Sueño Reconfortante

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Los sonidos suaves y rítmicos de la lluvia contra las ventanas me envolvían, sumergiéndome en una sensación de calma, pero pronto se convirtieron en algo más ominoso. A medida que los truenos retumbaban en la distancia, me encontré en mi antigua habitación de la infancia, que para mis pequeños ojos de aquel entonces parecía enorme e interminable. Tenía solo tres o cuatro años, y la tormenta allá afuera hacía que las sombras en las paredes danzaran como criaturas siniestras.

Abrazada a mi osito de peluche blanco, que se había convertido en mi mejor amigo, mi único refugio, observaba cómo los relámpagos iluminaban brevemente la habitación, haciendo que cada rincón oscuro pareciera más profundo, más lleno de secretos. Mis pies, descalzos, colgaban sobre el borde de la cama, y sentía el frío de la habitación colarse por las cobijas.

Con cada destello de los rayos, me estremecía, apretando más fuerte mi osito contra mi pecho. Imaginaba, en mi mente de niña, que la puerta del armario frente a mi cama se abría lentamente, rechinando, y de él salía una figura oscura, un monstruo. Mi corazón latía con fuerza mientras veía los vestidos de colores oscuros, colgando en el armario, meciéndose ligeramente con el viento que entraba por la ventana entreabierta. Pero para mí, en ese momento, esos vestidos no eran solo prendas; eran las garras y tentáculos de una criatura que venía a por mí.

Finalmente, no pude soportarlo más. Las lágrimas comenzaban a llenar mis ojos, y sentía el pánico trepar por mi garganta. Me deslicé fuera de la cama, mis pies tocando el suelo frío mientras corría hacia la puerta. Con mi osito bien sujeto entre mis brazos, me puse de puntillas, tratando desesperadamente de alcanzar el picaporte. Después de varios intentos torpes, logré abrirla, y corrí lo más rápido que pude por el largo pasillo hasta la habitación de mi padre.

Recuerdo lo gigantesca que me parecía esa puerta, una barrera imposible de superar. Mis pequeñas manos no llegaban al picaporte, por más que lo intentara. Estaba por soltarme en llanto cuando un guardia, que había estado de pie a un lado, se inclinó con una sonrisa cálida y abrió la puerta para mí.

—Gracias —susurré, apenas audiblemente, antes de entrar a la habitación de mi padre.

El interior de la habitación estaba cálido, iluminado por las tenues luces de las lámparas, y el sonido de la tormenta parecía menos amenazante dentro de esos muros. Caminé con pasos pequeños y apresurados hacia la gran cama donde mi padre dormía, su silueta fuerte y protectora me hacía sentir segura, incluso desde la distancia.

Me deslicé bajo las sábanas, temblando ligeramente por el miedo y el frío. Mi padre, aún medio dormido, se giró hacia mí, y con una suavidad que pocas veces mostraba en público, me rodeó con su brazo fuerte y cálido.

—¿Otra pesadilla, pequeña? —preguntó con voz ronca, pero afectuosa.

Asentí con la cabeza, sintiendo cómo mis ojos se llenaban de lágrimas otra vez. Me abracé más fuerte a mi osito mientras mi padre me acercaba más a él, sus grandes manos acariciando suavemente mi cabello en un intento de calmarme.

—Los monstruos no pueden entrar aquí, Lyriselle. Estoy aquí para protegerte —me dijo con voz firme pero cariñosa, como si con sus palabras pudiese desterrar todo el miedo de mi corazón.

Sentí cómo mi respiración se calmaba poco a poco, mientras me acurrucaba contra su pecho, escuchando el latido constante de su corazón. Esa era la única cosa que siempre lograba hacerme sentir segura: el sonido constante y reconfortante de su presencia. Cada vez que tenía una pesadilla o me asustaba por la tormenta, él estaba ahí para hacer que todo lo malo desapareciera.

—¿Ves? Ya estás a salvo —susurró, besando mi frente—. Los truenos son solo el cielo hablando, y las sombras son solo tus vestidos. Nada de lo que asusta está aquí. Solo tú y yo.

La Princesa y el Vínculo Mágico ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora