Franco miraba a Nadia mientras se encontraba de pie en medio del aeropuerto, rodeados de la algarabía de personas con maletas y despedidas apresuradas. La luz fría de los fluorescentes caía sobre ellos, pero el brillo en los ojos de Nadia era lo único que él podía ver.
—No quiero que te vayas —susurró ella, aunque sabía que no había otra opción.
El vuelo de Franco a Europa salía en menos de dos horas. Había pasado los últimos años preparándose para este momento, luchando por cada oportunidad, soñando con correr en la Fórmula 1. Y ahora que lo había logrado, ahora que su sueño estaba a un paso de hacerse realidad, Nadia era lo único que le hacía cuestionarse si estaba listo para lo que venía.
—No tienes idea de cuánto desearía que todo fuera diferente, pero esto es lo que hemos esperado, lo que he estado esperando... —Franco se calló, sintiendo que sus propias palabras no lograban consolar ni a Nadia ni a él mismo.
Nadia suspiró, aferrándose a la mano de Franco, como si soltarla fuera el verdadero final. Habían hablado de esto tantas veces antes, pero ahora, con los altavoces del aeropuerto anunciando vuelos que despegaban, todo se sentía más real. Más definitivo.
—Es tu sueño, y lo sé. Siempre lo he sabido —dijo ella con una sonrisa forzada—. Pero ¿y qué pasa con nosotros? ¿Vamos a sobrevivir a esto? La distancia, el tiempo, las carreras, las... vidas separadas.
Franco sintió que una punzada de culpa le atravesaba el pecho. La verdad era que no tenía la respuesta.
—No lo sé, Nadia —admitió con una franqueza que nunca antes había mostrado—. No sé cómo va a ser, si funcionará o si la distancia nos va a separar del todo. Pero quiero intentarlo. Quiero que seamos más fuertes, que encontremos una manera de seguir juntos... si tú también lo quieres.
Nadia lo miró, sus ojos empañados por las lágrimas que se negaba a dejar caer.
—¿Cómo sabremos si es suficiente? —preguntó, su voz apenas un susurro—. ¿Cómo sabremos si esto no es solo una forma de retrasar lo inevitable?
Franco la tomó de ambas manos, acercándola hacia él, como si con ese gesto pudiera prometerle que todo estaría bien. Pero las palabras se le atoraban en la garganta. Sabía que no había garantías, que lo que estaban a punto de enfrentar sería lo más difícil que habían vivido juntos.
—No lo sabremos —dijo él finalmente, mirándola a los ojos—. Pero sé que si no lo intento, me arrepentiré. Tú eres lo más importante para mí, Nadia. No quiero perderte.
Nadia cerró los ojos por un momento, como si estuviera buscando fuerza dentro de sí misma. La respiración se le aceleraba y las lágrimas, finalmente, rodaron por sus mejillas.
—No quiero ser la razón por la que no persigues tu sueño, Franco. Eso nunca lo podría soportar. —Su voz se quebró, pero continuó—. Pero tampoco quiero vivir una vida donde solo soy una sombra en la tuya.
Él la abrazó, apretándola fuerte contra su pecho, sintiendo el latido de su corazón, el calor de su cuerpo, queriendo grabar ese momento en su memoria. No sabía cuánto tiempo pasaría antes de que pudieran volver a estar así, juntos, cara a cara.
—No serás una sombra —le susurró al oído—. Serás la razón por la que sigo adelante. Y cuando sea difícil, cuando me sienta solo, pensaré en ti. Porque esto no será un fin, Nadia. Será un nuevo comienzo.
Nadia lo miró, sus labios temblando al esbozar una pequeña sonrisa entre lágrimas. Franco la besó suavemente, como si ese beso pudiera sellar su promesa. No había respuestas fáciles, pero en ese momento, bajo la luz fría del aeropuerto, ambos supieron que estaban dispuestos a intentarlo.