Hace siglos, la humanidad, asolada por interminables conflictos y discordias, tomó una drástica decisión: dividirse en cuatro grandes distritos, cada uno regido por el poder de un elemento primordial. Así nacieron Pyrosia, el distrito del Fuego; Aqu...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Narra _____:
Acomodé a Sana cuidadosamente en el suelo cuando noté que se había quedado dormida sobre mi hombro. Me quité el abrigo y lo coloqué sobre ella, asegurándome de que no sintiera frío en esta noche tan helada. Al observar a mi alrededor, vi que todas las chicas ya estaban durmiendo, exhaustas tras el arduo entrenamiento.
Me acerqué a la fogata y, utilizando mi poder sobre el fuego, avivé las llamas para aumentar su calor. Quería que las chicas del Distrito del Agua pudieran disfrutar de una noche cálida y confortable. Después de esto, dirigí mi mirada hacia el horizonte, fijándome en un punto en particular. Algo en mi interior me impulsaba a ir hacia allí, como si una voz silenciosa me estuviera llamando. Tomé mi espada y, tras echar una última mirada a las chicas, comencé a caminar hacia ese lugar.
Al llegar, no vi nada fuera de lo común. Invoqué el fuego en mis manos para iluminar el camino, pero no hallé ningún indicio. Alcé la vista al cielo, esperando una señal, pero lo único que vi fue una estrella fugaz. Sonreí y, con el corazón lleno de esperanza, susurré:
—Deseo que las personas que amo no resulten heridas en esta misión.
Mis pensamientos se desvanecieron en el firmamento mientras recordaba a mis madres. Solíamos acampar en el patio, observando las estrellas juntas. Mi corazón se contrajo de nostalgia, y sentí cómo las lágrimas amenazaban con salir. Solo esperaba que estuvieran bien.
De repente, escuché un crujido en los matorrales. Me levanté rápidamente, empuñando con firmeza mi espada, preparada para enfrentar lo que fuera.
—¿Quién anda ahí? —pregunté, escudriñando la oscuridad.
—Solo soy yo —contestó una voz familiar mientras Elyndor emergía de entre los arbustos.
—¿Fuiste tú quien me trajo hasta aquí? —le pregunté, a lo que ella asintió, acercándose a mí.
—No quise despertar a las chicas. Se veían muy cansadas —dijo mientras asentía, y luego me dirigí hacia un árbol, sentándome a su lado.
Elyndor imitó mi gesto y se sentó junto a mí, su presencia calmante y serena. A pesar de la oscuridad, la noche no me inspiraba miedo, sino una paz reconfortante.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Elyndor, rompiendo el silencio.
—Bien... supongo —respondí, aunque su mirada mostraba dudas.
—¿Estás asustada por lo que viene? —preguntó con suavidad, y tras un suspiro, asentí.
—Sí...
—¿Qué es lo que te asusta? —insistió.
—Tengo miedo... miedo de perderlas —respondí con sinceridad— Me aterra no ser capaz de derrotar al enemigo y no poder protegerlas del mal.
Mis manos comenzaron a temblar, y mis ojos se llenaron de lágrimas al pensar en la posibilidad de perder a alguna de ellas en esta misión.
—Me aterra que les hagan daño, que no esté allí para cuidarlas —las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas—También temo que algo les pase a mis madres... No podría vivir sabiendo que las perdí.