Lynn Loud Jr., capitana de su equipo de fútbol, es forzada a tomar clases de ballet, lo que la lleva a convivir con Giselle Westwood, su compañera en la escuela, una sofisticada bailarina, que es prejuzgada y molestada por Lynn. Aunque al principi...
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Narra Giselle
Había pasado el día entero en la escuela intentando concentrarme, pero las cosas seguían siendo extrañas. La tensión entre Lynn y yo aún colgaba en el aire, y aunque intentaba no pensar en ello, el recuerdo siempre estaba presente. Lo que más necesitaba en ese momento era paz, y sabía exactamente dónde encontrarla: en casa.
Al abrir la puerta principal, fui recibida por el aroma familiar que siempre flotaba en el aire. Había algo reconfortante en ese lugar; era como si todas mis preocupaciones desaparecieran en cuanto cruzaba el umbral. Y esta vez, ese sentimiento era aún más fuerte. No solo estaba regresando a mi refugio seguro, sino que alguien muy especial me esperaba allí.
—¡Mi chiquita! —escuché una voz cálida desde el fondo de la casa.
Levanté la vista rápidamente y mi corazón se llenó de felicidad al ver a Ophelia, la sirvienta de la familia que había sido mucho más que eso para mí. Desde que tengo memoria, Ophelia había trabajado para nuestra familia, y su presencia siempre simbolizaba amor y seguridad. Después de estar cuatro meses de vacaciones, finalmente había regresado.
—¡Ophelia! —exclamé, corriendo hacia ella con una sonrisa gigante.
Ophelia abrió los brazos y me recibió con un abrazo fuerte y cálido, como siempre hacía. En ese gesto había una calma especial, una sensación de que todo estaba bien en el mundo, al menos por ese pequeño momento. Me aferré a ella como si estuviera absorbiendo toda la serenidad que podía ofrecerme.
—Ay, mi niña, ¡cómo te he extrañado! —dijo Ophelia, apartándose un poco para mirarme con una sonrisa que iluminaba su rostro—. Mírate, has crecido... y esos ojitos... ¿qué ha pasado en mi ausencia?
Sonreí, pero era una sonrisa que no llegó completamente a mis ojos. —Nada... ya sabes, la escuela, la vida...
Ophelia frunció un poco el ceño, siempre tan perceptiva, pero no quiso presionarme. Sabía que hablaría cuando estuviera lista. En cambio, decidió cambiar de tema, con una chispa en los ojos.
—Bueno, pensé que mi niña necesitaría algo dulce hoy —anunció, dándome un leve empujoncito hacia la cocina—. Te he preparado tu pastel de vainilla favorito. Lo hice en cuanto llegué.
No pude evitar reír mientras la seguía hacia la cocina. No había nada más reconfortante que el pastel de vainilla que Ophelia preparaba. Era una de esas pequeñas tradiciones que habíamos compartido durante años, una señal de que todo estaba en su lugar.
Al pasar por el comedor, el dulce aroma del pastel recién horneado llenaba el aire, pero me detuve al ver que no estábamos solas. Sentada en la mesa estaba Aurora, mi hermana mayor, rodeada de libros y apuntes, claramente trabajando en algo importante. Frente a ella, había un chico que no reconocía, concentrado en su computadora portátil. Aurora levantó la vista al oír mis pasos y sonrió.
