16. Sal conmigo

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Después de la brutal escena con el señor Salvatore, Marco se levantó del suelo, visiblemente afectado, con la mano aún presionada contra su mejilla sangrante. Sin decir una palabra, se giró y se marchó a paso rápido, dejando a todos atrás. Vi cómo se alejaba, su figura desapareciendo por el pasillo, y sentí una punzada de preocupación mezclada con culpa.

Sin perder tiempo, tomé un botiquín de primeros auxilios y empecé a recorrer el hospital, buscando a Marco. El hospital estaba en silencio, interrumpido solo por el zumbido ocasional de las luces fluorescentes y el susurro distante de conversaciones apagadas. Cada vez que giraba una esquina sin encontrarlo, la ansiedad en mi pecho crecía.

Finalmente, lo vi en una de las salas de descanso, sentado en una silla con la mirada perdida en el suelo. La luz tenue hacía que las sombras bajo sus ojos se vieran más profundas, y su expresión era un reflejo de alguien que acababa de vivir una pesadilla. Estaba completamente ensimismado, como si no pudiera procesar lo que acababa de suceder.

Me acerqué lentamente, sin querer sobresaltarlo. Cuando me vió, noté que su mirada estaba vacía, casi en shock.

—Marco... —susurré, tratando de no empeorar su estado mientras abría el botiquín—Déjame ayudarte con esa herida.

Él no respondió, simplemente cerró los ojos y asintió ligeramente, como si el dolor físico fuera lo único que lo mantenía anclado en la realidad. Me arrodillé a su lado y comencé a limpiar la sangre de su rostro con cuidado. Cada toque del algodón sobre su piel parecía devolverle un poco de vida, pero también traía consigo más de la carga emocional que llevaba.

—No deberías haberte puesto en medio —dije suavemente, aunque sabía que lo que había hecho fue un acto de valor.

Marco no respondió de inmediato. Cuando finalmente habló, su voz era apenas un susurro, cargada de cansancio y confusión.

—No podía dejar que te hicieran daño, Bea. No a ti.

Terminé de limpiar la herida de Marco en silencio, sintiendo el peso de lo que había dicho. El ambiente en la sala de descanso era denso, cargado de emociones reprimidas y tensión no resuelta. Mientras aplicaba una venda sobre su mejilla, noté que su respiración se volvía más profunda, como si estuviera tratando de calmarse.

—Gracias, Bea—murmuró finalmente, su voz quebrada pero sincera.

Lo miré a los ojos, y por un instante, pude ver el dolor y la vulnerabilidad que escondía detrás de su fachada de profesionalismo. Era evidente que la situación con la familia Salvatore lo estaba destrozando, y yo no sabía qué decir para aliviar esa carga.

—Esto no debería estar pasando, Marco —dije, rompiendo el silencio, aunque sabía que mis palabras eran tan inútiles como vacías en un entorno donde la ley y el orden eran relativos.

Marco asintió, pero sin mucha convicción. Se quedó en silencio, su mirada perdida en algún punto más allá de la sala de descanso. Parecía atrapado en sus propios pensamientos, su mente claramente en otro lugar. Finalmente, se pasó una mano temblorosa por el cabello, un gesto que denotaba su agotamiento.

—Tengo que seguir —dijo de repente, levantándose de la silla con un esfuerzo visible—No puedo quedarme aquí. Si lo hago, solo les doy más poder. No quiero ser débil.

—No eres débil, Marco. Solo eres humano —le respondí, intentando que comprendiera que lo que estaba sintiendo no lo hacía menos fuerte.

Pero él solo sacudió la cabeza, como si no pudiera aceptar lo que le decía. Antes de que pudiera decir algo más, se dirigió a la puerta, sus pasos vacilantes. Sabía que no podía detenerlo, pero ver la determinación en su rostro me preocupaba.

Besos de VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora