El Bosque de la Liberación.

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El sol comenzaba a elevarse sobre Nytheria, tiñendo el cielo de tonos dorados y anaranjados que filtraban a través de los altos árboles del bosque real. Me adentré en el sendero cubierto de hojas secas, mis pasos ligeros y decididos, mientras el suave murmullo de la naturaleza me envolvía. Hoy era un día especial el pequeño pájaro que había rescatado y curado, estaba listo para ser liberado.

Los guardias del palacio, que siempre me acompañan en mis paseos, mantenían una distancia respetuosa. Sabían cuánto significaba este momento para mí, y su presencia silenciosa era un recordatorio de la seguridad que me brindaban. Me detuve en un claro iluminado por el sol, rodeado de flores silvestres y hierbas fragantes, el lugar perfecto para devolver al pequeño pájaro a la libertad.

—Aquí es ideal, ¿no crees, pequeño? — murmuré, mientras abría cuidadosamente la puerta de la jaula. Con sus plumas blancas, parpadeó y extendió sus alas en un gesto de gratitud. Lo observé mientras el pájaro daba sus primeros vuelos cautelosos, luego se alzó y revoloteó en círculos antes de lanzarse hacia el cielo despejado.

—¡Qué hermoso! — exclamé, con lágrimas de felicidad en los ojos. —Adiós, pequeño amigo. ¡Que encuentres un hogar lleno de alegría!

Mientras veía cómo el ave se alejaba, un sentimiento de satisfacción y tristeza se mezclaban en mi pecho. Había pasado semanas cuidandolo, y su partida era agridulce. Regresé al palacio, dejando que el aire fresco del bosque se transformara en el suave aroma de los jardines reales.

Al llegar a mi habitación, un rincón del palacio dedicado a mis amados animales, encontré un ambiente de paz y calma. Aquí, entre cómodas camas de paja y jaulas decoradas con flores, reposaban varios animales en recuperación. Me dirigí a una pequeña jaula en particular, donde un conejito de pelaje blanco y suave descansaba. Lo saqué con delicadeza y revisé su patita.

—Vamos a ver cómo va tu patita hoy, pequeño— dije con ternura, mientras examinaba el vendaje. El conejito se estiró y me miró con sus ojos brillantes. Noté que la patita estaba casi completamente curada, lo que me hizo sonreír.

Unos pasos suaves me hicieron levantar la vista. Mi padre, Lorandor, entró en la habitación con una expresión de admiración en el rostro. Sus ojos, de un azul intenso, reflejaban el amor y la devoción que sentía por mí.

—¿Cómo va todo, Lyriselle? — preguntó con una mezcla de ternura y respeto.

—¡Oh, padre! — respondí, mi rostro iluminado por la emoción. —Estoy comprobando si el conejito está completamente curado. Creo que pronto podrá volver a correr libremente en los jardines.

Lorandor se acercó y se arrodilló a mi lado, mirando al conejito con una mezcla de afecto y admiración. —Me alegra ver que sigues tan dedicada a ayudar a los animales. Ellos son afortunados de tenerte.

Acaricié el pelaje del conejito con ternura, sintiendo el peso de las palabras de mi padre. —Es algo que me llena de felicidad, padre. Me hace sentir que estoy haciendo una diferencia, aunque sea pequeña.

Lorandor puso una mano sobre mi hombro y me miró con una sonrisa llena de amor paternal. —Lo haces muy bien, querida. Tu bondad y tu compasión son una luz en este reino. Estoy seguro de que un día, cuando te conviertas en reina, todos en Nytheria se beneficiarán de tu generosidad.

Asentí con gratitud, sintiendo la calidez de sus palabras. —Gracias, padre. Espero estar a la altura de las expectativas y seguir haciendo lo mejor que pueda por Nytheria y por los que nos rodean.

Con el conejito finalmente libre de vendajes y listo para explorar el mundo nuevamente, Lorandor y yo nos dirigimos a los jardines. Allí, el pequeño animal pronto se unió a los otros en un alegre juego. La tarde continuó en un ambiente de paz y armonía, reflejo de la bondad que trataba de llevar a cada rincón del reino.

La Princesa y el Vínculo Mágico ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora