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No tuve la voz suficiente para contarle a Angie lo que sucedió esa mañana con Randy. Al día siguiente, no me levanté de la cama, el dolor todavía seguía ahí y nunca se iría.

—Becky, son nuestros padres. —Angie entró a mi habitación con un teléfono en la mano. Apenas abrí los ojos, las cortinas estaban corridas y todo dentro permanecía sucio y oscuro. No la había dejado entrar desde hace días.

—No quiero hablar, no tengo voz. —No la tenía, porque me la pasaba todos los días llorando, las pocas fuerzas apenas me dejaban comer. Por más que quería permanecer fuerte no pude, la Becky anterior había muerto, dejando en su lugar a una cascara vacía.

—Están preocupados. Dicen que perdieron su celular, pero escucharon los mensajes que les dejé en el hotel, —se sentó en la cama. —Solo quieren asegurarse de que estas en casa.

—Por favor, no quiero hablar con ellos, —supliqué.

—No quiere hablar, se siente mal. —Habló con ellos por teléfono. —Sí. Creo que tiene depresión. Yo le digo, —colgó. —Van a tomar su primer vuelo para regresar a casa. Están muy preocupados por ti.

—Déjame sola, —lloriqueé cubriéndome de pies a cabeza. Sentí su peso levantarse de la cama y escuchar la puerta cerrarse.

Cuatro horas más tarde. Angie interrumpió en mi habitación gritando. —¡Becky! —aulló. Me asusté tanto que tiré de la sábana hacia abajo.

—¿Qué sucede, Angie? —tenía el teléfono en la mano y unas lágrimas brotaron de sus ojos. Me bajé de la cama para ir con ella. Se sentó en la alfombra, —¿Angie?

—Ellos...el avión. —su voz era entrecortada y comenzó a llorar. Me froté los ojos para aclararme la visión.

—¿Qué? No te entiendo. —Mi corazón comenzó a latir rápidamente, asustándose.

—Nuestros padres, —lloró.

—¿Qué sucedió con ellos? ¿Ya llegaron? —Negó con la cabeza. Otras lágrimas se deslizaron por su mejilla.

—Su avión cayó y...y ellos...mu...mu...murieron. —Su voz se quebró, mi corazón dejó de latir. No escuché ruido, todo estaba en silencio. Me uní a ella en la alfombra y la miré aturdida, pensando no escuchar bien.

—¿Qué? —Susurré. Mis ojos se empañaron y se formó un nudo en mi garganta.

—Ellos mu-rieron en...el...avión cuando venían...a casa. —Tartamudeó, dejó caer el teléfono y entonces me di cuenta que era verdad.

Una diapositiva de los momentos que pasé con mis padres y mi hermana se vieron en mi mente, una tras otra. Todos los recuerdos que pasamos juntos, recordé sus risas y abrazos. Me derrumbé a su lado llorando y abrazándola más fuerte que nunca. Nuestros cuerpos tenían el mismo ritmo de sacudidas al llorar, esto era una pesadilla en carne propia.

Mis. Padres. No. Podían. Estar. Muertos.

No nos movimos de ahí, sentí el momento como horas, pero de seguro solo habían pasado minutos. Tenía la cabeza apoyada en sus piernas mientras ella jugaba con mi cabello, era la forma que pudimos controlarnos. Sollocé más fuerte, cuando recordé que hace unas horas me negué a hablar con ellos.

—No me despedí, —susurré con voz quebrada, tragué saliva. —No quise hablar con ellos...y ahora...no podré hacerlo nunca. —Mi cuerpo volvió a sacudirse cuando comencé a llorar. Tomé la mano de mi hermana y la apreté fuerte. Una gota cayó en mi mejilla, girándome a verla vi que ella también lloraba y trataba de hacerlo en silencio.

Era mi culpa. Ellos volvían, porque estaban preocupados por mí.

Yo los maté.

El llanto no cesaba una vez que comencé de nuevo.

Randy (Trilogía La Apuesta I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora