—¿Estás bromeando? —logró decir, tratando de sonar indiferente, pero fallando estrepitosamente.
—No, Max. No estoy bromeando. He tenido suficiente de tus desplantes. Lando al menos aprecia mi trabajo, y McLaren me da la oportunidad de crecer sin tener que lidiar con... esto —dijo, gesticulando entre ellos.
Max sintió una oleada de emociones confusas. Había algo en la idea de Katia trabajando con Lando que lo irritaba profundamente, pero no podía entender por qué. Solo sabía que no quería que se fuera.
—No puedes irte —dijo finalmente, su voz más suave, casi vulnerable—. Te necesitamos aquí.
Katia lo miró, sorprendida por el cambio en su tono. Durante un momento, vio algo en los ojos de Max que la hizo dudar, pero sacudió la cabeza, tratando de ignorar la extraña sensación que eso le provocó.
—Tú no lo entiendes, Max. No es solo por el trabajo. Estoy cansada de pelear todo el tiempo, de que no me tomes en serio. No vine aquí para ser subestimada.
Max quiso decir algo, pero no encontró las palabras adecuadas. Se sintió frustrado y confundido, incapaz de entender por qué le importaba tanto que Katia se quedara. Era como si hubiera algo más en juego, algo que no podía ver claramente.
Esa noche, mientras intentaba dormir, Max no dejaba de pensar en Katia. La idea de verla en el garaje de McLaren junto a Lando lo irritaba de una manera que no podía explicar. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de ella riendo con Lando lo hacía apretar los dientes. Estaba celoso, pero no podía admitirlo ni siquiera ante sí mismo.
Al día siguiente, en el paddock, Max vio a Lando y Katia hablando. La risa de Katia resonaba en sus oídos como un recordatorio de lo que estaba a punto de perder. Algo dentro de él se quebró.
No podía permitir que se fuera. No porque fuera una gran ingeniera —aunque lo era—, sino porque de alguna manera se había convertido en una parte esencial de su vida, alguien que lo impulsaba a ser mejor, incluso cuando no se daba cuenta.
Cuando Katia se dio la vuelta para irse, Max la alcanzó, su tono urgente y casi desesperado.
—Katia, espera. No aceptes el trabajo. Quédate.
Ella lo miró, sorprendida por la intensidad en su voz.
—¿Por qué debería quedarme, Max? Dame una buena razón.
Max tragó saliva, buscando las palabras correctas.
—Porque... porque no quiero que te vayas. Eres importante para el equipo.
Katia lo miró, buscando algún indicio de lo que realmente significaba para él. Pero Max, aún confuso por sus propios sentimientos, solo podía ofrecer la verdad a medias. Katia suspiró, sintiendo que el conflicto dentro de ella se intensificaba.
—Max, no puedes pedirme que me quede solo porque te conviene. Necesito más que eso.
Max sintió cómo el pánico lo invadía. No quería perderla, pero tampoco sabía cómo decirle lo que realmente sentía, porque ni él mismo lo entendía del todo.
Katia lo observó por un momento más antes de hablar.
—Voy a pensarlo, Max. Pero necesito ver algo de tu parte. Algo real.
Mientras se alejaba, Max se quedó en silencio, sabiendo que el tiempo se acababa y que, si no encontraba la manera de mantenerla cerca, Katia estaría trabajando para otro equipo. Y, lo peor de todo, sabía que no era solo el equipo lo que iba a perder.
El ambiente en el equipo Red Bull estaba tenso nuevamente. Después de semanas en las que las cosas entre Max y Katia parecían haber encontrado un equilibrio, todo se vino abajo por un malentendido durante el Gran Premio de Austria. Katia había sugerido un ajuste en la configuración del coche de Max que él decidió ignorar, optando por su propio juicio. El resultado fue una carrera difícil y un tercer lugar que, aunque no catastrófico, estuvo lejos de lo que esperaban.
Cuando Max volvió al garaje, la frustración era palpable. Se quitó el casco y lo lanzó. Katia se acercó para hablar, pero antes de que pudiera decir algo, Max la interrumpió.
—¡Si hubieras escuchado desde el principio, no estaríamos en esta situación! —exclamó Max, su tono lleno de rabia.
Katia, cansada de que Max no valorara su opinión, finalmente perdió la paciencia.
—¿De verdad crees que esto es culpa mía? —dijo ella, alzando la voz por primera vez—. No soy yo la que no escucha, Max. Pero está claro que prefieres culpar a los demás en lugar de aceptar que tú también te puedes equivocar.
El silencio que siguió a su respuesta fue denso. Max no respondió, pero su expresión endurecida mostraba lo que pensaba. Katia no dijo más y se marchó antes de que la situación empeorara.
Más tarde, Max estaba en el garaje arreglando sus guantes cuando escuchó la voz de Katia en la oficina de Horner, donde la puerta estaba entreabierta. No pudo evitar escuchar la conversación.
—Christian, he tomado una decisión —dijo Katia con determinación—. Me iré a McLaren después del parón de verano.
Max sintió cómo su estómago se hundía. La rabia que lo había estado carcomiendo durante días se convirtió en una sensación de pánico que no entendía del todo.
Horner, con su tono calmado pero persuasivo, trató de retenerla.
—Katia, sé que las cosas han sido complicadas aquí, pero tú eres una parte fundamental de este equipo. No queremos perderte. Estoy dispuesto a ofrecerte una contraoferta, algo que realmente refleje tu valor para nosotros. Solo te pido que lo pienses durante el parón. Si después de eso decides irte, no te detendré.
Katia permaneció en silencio durante unos segundos antes de responder.
—Está bien, Christian. Lo pensaré.
Max se quedó paralizado fuera de la oficina. Escuchar que Katia estaba considerando quedarse le dio un respiro momentáneo, pero la idea de que aún podía irse lo inquietaba profundamente. Todo en su interior se revolvía; no podía entender por qué le afectaba tanto. Sintió una repentina necesidad de enfrentarse a Norris, de sacarse la frustración de encima de cualquier manera.
De regreso en su habitación en el motorhome, Max comenzó a desahogarse con lo que tenía a la mano. Arrojó una botella de agua contra la pared, empujó una silla y golpeó la mesa, incapaz de controlar la mezcla de rabia, miedo y celos que lo invadían.
Fue en ese momento cuando Checo apareció en la puerta. Al ver el caos en la habitación y la mirada perdida de Max, supo que algo andaba mal.
—Max, ¿qué demonios está pasando? —preguntó Checo, entrando y cerrando la puerta tras él.
Max se detuvo, respirando con dificultad, sus manos temblando por la adrenalina. No sabía cómo explicar lo que sentía, ni siquiera entendía del todo por qué se sentía así.
—Katia se va, Checo. Se va a McLaren —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.
Checo se acercó, notando la angustia en el rostro de su compañero.
—¿Y eso es lo que te tiene así? Max, no lo entiendo. Has estado peleando con ella desde que llegó. ¿Por qué te importa tanto?
Max se dejó caer en la cama, apoyando la cabeza entre sus manos. Sus pensamientos eran un caos, pero lentamente comenzó a entender lo que estaba sintiendo.
—Porque no quiero que se vaya. Me molesta pensar que trabajará con Lando, que estará feliz allí. No quiero que esté feliz en otro lado —admitió, su voz llena de una frustración que ahora comprendía.
Checo lo miró con una mezcla de comprensión y sorpresa.
—Max, eso suena a celos. ¿Estás seguro de que lo que sientes por Katia es solo profesional?
Max levantó la cabeza y lo miró, procesando lo que Checo había dicho. Los momentos en que había sentido rabia al verla con Lando, la manera en que se preocupaba por lo que ella pensaba de él, todo comenzó a tener sentido.
—Dios... me gusta Katia, ¿verdad? —dijo Max, más para sí mismo que para Checo.