Despedida

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Caminaba con pasos decididos por los pasillos del palacio, rumbo al despacho de mi padre. La conversación que estaba a punto de tener no era una que debía postergar más. Sentía una mezcla de nerviosismo y determinación, pero sabía que tenía que hacerlo. Cuando llegué a la puerta, no me detuve a pensar mucho antes de abrirla, dejando que la puerta de madera se deslizara suavemente hasta dejarme ver el interior.

Para mi sorpresa, no solo estaba mi padre, sino también Cassandra, sentada a su lado, hablando en susurros como siempre lo hacía cuando intentaba ganarse su favor. Contuve una mueca de molestia, y en lugar de hacer algún comentario sarcástico, respiré hondo.

—Necesito hablar contigo, padre —dije con calma, aunque mi voz llevaba un toque de frialdad—. En privado.

Cassandra levantó la vista, sus ojos brillantes de desafío. Sabía que no se iría fácilmente.

—Lo que tengas que decirle a tu padre, puedes decirlo delante de mí —respondió con ese tono irritante de falsa seguridad.

La miré, sin decir palabra, pero luego volví mi mirada hacia mi padre. Solo fue un gesto, pero suficiente para que entendiera lo que esperaba. Mi padre, incómodo, suspiró.

—Cassandra, ¿podrías dejarnos solos por un momento? No tardaremos mucho.

Cassandra parecía estar a punto de protestar, pero al ver la determinación en mis ojos y la falta de espacio para discusión, simplemente se levantó con una mueca de fastidio. Pasó a mi lado con un aire de superioridad fingida, y aunque evitó mirarme directamente, pude sentir su incomodidad. No la dejé escapar de mi atención hasta que cerró la puerta tras de sí.

Una vez que estuvimos solos, me acerqué lentamente a mi padre, sintiendo el peso de lo que estaba a punto de preguntar. Crucé los brazos frente a mí y lo miré fijamente.

—Padre —comencé, asegurándome de que mi tono fuera claro y firme—, dime, ¿soy yo la heredera del reino?

Su rostro mostró una mezcla de sorpresa y preocupación. Claramente no esperaba esa pregunta. Tras un breve silencio, asintió lentamente.

—Sí, Lyriselle. Tú eres la heredera del trono.

Solté el aire que ni siquiera me había dado cuenta que estaba conteniendo. Pero no terminé ahí. Todavía había una cuestión que necesitaba resolver, una cuestión que había estado rondando mi mente desde hacía días.

—¿Y qué pasaría —dije, mis palabras calculadas— si... hipotéticamente, yo fuera a convertirme en reina de otro reino?

El silencio que cayó en la habitación fue pesado, casi tangible.

Mi padre se quedó en silencio, su mirada buscando la mía, como si tratara de encontrar las palabras adecuadas. Luego suspiró, inclinándose ligeramente hacia adelante, sus codos apoyados en el escritorio de madera.

—Si te convirtieras en reina de otro reino —comenzó lentamente—, ya no serías la heredera de este. Hasta que yo no muera, no habrá otro heredero al trono. No tienes hermanos legítimos que puedan tomar ese lugar, así que el destino de este reino queda solo en tus manos.

Mis pensamientos se arremolinaron. Sabía que ser la heredera significaba una enorme responsabilidad, pero si aceptaba un destino diferente... ¿qué pasaría entonces? Decidí ir un paso más allá, buscando una respuesta más concreta.

—¿Y si... —hice una pausa, eligiendo bien mis palabras—, si me convirtiera en reina de este reino... y luego me casara con otro rey, padre? ¿Qué sucedería en ese caso?

Su expresión se tensó por un instante, su mirada perdida en sus pensamientos. Sabía que esta era una cuestión que no se planteaba a menudo, al menos no en nuestra historia.

La Princesa y el Vínculo Mágico ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora