Culpa

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El aire de la noche estaba impregnado de una tensión sutil, algo que no había notado hasta que me crucé con los escoltas de Lyriselle. Sus miradas inquietas y sus posturas rígidas lo decían todo antes de que siquiera pudiera preguntarles qué sucedía. Me acerqué con rapidez, mi ceño fruncido, sintiendo que algo no andaba bien.

—¿Qué pasa? —pregunté con un tono firme, exigiendo una respuesta inmediata.

Los guardias intercambiaron miradas nerviosas, titubeando antes de que uno de ellos hablara finalmente, con la voz temblorosa.

—La princesa... Lyriselle ha sido raptada.

Mi corazón se detuvo por un segundo. Un frío intenso recorrió mi cuerpo, mientras mis manos se cerraban en puños. La preocupación en sus rostros no era exagerada; era real, palpable. Sin perder tiempo, di un paso adelante.

—¿Cómo ocurrió? ¿Qué han hecho? —exigí, mi tono afilado como una espada.

El otro guardia, sudando visiblemente, me entregó un pequeño papel doblado, algo arrugado. La nota. Mi mente corría a mil por hora mientras la tomaba de sus manos, mis ojos escaneando la superficie antes de que la abriera con rapidez. Sentí un nudo en el estómago cuando comencé a leer las palabras garabateadas con una caligrafía apresurada y temblorosa, pero claramente amenazante.

"Nos llevamos a la princesa. Si quieres que regrese viva, deberás renunciar a tu corona. No hay espacio para reyes traidores. No trates de enfrentarte a nosotros o verás el cuerpo de Lyriselle en pedazos. Solo hay un camino: abandona tu trono. El tiempo se acaba."

La amenaza estaba clara, directa, como una daga clavada en mi pecho. Sentí la furia crecer en mi interior, pero más allá de la ira, estaba el miedo: el miedo a perderla.

No había tiempo que perder.

—Llévenme al rey. Ahora. —Ordené, sin esperar más.

Nos dirigimos a paso acelerado hacia el despacho del rey. Mi mente giraba en torno a lo que acababa de leer, imaginando lo peor. Mi mandíbula estaba tensa, y mis pensamientos solo se centraban en ella, en lo que podía estar sufriendo en ese momento. No lo permitiría.

Al llegar, empujé las puertas del despacho sin ceremonia, llamando la atención del rey Lorandor que levantó la mirada, sorprendido por mi brusquedad.

—¿Qué ocurre, Nyx? —preguntó con un tono que, al inicio, reflejaba preocupación moderada, pero pronto se desmoronó cuando le entregué la carta.

Sus manos temblaron ligeramente al tomar el papel, y su rostro palideció mientras lo leía. Podía ver cómo su expresión cambiaba, como si una tormenta lo atravesara. La ira, la desesperación, la culpa... Todo explotaba dentro de él, y cuando terminó de leer, el rey parecía un hombre destrozado.

—No puede ser... —murmuró en un susurro apenas audible, su voz quebrada.

Lo observé mientras intentaba procesar lo que acababa de leer. Sus ojos, por primera vez en mucho tiempo, mostraban no solo ira, sino también arrepentimiento. Era obvio que ahora comprendía lo que había ignorado, y ese peso caía sobre él como una carga imposible de soportar.

—Todo esto es mi culpa... —dijo, llevándose una mano temblorosa a la frente, su rostro lleno de remordimiento—. Lyriselle me advirtió, y no la escuché... ¡Maldita sea, no la escuché!

El rey comenzó a caminar de un lado a otro, su furia contenida escapando en ráfagas de frustración. Su respiración era errática, y sus manos se movían nerviosamente.

—¡Todo esto es por mi culpa! —repitió, casi gritando, golpeando el escritorio con el puño cerrado. Su desesperación era palpable—. Mi hija... si le pasa algo... nunca me lo perdonaré.

La Princesa y el Vínculo Mágico ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora