Festividades

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Estaba recostada en nuestra cama, los rayos del sol apenas iluminaban la habitación a través de las cortinas entreabiertas. El día era tranquilo, solo el susurro del viento y el canto de los pájaros rompían el silencio. Mi vientre, ligeramente abultado, se elevaba y descendía con mi respiración lenta y calmada.

Nyx estaba a mi lado, inclinado sobre mi vientre. Sentía sus labios cálidos sobre mi piel, sus besos suaves y tiernos que me hacían sonreír cada vez que rozaban el lugar donde nuestro bebé crecía.

—Hola, pequeño guerrero —dijo Nyx con una ternura que hacía que mi corazón se derritiera—. ¿Sabes que tu madre es la mujer más fuerte y maravillosa del mundo? No puedo esperar a que llegues para conocerte, te estamos esperando con todo el amor del mundo.

Su voz era tan dulce, casi susurrante, como si no quisiera que nadie más escuchara esos momentos que eran solo para nosotros tres. Con cada palabra, mi amor por él crecía más y más, y no pude evitar reír suavemente.

—Le estás malcriando ya —dije en tono de broma, mientras mis dedos se deslizaban entre su cabello oscuro y suave, acariciándolo lentamente—. Se te va a acostumbrar a que le digas cosas bonitas todo el tiempo.

Nyx levantó la mirada hacia mí, con una sonrisa que iluminaba todo su rostro.

—Es lo mínimo que se merece, siendo hijo tuyo. —Su mano se deslizó sobre mi vientre, como si quisiera asegurarse de que el bebé pudiera sentir su toque—. Quiero que desde el primer momento sepa cuánto le amamos.

Sentí una oleada de emoción recorrerme. Era un amor tan profundo, tan puro, el que sentíamos por ese pequeño ser que aún no había llegado al mundo. Mis dedos siguieron acariciando su cabello, disfrutando de ese momento tan íntimo, tan nuestro.

—Va a tener lo mejor de los dos —dije, mirándole a los ojos—. Será fuerte como tú y... bueno, tal vez algo testarudo como yo.

Nyx rió suavemente, su risa era como música en mis oídos, y volvió a inclinarse para besarme el vientre una vez más.

—Ya es perfecto, porque viene de nosotros. —Susurró sobre mi piel—. Prometo que siempre estaré aquí, para ti y para él. Pase lo que pase, nunca estarás sola.

Su promesa me llenó de una paz indescriptible, y mientras seguía acariciando su cabello, supe que todo estaría bien. Lo teníamos a él, y eso era más que suficiente para enfrentarnos a cualquier cosa.

Era Navidad, aunque en nuestra región no nevaba. Era una Navidad distinta, donde el verano reinaba en lugar del invierno. El sol brillaba con suavidad, y aunque no hacía un calor agobiante, se sentía en el aire. La luz del día iluminaba nuestra habitación, llenándola de un calor ligero y acogedor.

Estaba recostada en la cama, acariciando el cabello de Nyx mientras él seguía dándole besos tiernos a mi vientre. De repente, la puerta se abrió con suavidad, y uno de los sirvientes entró.

—Su Alteza, sus primos han llegado —anunció con una reverencia.

—Gracias —respondí con una sonrisa amable, aunque no tenía prisa por moverme de la cama. Miré a Nyx, quien me dedicó una mirada cómplice.

Suspiré y me levanté despacio, caminando hacia el espejo para peinarme. Mientras deslizaba el cepillo por mi cabello, no pude evitar que un pensamiento me rondara la mente, uno que había estado presente desde la boda.

—Nyx... —dije, mirándolo a través del reflejo en el espejo—. Me siento mal por no haber consumado el matrimonio después de la boda... todo fue tan rápido con el bebé... siento que te he fallado en eso.

Él se levantó de la cama, acercándose a mí con la misma tranquilidad y ternura que siempre mostraba. Se colocó detrás de mí, envolviéndome en sus brazos y apoyando su cabeza sobre mi hombro.

La Princesa y el Vínculo Mágico ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora