Mel estaba sentada en la cocina, observando cómo la tarde se desvanecía en suaves tonos de naranja y rosa a través de las ventanas. El aire olía a chocolate, ya que había decidido preparar su receta favorita para Pierre, quien llegaría en cualquier momento. El sonido del batir suave llenaba el espacio, mientras los recuerdos de sus momentos juntos fluían por su mente.
Desde que estaban juntos, Pierre siempre había sido como ese toque dulce que daba sentido a todo. No importaba cuán complicada fuese su vida, con las presiones de la Fórmula 1 y la vida pública, él siempre encontraba la manera de hacerla sentir segura, amada, y completa. En su mundo, Pierre era como el sol que disipaba las nubes oscuras, quien sazonaba cada situación con su risa, su cariño, su forma de ser.
Sonrió para sí misma mientras tarareaba una melodía suave, una canción que Pierre siempre decía que le recordaba a ellos. Él solía bromear diciendo que, si su amor tuviera un sabor, sería a chocolate: dulce, cálido, y adictivo. Un amor que con solo una probada te hacía querer más, y una vez que lo tenías, te llenaba de una felicidad sin igual.
El sonido de la puerta abriéndose la sacó de sus pensamientos, y en un segundo, Pierre estaba ahí, sonriéndole desde el umbral. Sus ojos, siempre brillantes y llenos de vida, la miraron con una ternura que derritió su corazón al instante. Sin decir nada, caminó hacia ella, la envolvió en sus brazos y le plantó un beso suave en la mejilla.
"¿A qué huele tan bien?" preguntó Pierre, inhalando profundamente el aroma a chocolate que impregnaba la cocina.
Mel se rió suavemente. "Tu postre favorito," dijo mientras le lanzaba una mirada traviesa. "Pensé que después de una semana difícil, te vendría bien algo dulce."
Pierre la miró, y en ese instante, Mel sintió cómo su corazón se derretía, tal y como sucedía cada vez que él la miraba con esa mezcla de admiración y amor incondicional. "Tú eres mi postre favorito," dijo él con una sonrisa juguetona, besándola de nuevo, esta vez en los labios, prolongando el contacto por unos segundos que se sintieron eternos y perfectos.
Su amor era así: simple, puro, pero lleno de intensidad, como el chocolate derretido que Mel estaba preparando. Cada momento juntos era una celebración de lo que compartían, un amor que sazonaba sus vidas, que endulzaba incluso los días más amargos.
"¿Sabes qué pienso cuando estamos así?" dijo Pierre, recostándose contra el mostrador, observándola mientras ella volvía a su tarea.
Mel lo miró, arqueando una ceja. "¿Qué piensas?"
"Que nuestro amor sabe a chocolate," respondió él con una sonrisa sincera. "Cada vez que te veo, cada vez que te beso... es como una probada más, y nunca me canso. Me hace sentir como si estuviera en el cielo."
Mel sonrió, sintiendo cómo el calor en su pecho crecía. Sabía que Pierre era alguien especial, alguien que había traído dulzura a su vida de una manera que nadie más lo había hecho. "Así me quiero quedar," murmuró, casi para sí misma, mientras removía el chocolate. "Contigo."
Pierre se acercó de nuevo, tomando sus manos y alejándola suavemente del postre para que lo mirara a los ojos. "No importa qué pase fuera de aquí, ni cuán complicado sea todo. Siempre seremos tú y yo, Mel. Como el mejor chocolate, siempre estaremos juntos. Nuestro amor es... perfecto, a su manera."
Mel lo abrazó, sintiendo cómo su corazón latía al unísono con el de Pierre, como si ambos compartieran un solo latido, un solo ritmo. "Tú endulzas mi canción," susurró contra su pecho, recordando esas palabras que siempre había querido decirle. "Le das sentido a todo. Siempre tú, Pierre."
Pierre sonrió y le acarició el cabello con suavidad. "¿Quién podría ser mejor que nosotros?" dijo en voz baja. "Contigo, siempre sale el sol."
Mel cerró los ojos, disfrutando de la tranquilidad del momento, de la sensación de tener a Pierre cerca. Sus besos, su voz, todo de él tenía el poder de derretirla, de llevarla a un lugar donde solo existían ellos dos. Era una receta perfecta, un amor sin condiciones, que sabía a chocolate y latía con un corazón de bombón.
Después de un rato, Pierre se separó un poco, mirándola con esa mirada juguetona que tanto amaba. "¿Sabes? El postre puede esperar un poco más. Tengo algo mejor en mente para este momento," dijo con una sonrisa traviesa.
Mel rió, asintiendo. "Una probada y no más... ya sabes que eso me hace volar," bromeó.
Pierre la besó de nuevo, más profundo esta vez, como si ambos estuvieran saboreando cada segundo juntos. Y en ese instante, en esa cocina impregnada de chocolate, Mel supo que no importaba qué pasara en el futuro. Mientras tuvieran ese amor dulce, cálido y eterno, nada más importaba.
Su amor sabía a chocolate, y eso era todo lo que ella necesitaba.
Mel se apartó suavemente del beso, con una sonrisa en los labios y los ojos cerrados. El aroma a chocolate todavía llenaba la cocina, pero en ese momento, lo único que importaba era Pierre, su calidez, su cercanía, el amor que compartían. Abrió los ojos y lo encontró mirándola con una intensidad que la dejó sin palabras.
Pierre respiró hondo, como si estuviera reuniendo el valor para algo importante. Sus manos seguían entrelazadas con las de Mel, y podía sentir cómo los latidos de su corazón se aceleraban.
"Mel," comenzó él, su voz más suave de lo habitual. "Hay algo que he estado pensando durante mucho tiempo. Algo que... bueno, he querido hacer desde que supe que tú eras la persona con la que quiero pasar el resto de mi vida."
Mel lo miró, su corazón latiendo con fuerza en el pecho. "¿Pierre... qué estás diciendo?"
Pierre soltó una pequeña risa nerviosa. "Siempre me haces sentir como si el mundo fuera un lugar mejor, Mel. Eres mi luz, mi inspiración, mi todo. Cada momento contigo es como un sueño hecho realidad, como el chocolate más dulce que nunca deja de sorprenderme. Y quiero que seas parte de mi vida... para siempre."
Antes de que Mel pudiera procesar completamente lo que estaba ocurriendo, Pierre se arrodilló lentamente frente a ella. Sacó una pequeña cajita de su bolsillo, la abrió con delicadeza, revelando un anillo brillante, simple y hermoso, perfecto en su simplicidad.
Mel jadeó, llevándose una mano a la boca, los ojos llenos de sorpresa y emoción.
"¿Te casarías conmigo?" preguntó Pierre, mirándola con esos ojos brillantes que tanto amaba. "Quiero que seas mi esposa, Mel. Quiero que compartamos nuestras vidas, nuestras risas, nuestros días... y que sigamos haciendo que todo en nuestra relación sepa a chocolate. Para siempre."
Mel sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Su corazón latía tan fuerte que pensó que podría explotar. Se arrodilló frente a él, llevándole una mano a la mejilla y acariciándola suavemente.
"Pierre..." susurró, su voz temblorosa por la emoción. "Tú eres mi todo. No puedo imaginar mi vida sin ti, sin esta dulzura, sin este amor que compartimos. Claro que me casaría contigo. Siempre tú. Siempre nosotros."
Pierre sonrió, visiblemente aliviado, y con manos temblorosas le deslizó el anillo en el dedo. En ese instante, los dos se lanzaron en un abrazo profundo, sus risas llenas de felicidad resonando en la cocina. Mel lo besó con una mezcla de euforia y amor, sintiendo cómo cada parte de su ser se llenaba de una calidez indescriptible.