26

13 1 0
                                    


Cuando Randy me trajo a mi casa, no pude dejar de sonreír. De seguro, se veía que había dejado de ser virgen, no sé si eso se vea o cómo algunas personas lleguen a saberlo. Pero estaba segura que mi sonrisa me delataba.

Me derretí por dentro cuando depositó un beso posesivo en mis labios, antes de entrar a mi casa, jugó con el dobladillo de mi blusa. Ahora sabía que él me correspondía, y que de alguna forma éramos novios; porque para mí esto significaba demasiado, le había entregado mi virginidad. Él trató de alejarme de esto, de que no lo hiciéramos, pero congeniábamos tan bien y me desarmaba como nunca nadie lo había hecho (bueno no había con quién compararlo), pero yo sabía que le gustaba, teníamos mucha química ¿Por qué no intentarlo? Me armé de valor para decirle todos mis sentimientos y abrirle mi corazón para que lo aceptara, estaba arriesgándome mucho, pero me iba a arrepentir si no lo hacía.

—¿No es tarde para llegar a casa? —Mi hermana me miró entornando los ojos, —Y con el pelo mojado. —Toqué mi cabello y efectivamente se encontraba húmedo. No había encontrado la secadora para secarlo, una prueba más de que había estado haciendo el amor con Randy.

—Son las siete —miré mi reloj de pulsera. —Es temprano.

—Si lo es, pero te fuiste a las diez de la mañana de la casa, y apenas vuelves, ¿Qué has estado haciendo todo ese tiempo? —me ruboricé al recordar lo que hicimos en su cama y en el baño. —Oh, no quiero saberlo —dijo poniendo cara de asco. Se giró para seguir viendo el programa de la televisión.

Me fui directo a mi habitación donde me cambié a un pijama, no tenía sueño, pero quería estar más cómoda. Tomé mi celular a la vez que sonaba.

—Hola cariño, —Saludó su voz seductora. —¿Cómo estás? —sonreí ante su preocupación.

—Bien, amor. —Respondí. Esto me llevaba a un nivel del que nunca quise formar parte. Antes me parecía cursi y ridículo, que las parejas se hablaran de una forma muy cariñosa y se pusieran apodos cursis. Y aquí estaba yo haciendo lo mismo. Patética.

—Me encanta que me digas amor, cariño. —Ronronea.

—Y a mí que me digas, cariño. —Mi voz sonó diferente. Era una que nunca me había escuchado usar.

—Te extraño, —confesó con voz de bebé.

—Pero acabamos de despedirnos hace unos minutos, —¿Quién iba decir que debajo de todo ese cuerpo de hombre duro y egocéntrico que da a conocer, estaba un chico tierno y cariñoso?

—Pero te quiero tener otra vez en mis brazos, —se quejó. Reí.

El otro tono de otra llamada sonó, —Me esperas. Emma, está llamándome.

Pasé a la otra llamada, —¿Qué pasó Emma? —tuve que apartar el celular de mi oído cuando comenzó a gritar.

—¡Lo odio! ¡Es un bastardo! ¿Por qué hizo eso? —lloriqueó del otro lado de la línea.

—Emma, espérame. Randy está en la otra línea, —no esperé respuesta y atendí la otra línea —Randy, te llamaré mañana. Emma, no se encuentra bien, —él no quería cortar la llamada, pero tuvo que hacerlo porque se lo pedí. Mi amiga necesitaba de mi ayuda.

—Ahora dime. Ya estoy libre, —Respondí. —¿Ahora que te hizo Mael? —pregunté, esto se debía a él. Estaba segura.

—¿Mael? ¿Quién dijo que me hizo algo? —arrugué la frente, confusa.

—¿Cómo? Me estas confundiendo. ¿No decías que lo odiabas y que es un bastardo? ¿De quién hablabas? —escuché que se sacudía la nariz.

—No estaba hablando de él, sino de Adam.

Randy (Trilogía La Apuesta I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora