25. Dolor

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Mientras caminaba hacia la sala de emergencias, el sonido de los monitores y las conversaciones de los médicos y enfermeras se mezclaban en un caos que, de alguna manera, debería haberme reconfortado.

Con las manos temblorosas y el corazón pesado, me obligué a mirar los expedientes, a concentrarme en los pacientes que necesitaban mi ayuda. Con cada paso que daba, trataba de empujar a Marco y nuestras palabras dolorosas hacia el fondo de mi mente.

Al final, me sumergí en el trabajo, sin saber si realmente podría olvidar lo que había pasado, o si esas palabras seguirían atormentándome en el silencio de la noche. Pero, al menos por ahora, era todo lo que podía hacer.

El aire en el hospital se sentía demasiado denso, como si el peso de todo lo que estaba ocurriendo se hubiera acumulado de golpe en mis hombros. Así que tomé un descanso y subí a la azotea.

El viento fresco golpeó mi rostro al abrir la puerta. Cerré los ojos un momento, dejándome llevar por esa brisa que parecía prometer un alivio momentáneo. Me acerqué a la barandilla y miré al horizonte, las luces de la ciudad titilaban en la distancia.

El silencio de la noche se rompió con el crujido de la puerta abriéndose detrás de mí. No tuve que girarme para saber quién era. Lo sentí en el ambiente, esa energía cargada. Gian.

Lo vi entrar brevemente, pero cuando sus ojos se encontraron con los míos, se detuvo en seco. No dijo nada. Sus ojos, oscuros y llenos de emociones contenidas, parecieron debatirse por un segundo.

Gian vaciló un instante, y luego, sin una palabra, retrocedió, dando media vuelta para irse. Lo observé desaparecer nuevamente por la puerta. No hubo ninguna confrontación, ningún intercambio de palabras, solo el peso de todo lo que quedó sin decir flotando en el aire entre nosotros.

Me quedé allí, con la brisa jugando con mi cabello, sintiendo que algo más se estaba rompiendo dentro de mí.

Las lágrimas empezaron a salir sin que pudiera controlarlas. No quería llorar, no quería sentirme así, pero todo se estaba derrumbando. Sentí un nudo en la garganta, como si todo estuviera a punto de explotar dentro de mí, pero me esforcé por contenerlo. Ya había tenido suficiente de mostrarme débil. Me limpié el rostro rápidamente, decidida a irme de la azotea antes de que alguien más me viera.

Justo cuando estaba a punto de dar un paso hacia la salida, vi a Marco aparecer. Mi corazón dio un vuelco. No quería que me viera así, no después de lo que había pasado hace un rato. Sin pensarlo, me escondí detrás de una columna, con el corazón latiéndome fuerte en el pecho.

Marco caminó nervioso hacia la barandilla, sacó su teléfono y comenzó a hablar en voz baja. Desde mi posición no podía verlo del todo bien, pero podía escucharlo con claridad.

—Te dije que lo iba a hacer, ¿ok? — su voz sonaba tensa, casi rota—Pero necesito más tiempo. Esto... esto no es tan fácil como crees.

Hubo una pausa, donde solo se escuchaba el viento. Marco respiraba de manera irregular, como si estuviera lidiando con algo que lo estaba consumiendo por dentro.

—No lastimes a nadie. Te juro que lo voy a hacer.

Otra pausa, más corta esta vez. Luego, la tensión en su voz se volvió más peligrosa, más oscura.

—Ya está decidido... él va a morir. Solo espera.

Mi cuerpo se tensó. Sentí un escalofrío recorrerme mientras procesaba lo que acababa de escuchar. Marco estaba hablando de... matar a alguien. No podía ser. ¿Quién lo estaba amenazando? ¿Y quién era esa persona a la que quería desvivir?

Besos de VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora