18. Amenaza

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Gian

Cuando Beatrice se arrojó hacia mí y me abrazó, sentí una mezcla de emociones que me golpearon con fuerza. Al principio, fue la sorpresa. No esperaba que, después de todo lo que acabábamos de pasar, ella se aferrara a mí de esa manera. Su cuerpo temblaba, no solo por el frío de la lluvia, sino también por algo más profundo, algo que podía sentir en cada sollozo que escapaba de sus labios.

Mis brazos, casi por instinto, se levantaron y la rodearon con fuerza. El contacto fue extraño al principio, pero luego algo en mí cedió. Había una calidez en ese abrazo, una vulnerabilidad que nunca había experimentado de esa manera. Su desesperación me llegó al alma, como un grito silencioso que no podía ignorar. La lluvia nos empapaba, pero en ese momento no importaba. Todo lo que podía sentir era el latido acelerado de su corazón contra mi pecho, sus manos se aferraban a mi camisa como si fuera lo único que la mantenía anclada a este mundo.

Había pasado toda mi vida sin saber cómo consolar a alguien, sin necesidad de hacerlo, siempre rodeado de fuerza y dureza. Pero en ese momento, sosteniéndola bajo la lluvia, sentí un impulso casi primitivo de protegerla, de asegurarme de que estuviera bien, de hacer desaparecer ese dolor que la había desbordado. Era una sensación nueva para mí, algo que no encajaba con el Gian que siempre había conocido.

Fue como si, por primera vez, el muro que había construido alrededor de mis emociones se agrietara, permitiéndome sentir algo más que el frío y la soledad. Sentí la necesidad de cuidar de ella, un sentimiento completamente diferente a lo que sentí aquel día en el club, y esa simple idea me tomó por sorpresa.

Durante el regreso, el coche estuvo sumido en un silencio pesado, solo interrumpido por el suave rugido del motor y el golpeteo constante de la lluvia en el parabrisas. Ninguno de los dos parecía querer romper esa quietud, perdidos en nuestros propios pensamientos. Beatrice miraba fijamente por la ventana, sus ojos fijos en la oscuridad del exterior, mientras yo intentaba concentrarme en la carretera, aún sintiendo el eco del abrazo que compartimos.

Pasaron largos minutos antes de que finalmente rompiera el silencio. Mi voz sonó más grave de lo que esperaba, cargada de una seriedad que no podía ignorar.

—Lamento hacerte pasar por esa situación—dije, sin apartar la vista de la carretera. No sabía cómo continuar, cómo poner en palabras la mezcla de culpa y responsabilidad que sentía—También fue una sorpresa para mi.

Esperé una respuesta, pero ella siguió en silencio, sus manos descansaban en su regazo. Podía ver, por el rabillo del ojo, que no se había movido, aún perdida en sus pensamientos.

El silencio volvió a apoderarse del coche, pero esta vez, aunque incómodo, se sentía diferente. Era como si ambos estuviéramos procesando lo que había ocurrido, cada uno a su manera. El peso de las emociones todavía colgaba en el aire entre nosotros, pero sabía que no era el momento de forzar nada más.

<<¿Cómo podré acercarme a ella sin parecer acosador?>>

Me detuve frente a lo que creo que es la casa de Beatrice. El silencio entre nosotros había sido espeso durante todo el camino de regreso, una especie de tregua incómoda después de la persecución. La adrenalina todavía zumbaba bajo mi piel, pero traté de mantener la calma mientras observaba a la chica de cabello marrón abrir la puerta del coche lentamente.

—Cuídate— dije, con mi voz baja, casi ronca.

Ella apenas asintió, sin mirarme, y cerró la puerta con un movimiento medido. La vi caminar hacia la entrada de su casa, su figura delgada envuelta en sombras y luces difusas bajo la lluvia. Cada paso parecía pesado, cargado de algo que no podía identificar, algo que hacía que el aire entre nosotros se sintiera denso. Mientras me quedaba ahí, viendo cómo se alejaba, una parte de mí quiso detenerla, abrazarla o decirle algo más, pero simplemente no encontré la manera.

Besos de VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora