La rara historia de cuando Utena quedo atrapada en un bucle temporal

Azul y el amor

Sayo abrió los ojos en un paisaje oscuro, una niebla espesa cubría todo a su alrededor, pero su mente estaba más despierta que nunca, como si flotara en un extraño estado de lucidez onírica. Sentía el peso de la oscuridad a su alrededor, pero no era opresiva, sino silenciosa, expectante, como si aguardara a que ella diera el primer paso. Y lo hizo. Comenzó a caminar, sus pies resonaban suavemente en un suelo que no podía ver, adentrándose en la inmensidad de la sombra.

De pronto, frente a ella, esferas luminosas empezaron a materializarse en la penumbra. Algunas brillaban con un suave tono azul, mientras que otras vibraban en tonos morados, como si contendieran¹ secretos que solo esperaban ser desvelados.

Sayo las observó por un momento, sintiendo un tirón inexplicable hacia ellas. "Los azules son míos, los morados de Utena." La certeza de esa distinción le golpeó de manera inmediata, como si esa información siempre hubiese estado presente, solo esperando a ser descubierta. Se acercó a una de las esferas, sintiendo una mezcla de fascinación y recelo.

Al tocar la primera esfera azul, todo cambió. Fue como si su mente hubiese sido arrastrada dentro de un torbellino de recuerdos. De repente estaba allí, en el centro de su propia memoria, reviviendo momentos tan intensos y vívidos que apenas podía recordar que no los estaba viviendo de nuevo por primera vez. El aroma, las voces, el roce del viento contra su piel... todo era tan real. Pero tan pronto como terminaba el recuerdo, volvía a la oscuridad, donde las esferas seguían flotando, esperando.

Los recuerdos azules, sus propios recuerdos, eran fragmentos de su vida, pero había algo inquietante en todos ellos. Utena, bajo su forma de Magia Baiser, estaba presente en todos y cada uno, observándola con una intensidad casi sofocante. "Esos ojos... lujuriosos, burlones, hambrientos", cada mirada la hacía sentir expuesta, vulnerable. Recordaba cómo había bailado a la luz de la luna para salvar a sus amigas, o cómo fue obligada a realizar acciones humillantes, incluso golpear a sus amigas con una vara. Y, en cada uno de esos recuerdos, Utena siempre estaba ahí, con su presencia inescapable.

"Se parece tanto a Lujuria... pero al mismo tiempo, no lo es", pensó Sayo, mientras sentía la mezcla de emociones que cada recuerdo le traía. "Enojo, vergüenza, una pizca de miedo", todos sentimientos familiares, pero había algo más que no podía definir. Algo más profundo, escondido bajo las capas de lo obvio, como una corriente subterránea que, aunque no podía nombrar, sentía con fuerza. "¿Qué es esto? ¿Qué es lo que realmente siento por ella?" se preguntaba, inquieta, cada vez más consciente de que los sentimientos que tenía hacia Utena no eran tan simples como parecía.

Los recuerdos morados, los de Utena, le mostraban una perspectiva que le resultaba incómoda. "El sadismo palpable", la satisfacción que Utena parecía encontrar en humillarla y someterla, todo mientras mantenía ese extraño brillo en los ojos. Pero había algo más, algo que repetidamente cruzaba por la mente de Utena, y que le dejaba a Sayo una sensación de incertidumbre.

"Azul levantándose, logrando salir victoriosa..." Ese pensamiento resonaba en Utena una y otra vez. Sayo lo veía claramente en cada recuerdo, un eco constante en la mente de su enemiga. "¿Por qué?" se preguntaba Sayo con creciente confusión. ¿Por qué Utena quería verla ganar? Si disfrutaba haciéndole daño, si encontraba placer en someterla, entonces, ¿por qué ese deseo? ¿Era un simple juego o había algo más detrás de esa lujuria cruel?

A medida que revivía cada recuerdo, Sayo sentía que las piezas no terminaban de encajar. Había algo en esos ojos que no podía apartar de su mente. ¿O era en su propio corazón donde residía la confusión? "¿Qué es lo que realmente siento?" La pregunta, aunque insistente, permanecía sin respuesta, como un enigma que sólo podría resolver si seguía profundizando en aquellos recuerdos.

Dejando sus pensamientos de lado, Sayo decidió seguir explorando. Sabía que no podía detenerse ahora, pero esas preguntas persistían, flotando en su mente como una sombra que no podía ignorar del todo. Cada esfera que tocaba, cada fragmento de recuerdo, le añadía más capas de confusión, más sentimientos contradictorios. Aun así, siguió adelante. No podía detenerse.