Hace siglos, la humanidad, asolada por interminables conflictos y discordias, tomó una drástica decisión: dividirse en cuatro grandes distritos, cada uno regido por el poder de un elemento primordial. Así nacieron Pyrosia, el distrito del Fuego; Aqu...
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Después de nuestro breve descanso, nos preparamos para continuar el viaje, conscientes de que cada minuto que pasaba nos acercaba más a nuestro destino, pero también a nuevos desafíos. Antes de partir, decidí recolectar una gran cantidad de las bayas azules que tanto le habían gustado a Aqnis, junto con otras frutas y plantas que podrían ser útiles en el camino. Las guardé cuidadosamente en mi mochila, asegurándome de que tuviéramos suficientes provisiones, no solo para el pequeño dragón, sino también para nosotras. Cada detalle era importante, y la incertidumbre del terreno nos obligaba a ser prudentes.
Mientras avanzábamos, el paisaje empezó a transformarse de forma sutil al principio, pero con cada paso, el cambio se volvía más pronunciado. Los colores vibrantes que antes habíamos disfrutado, llenos de vida y esperanza, comenzaron a desvanecerse, dando paso a tonos apagados y sombríos. Era como si el mundo estuviera perdiendo su vitalidad, volviéndose más denso y opresivo. El aire, que antes era fresco y ligero, se volvió pesado, impregnado de una energía oscura e invisible que parecía acecharnos con cada inhalación.
Momo fue la primera en romper el silencio que nos envolvía.
—¿Alguien más siente que algo no está bien? —preguntó, su voz cargada de una preocupación no palpable. Había algo en sus palabras que nos hizo detenernos por un momento, todas compartiendo la misma inquietud.
Jihyo asintió, su expresión seria y alerta.
—El ambiente ha cambiado por completo. Es como si la vida misma se estuviera drenando de este lugar —murmuró, sus ojos recorriendo el paisaje en busca de alguna explicación.
A medida que avanzábamos, el escenario se volvía cada vez más desolador y perturbador. Los árboles que antes eran frondosos y llenos de vida ahora se alzaban ante nosotras como espectros retorcidos, sus ramas desnudas y marchitas extendiéndose como garras hacia el cielo gris. El suelo bajo nuestros pies, antes fértil y suave, ahora parecía haberse convertido en una masa seca y agrietada, sin rastro de la vida que una vez albergó. Pero lo más inquietante eran las criaturas esparcidas a lo largo del camino: seres extraños y deformes, yaciendo sin vida como si hubieran caído en medio de una huida desesperada. No quedaba ni rastro de sus almas, solo los cuerpos vacíos, desprovistos de toda esencia.
Aqnis, sintiendo la pesadez en el aire, se acurrucó más cerca de mi cuello, emitiendo suaves sonidos de angustia que resonaban con mis propios temores. Instintivamente, levanté una mano para acariciar su cabeza, intentando calmarlo, aunque en el fondo, yo también estaba llena de incertidumbre y miedo. La atmósfera ominosa que nos rodeaba parecía consumir todo a su paso, incluso nuestras emociones.
De repente, una figura familiar apareció entre las sombras del paisaje moribundo. Era Elyndor, pero su semblante, normalmente sereno y reconfortante, estaba marcado por la preocupación. La tensión en sus facciones nos puso en alerta de inmediato.
—Me alegra saber que están bien —dijo, su voz tensa, casi como si contuviera la urgencia de una advertencia— Temía que hubieran llegado demasiado tarde a esta zona.