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No sabía ni que hora era, pero yo estaba afuera de su casa a punto de tocar la puerta, aunque justo en ese preciso momento, esta se abre, y del otro lado pude ver a Pato

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No sabía ni que hora era, pero yo estaba afuera de su casa a punto de tocar la puerta, aunque justo en ese preciso momento, esta se abre, y del otro lado pude ver a Pato.

Me mira algo sorprendido, pero enseguida su ceño se relaja, y no tarda en arrimar la puerta, sacando su cuerpo para afuera. Me mira de una forma cálida y no juzgadora, hasta que solamente me abraza de una forma en la cual no pude evitar no soltar alguna que otra lagrima. Me aferre a el de una forma inexplicable, mientras su mano se enredaba en mi pelo y sus labios tocaban la piel de mi frente, quedándose ahí un buen tiempo.

—Perdón...—le dije entre lagrimas, pero el enseguida negó con su cabeza, acunando mi cara en sus manos y limpiando mis mejillas húmedas con la yema de sus dedos.

—¿Perdón de que Mia?, todo lo que paso no es tu culpa...—me aclara enseguida. —No te tortures así.

—Lo tendría que haber cuidado mejor.

—No, vos hiciste todo bien, pero a veces pasan cosas en las cuales cuesta entender el por que. —su tono de voz era sereno, de cierta manera me calmaba mucho.

—Lo peor es que vieron y escucharon todo. —tape mi cara unos segundos antes de seguir hablando.—Guido se enteró de la peor manera.

—Esta adentro, dale anda...—señala la puerta con su cabeza.

—No me debe ni querer ver. —me cruce de brazos negando.

—Mia, entra. —me mira fijamente, y yo por alguna razón, le creo.

Antes de entrar a la casa, me despido con un abrazo fuerte, y Pato me beso una vez mas la frente. Cuando vi que se fue, entre despacio y sin hacer mucho ruido.
Vi que no había nadie, y que un gran silencio se formaba en toda la casa; al instante supuse que estaba en su habitación.

Respire profundamente y camine hasta las escaleras, las subí despacio hasta llegar al piso de arriba donde estaba su habitación.
Cuando entre a esta, solo la luz tenue del velador iluminaba cierta parte de toda la pieza; Guido estaba acostado boca arriba, en cuero y con su brazo como almohada. Sus ojos estaban cerrados, pero su expresión era como si pensara en algo. Yo supuse que estaba medio dormido.

—Gui...—lo llame casi en un susurro, pero ni se inmutó.

Nerviosa jugué con mis manos, y apoye mi cuerpo en el marco del ropero, viendo fijamente a donde el estaba.

—¿Estas despierto?—le pregunto, y el acomoda su cabeza.

—Si. —me dice cortante, abriendo sus ojos y mirando fijamente el techo.

Pasaron unos minutos en donde había solo silencio, y el parecía no querer que yo esté ahí.

—Necesito que me hables, por favor. —me acerco un poco mas, hasta quedar parada en frente de el sobre el borde de la cama.

Cicatrices || Guido Armido Sardelli Donde viven las historias. Descúbrelo ahora