24. Chismes

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Llegué a casa casi al amanecer. El cielo estaba pintado de un gris pálido, el sol apenas se asomaba en el horizonte. Las calles estaban vacías, como si el mundo entero se hubiera detenido durante esas horas de caos. Me detuve frente a la puerta de mi departamento, las llaves temblaban en mi mano, pero no las pude usar. Algo en mí no quería entrar. No quería enfrentar lo que acababa de pasar, ni lo que estaba por venir.

Me quedé ahí, congelada, sintiendo cómo el aire frío de la madrugada se colaba bajo mi piel. El peso de las últimas horas me aplastaba los hombros. Lorenzzo, el trato, Gian... Todo se mezclaba en mi cabeza. La culpa y la confusión se arremolinaban, cada pensamiento era más intenso que el anterior, hasta que sentí que no podía respirar.

De repente, sin pensarlo, me giré y comencé a correr. El sonido de mis pasos resonaba en la calle vacía, y pronto me di cuenta de hacia dónde me dirigía. Marco. Necesitaba hablar con él, necesitaba respuestas, o quizás solo necesitaba alguien que no me hiciera sentir atrapada. Sabía que él no me preguntaría nada, no de inmediato. Y en este momento, era lo único que podía soportar.


Subí las escaleras hasta su departamento sin detenerme, golpeando la puerta con fuerza cuando llegué, sin importar la hora o si lo estaba despertando. Solo quería verlo, alguien que no estuviera relacionado con todo este infierno. La puerta finalmente se abrió, y ahí estaba Marco, mirándome con ojos entrecerrados, desorientado, pero sin decir nada al principio.

En cuanto Marco abrió la puerta, no lo pensé dos veces. Me lancé hacia él, envolviendo mis brazos alrededor de su torso, apretándolo con fuerza. El familiar aroma de su piel me envolvió, y por un momento, todo lo demás se desvaneció. Lo único que sentía era su calor, su respiración pausada y firme. Lo necesitaba más que nunca, aunque ni siquiera pudiera explicar por qué.

Él vaciló un segundo antes de corresponder el abrazo, sus manos se posaron suavemente en mi espalda. Pude notar su confusión, sus labios se entreabrieron como si fuera a preguntarme algo, pero antes de que pudiera decir una palabra, levanté la cabeza y lo interrumpí.

—Solo quiero estar así —susurré con la voz quebrada, escondiendo el rostro en su pecho, evitando su mirada inquisitiva.

Marco exhaló suavemente, sin insistir. No preguntó nada más, no me presionó. Solo me abrazó más fuerte, permitiendo que me refugiara en ese momento de silencio y calma. Y aunque sabía que no podía esconderme de lo que había pasado, al menos por ahora, en sus brazos, sentía como si todo el caos que había en mi cabeza se detuviera, aunque fuera por sólo por un instante.


La taza de café frente a mí se había enfriado, pero no me molesté en beberla. Solo miraba el plato sin saber realmente qué hacer. Marco, en cambio, comía en silencio, pero lo notaba inquieto, como si esperara el momento adecuado para hablar.

Finalmente, dejó el tenedor a un lado y, con un gesto suave, tomó mi mano sobre la mesa. Sus dedos se entrelazaron con los míos, cálidos y firmes, dándome una sensación de seguridad que tanto necesitaba.

—No sé qué sucede, Bea—dijo con voz tranquila—Pero quiero que sepas algo. Estoy aquí por si lo necesitas.

Sus palabras eran como una promesa. Lo miré, y aunque no podía decirle nada, ni confesarle todo lo que llevaba dentro, esa simple afirmación me hizo sentir menos sola en medio de todo el caos que estaba viviendo. Bajé la mirada, agradecida, pero también culpable, por tener que esconder todo esto. Él es mi amigo, no quiero que entre en este mundo del que yo apenas estaba conociendo.

—Gracias, Marco —susurré apenas, sin soltar su mano. A pesar de todo lo que me rodeaba, había una pequeña parte de mí que encontraba consuelo en su presencia, aunque sabía que lo que venía no sería fácil.

Besos de VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora