Lynn Loud Jr., capitana de su equipo de fútbol, es forzada a tomar clases de ballet, lo que la lleva a convivir con Giselle Westwood, su compañera en la escuela, una sofisticada bailarina, que es prejuzgada y molestada por Lynn. Aunque al principi...
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Narra Giselle
El pasillo de la escuela era un torbellino de actividad mientras me arreglaba frente al espejo de mi casillero. Mi cabello, perfectamente peinado, caía sobre mis hombros, y repasaba mentalmente mi lista de tareas mientras ajustaba el cuello de mi blusa. La mañana había sido un caos, pero este era mi momento para asegurarme de que todo estuviera en su lugar antes de enfrentar el día. Así es como me gustaba, con todo bajo control.
De repente, sentí una familiar presencia detrás de mí antes de escucharla. Mi corazón dio un pequeño salto, pero no me giré de inmediato. Sabía que era Lynn. Siempre había algo en el aire cuando ella estaba cerca, una energía que hacía que el espacio a mi alrededor pareciera cambiar.
—¿Preparándote para dominar el día o solo para verme? —su voz, suave pero con un toque de picardía, resonó detrás de mí.
Me giré lentamente, con una sonrisa juguetona en mis labios, tratando de mantener la compostura a pesar de que mi corazón latía más rápido. Allí estaba, con su uniforme algo desordenado, su cabello rebelde y esos brillantes ojos verdes que parecían siempre saber más de lo que dejaban ver. Lynn se apoyaba despreocupadamente en el casillero de al lado, con esa sonrisa ladeada que hacía que todo lo demás pareciera desvanecerse.
—Tal vez las dos cosas —respondí, levantando una ceja mientras me acercaba un poco más.
Antes de que pudiera decir algo más, Lynn dio un paso hacia mí, acortando la distancia entre nosotras con una naturalidad que siempre me dejaba sin aliento. Sus manos encontraron mi cintura, y sin pensarlo, mis brazos se deslizaron alrededor de su cuello. El mundo a nuestro alrededor parecía detenerse en ese momento. Sin una palabra más, ella se inclinó ligeramente y nuestras miradas se encontraron.
Y entonces, como si fuera lo más natural del mundo, sus labios tocaron los míos.
El beso fue suave, pero cargado de una electricidad que me recorrió de pies a cabeza. No era la primera vez que nos besábamos, pero cada vez sentía como si el suelo se desvaneciera bajo mis pies. Su boca era cálida, y su toque firme en mi cintura me hacía sentir segura, pero a la vez completamente vulnerable. Me perdí en el momento, en el roce de sus labios y la cercanía de su cuerpo.
Cuando nos separamos, nuestros rostros aún estaban muy cerca. Pude sentir su respiración, y no pude evitar sonreír. Lynn me miraba con esa chispa en los ojos, como si siempre hubiera sabido lo que iba a pasar, pero se deleitara en sorprenderme de todos modos.
—Buenos días —dijo en un susurro, sus labios todavía curvados en esa sonrisa traviesa.
—Buenos días —respondí con una sonrisa que no pude contener.
Mis manos permanecieron alrededor de su cuello, y sus manos en mi cintura, como si ninguna de las dos quisiera dejar ir el momento. Había algo en nuestra dinámica, esa mezcla perfecta de química y complicidad, que me recordaba a lo que siempre había admirado de las relaciones intensas. Como si, en medio de todo el caos, Lynn fuera el único punto fijo que me hacía sentir en casa.
