esperar y ayudé a mi familia a sacar a mi abuelo.
Al llegar a urgencias, los doctores y enfermeras estaban estancados, incapaces de moverse, como si el impacto de lo que estaban viendo los hubiera dejado congelados. Mi abuelo, con la herida sangrante y la expresión de agonía, estaba siendo arrastrado sin que nadie hiciera un movimiento decisivo para ayudar.
<<¿Para qué mi familia invierte tanto en este maldito hospital?>>
La desesperación me invadió. Sin pensarlo, grité con toda la fuerza que pude, mi voz estaba cargada de rabia y desesperación:—¡Necesitamos ayuda ahora! ¡Muevan el maldito trasero y traigan a alguien que sepa lo que hace!
Mi grito rompió la inercia del momento, resonando por todo el pasillo como un rugido inhumano que obligó a los presentes a reaccionar. Los enfermeros y doctores, que inicialmente estaban paralizados, comenzaron a moverse con una rapidez frenética. Camillas y equipos de emergencia aparecieron como por arte de magia, deslizándose por el suelo hacia el grupo que avanzaba.
Mientras mi abuelo estaba siendo transferido a una camilla, me negué rotundamente a apartarme de su lado. Sabía que si algo le pasaba, la familia estaría en el ojo del huracán y nadie podía hacerse cargo del negocio mejor que mi abuelo. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de que saliera con vida.
—¡Vamos, vamos! ¡No hay tiempo! —exclamé, con desesperación palpable.
—Tranquilo, lo tenemos— dijo una chica, intentando calmarme. Pero eso me molestó mucho más.
—No, no lo entiendes—respondí, acercándome a la chica de cabello marrón. Bajé mi tono de voz, pero la intensidad con la que hablaba permanecía intacta—Él es mi abuelo... ¡Tienes que salvarlo!
Me aferré a las sábanas de la camilla y los seguí hasta la entrada del quirófano. Mi abuelo es el pilar que une esta familia; familia que aunque a veces odie, es lo único que tengo y necesitaba asegurarme que el viejo sobreviva.
—Tienes que quedarte aquí— dijo la chica—El Dr. Moretti hará todo lo posible por él.
Yo no podía quedarme ahí y esperar a ver muerto a mi abuelo—No—respondí, al mismo tiempo que agarraba más fuerte la camilla—Voy con él.
Por un instante mis ojos se encontraron con los de aquella chica. Ese momento bastó para que sus ojos marrones me dieran la tranquilidad que necesitaba. Su mirada reflejaba una calma que ocasionó que yo también la sintiera.
Sin ganas de seguir estorbando, la chica tomó mis manos y las alejó para que ellos hicieran su trabajo. Al cerrarse las puertas me alejé, mi cuerpo aún cargaba la adrenalina de hace unos momentos. Me senté en una de las sillas de la sala de espera, pero no podía tranquilizarme; apoyé mis brazos en mis piernas, tenía que pensar en que todo mejoraría pero cada segundo que pasaba, mi mente se imaginaba lo peor.
Holaa!
Volví con otra actualización. Espero y no me hayan olvidado.
Cuentenme que les pareció el capítulo de hoy?
¡Nos leemos en el siguiente capítulo!
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Besos de Venganza
RomanceElla es Beatrice Russo, una joven estudiante de medicina que se mudo a Milán para perseguir sus sueños y a los asesinos de sus padres. Sin embargo, nada podría prepararla para el oscuro mundo en el que está a punto de entrar. Cuando la familia Salva...