La temporada de Fórmula 1 estaba en pleno apogeo, y Zoe había demostrado una vez más que su lugar en la pista no solo era merecido, sino indiscutible. La rivalidad sana que había tenido con George Russell la temporada anterior había dejado huella en ambos, pero también había fortalecido su relación. Aunque compartían la misma pasión, el respeto mutuo había sido clave para que el amor no se viera afectado por la competencia.
Sin embargo, el verdadero desafío no venía de sus rivales en la pista, sino de aquellos fuera de ella. Zoe había aprendido a lidiar con fanáticos obsesivos y periodistas que no podían aceptar que una mujer estuviera compitiendo al más alto nivel del automovilismo. Las preguntas pasivo-agresivas y los comentarios insidiosos se habían vuelto parte de su rutina, pero también lo era la camaradería con sus colegas pilotos, quienes, en su mayoría, la apoyaban sin reservas.
Era común ver a los pilotos lanzar indirectas muy directas cuando algún periodista se atrevía a menospreciar a Zoe. Max Verstappen, por ejemplo, había dejado en claro en una entrevista que cualquiera que dudara de las habilidades de Zoe claramente no entendía de automovilismo. Lewis Hamilton solía añadir, con una sonrisa, que Zoe probablemente sabía más de motores que la mayoría de los presentes en la sala de prensa.
George, por su parte, siempre estaba atento a ella, aunque a veces no se daba cuenta de lo que ocurría a su alrededor. En una rueda de prensa, un periodista insinuó que quizás Zoe estaba teniendo una buena temporada porque "los coches de ahora eran más fáciles de manejar". Antes de que Zoe pudiera responder, Carlos Sainz intervino con una risa sarcástica. "¿Fácil? La próxima vez podrías intentar seguirle el ritmo en la pista. Aunque me pregunto si durarías más de dos vueltas."
Zoe agradeció el apoyo con una sonrisa, pero no pudo evitar notar cómo George parecía no percatarse del subtexto. Estaba más concentrado en asegurarse de que Zoe estuviera bien, de que no faltara nada en su entorno.
Una tarde, después de una intensa sesión de clasificación en la que Zoe se había asegurado la pole position, George la encontró en el garaje, revisando datos con su ingeniero. "¿Todo bien, amor?" preguntó con genuina preocupación.
Zoe asintió. "Sí, solo estaba repasando algunas cosas. Gracias por estar pendiente."
George la miró con una mezcla de orgullo y ternura. "Siempre estaré pendiente de ti. Sabes que estoy aquí para lo que necesites."
Zoe sonrió, consciente de que, aunque George era el que menos captaba las indirectas, era también el que más se preocupaba por su bienestar. Esa era la esencia de su relación: mientras los demás la defendían con palabras, George lo hacía con acciones, asegurándose de que en su mundo, Zoe nunca tuviera que enfrentar sola las adversidades. Y aunque los desafíos en la pista y fuera de ella seguirían presentes, Zoe sabía que no estaba sola. Con un equipo de pilotos dispuestos a apoyarla y con George a su lado, cada obstáculo se volvía un poco más fácil de superar.
El ruido de los motores llenaba el ambiente, pero el silencio entre Zoe y George era ensordecedor. Mientras la temporada avanzaba, la presión sobre ambos crecía, aunque de maneras diferentes. Zoe se encontraba en la lucha por el título del campeonato, algo que había soñado toda su vida. Sin embargo, con cada victoria, con cada podio, también crecía la tensión entre ella y George.
George, quien siempre había sido su apoyo incondicional, ahora luchaba con sus propios demonios. La prensa no paraba de cuestionar su rendimiento, comparándolo constantemente con el de Zoe. Los fans, aunque leales, empezaban a murmurar sobre cómo Zoe parecía haberlo superado. Incluso su propio equipo comenzaba a presionarlo de formas que antes no había experimentado. Y todo esto se acumulaba, alimentando una sensación de inferioridad que él no sabía cómo manejar.