El sol se ocultaba sobre el circuito de Monza, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. El rugido de los motores todavía resonaba en el aire mientras los últimos fanáticos se dispersaban, satisfechos con la adrenalina de la carrera. Entre las sombras del paddock, dos figuras permanecían en un enfrentamiento silencioso, ambos con la mandíbula tensa y los brazos cruzados.
Katia, una joven ingeniera recién contratada por uno de los equipos más prometedores de la Fórmula 1, observaba con desdén al hombre frente a ella. Max Verstappen, el imparable campeón mundial, conocido tanto por su destreza en la pista como por su temperamento explosivo, la miraba con una mezcla de incredulidad y desafío.
—No puedes estar hablando en serio —dijo Max, su voz cargada de irritación.
—Lo estoy, Verstappen —replicó Katia, pronunciando su apellido como si fuera una maldición—. Las simulaciones no mienten. El coche está desequilibrado, y si no hacemos ajustes, tu carrera de mañana será un desastre.
Max resopló, dando un paso hacia ella. Aunque sabía que Katia tenía razón, no estaba dispuesto a admitirlo tan fácilmente, especialmente después de que ella lo había corregido frente a todo el equipo durante la reunión estratégica.
—¿Y tú qué sabes? Apenas llevas aquí un par de semanas. He estado en esto mucho más tiempo que tú. No necesito que me digan cómo correr.
—Pues parece que sí —contestó Katia, alzando una ceja con un desafío frío en su mirada—. Porque si sigues ignorando mis recomendaciones, no ganarás ni una vuelta.
La tensión entre ellos era palpable. Max, acostumbrado a tener la última palabra y a que todos lo trataran con respeto, no podía soportar que esta chica nueva lo desafiara de esa manera. Y para Katia, trabajar con alguien tan arrogante y testarudo era la última cosa que quería, pero no podía permitirse fallar.
Ambos estaban atrapados en una competencia de voluntades, cada uno convencido de que tenía razón, cada uno reacio a ceder.
El Gran Premio de Monza había comenzado y, como era de esperar, la batalla en la pista era feroz. Max estaba en la segunda posición, persiguiendo a su principal rival, mientras Katia observaba desde el muro de pits, los ojos fijos en las pantallas. La tensión entre ellos había continuado durante semanas, y aunque los resultados en la pista seguían siendo positivos, el ambiente entre ambos no mejoraba. A Katia le molestaba la arrogancia de Max, y a él, su obstinación e indiferencia hacia su experiencia.
—Verstappen, necesito que reduzcas la velocidad en la curva 8 —dijo Katia por la radio, su tono firme—. Estás perdiendo tiempo en cada vuelta.
—Estoy manejando esto, Katia. No necesito que me digas cómo correr —respondió Max con frialdad.
Katia apretó los dientes. No podía permitirse que su temperamento afectara su juicio, pero la constante resistencia de Max la estaba sacando de quicio. Decidió no insistir más en ese momento, dejando que él siguiera su instinto, pero anotó mentalmente los tiempos de vuelta para comparar después.
Cuando la carrera terminó y Max cruzó la línea en segundo lugar, el equipo celebró, pero el ambiente en el garaje estaba tenso. Max salió del coche, quitándose el casco con un gesto brusco. Katia lo esperaba, lista para discutir los resultados, pero él la ignoró, pasando de largo.
—Max, tenemos que hablar —dijo Katia, siguiéndolo con determinación.
—No ahora —contestó él, sin mirarla.
Pero Katia no iba a dejarlo pasar.
—Sí, ahora. Si me hubieras escuchado en la curva 8, podrías haber ganado.
Max se detuvo en seco, girándose para enfrentarla, su mirada encendida.
—¿Y tú cómo sabes eso? ¿Porque una computadora te lo dijo? No es tan simple, Katia. En la pista, no todo se reduce a números.
—No todo, pero los números ayudan. No puedes ignorar la estrategia solo porque confías demasiado en tus instintos. Estamos aquí para trabajar juntos, no para competir entre nosotros.
—¿Y qué me dices de tu actitud? —replicó Max, acercándose a ella—. Actúas como si fueras la única que sabe lo que hace. Tal vez si dejaras de intentar controlar todo, podríamos funcionar mejor como equipo.
Katia sintió la frustración hervir en su interior. Había trabajado duro para ganarse un lugar en ese equipo, y no iba a dejar que Max Verstappen menospreciara su trabajo.
—No estoy aquí para controlar nada, Max. Estoy aquí para asegurarme de que ganes. Pero si no puedes confiar en mí, entonces no sé cómo esperas que logremos algo.
Max la miró fijamente durante unos segundos que parecieron una eternidad. Sabía que Katia tenía razón, pero admitirlo significaba aceptar que había estado equivocado. Sin embargo, había algo en su convicción, en la forma en que lo desafiaba sin miedo, que despertaba una extraña mezcla de respeto y algo más que él no quería reconocer.
—Bien —dijo finalmente, con un suspiro—. Tal vez podamos intentarlo a tu manera en la próxima carrera.
Katia se sorprendió por su repentino cambio de tono, pero no dejó que se notara. Asintió, manteniendo su expresión neutra.
—Tal vez lo logremos —respondió, sin comprometerse del todo.
Mientras Max se alejaba, Katia no pudo evitar sentirse extrañamente satisfecha, aunque también un poco confundida. Había algo en su interacción con él que la descolocaba. No solo era la rivalidad profesional, había algo más, algo que ambos sentían pero que ninguno de los dos estaba dispuesto a reconocer.
El ambiente en el equipo de Red Bull estaba más tenso que nunca. Después de semanas trabajando juntos, Max y Katia habían comenzado a encontrar un ritmo, aunque la relación entre ellos seguía siendo complicada. Sin embargo, todo cambió después de un incidente en el Gran Premio de Silverstone.
Durante la carrera, Max había seguido una estrategia arriesgada que lo llevó a un accidente menor. Aunque no fue nada grave, terminó en un quinto lugar que podría haberse evitado. Después de la carrera, las discusiones en el garaje fueron intensas. Max estaba furioso, y Katia, cansada de sus desplantes, no se quedó callada.
—¡Te dije que no era la estrategia correcta! —exclamó Katia, enfrentándose a Max en el garaje mientras los miembros del equipo los observaban con nerviosismo.
—¡Y yo te dije que tenía todo bajo control! —replicó Max, su frustración evidente—. No necesito que me digas cómo hacer mi trabajo, Katia.
—¿Sabes qué, Max? Estoy cansada de esto. Estoy aquí para ayudarte a ganar, pero si no quieres escuchar, entonces no sé qué estamos haciendo. Tal vez es hora de que considere otras opciones —dijo Katia con frialdad, soltando las palabras que había estado conteniendo durante días.
Max la miró, sorprendido por la dureza de su tono.
—¿Qué quieres decir con "otras opciones"?
Katia lo miró directamente a los ojos, sin titubear.
—McLaren me ha ofrecido un puesto como ingeniera principal para Lando Norris. Estoy considerando aceptarlo.
El silencio que siguió a esa declaración fue ensordecedor. Max sintió un nudo en el estómago, una sensación incómoda que no podía identificar del todo. Sabía que Katia era una pieza clave para el equipo, pero había algo más, algo que lo inquietaba profundamente. La idea de perderla no solo como ingeniera, sino como la persona que lo desafiaba y lo hacía mejor, le resultaba insoportable.