34 | Mil ánforas de amor

609 65 304
                                    


Cede: 28 de Junio, 2010. San Francisco, California, E.U.A.


La marca de Atenea (3)


[ATENCIÓN: Este capítulo incluye contenido explícito +18; en caso de no ser de su agrado, se recomienda saltar la sección que se anunciará con asteriscos en negritas]


- Le voy a partir la cara.

- Sería encantador, pero no me parece el momento adecuado - replicó ella sin siquiera divisar a Octavian.

Seguían a los pies de la cuerda. Piper había llegado a arriba, Percy estaba en el medio para ayudar a quien viniese con rapidez y Annabeth se acercaba a él. Los romanos ya estaban a una nada de llegar y comenzaban a lanzar lo que tenían al al barco, destruyendo ballestas, remos y de más cosas. Por poco le acertaron una tapa de basurero al hijo de Poseidón.

Alicia sentía que se iba a desmayar con todo y su dolor de cabeza, pero se aferró a ese momento de su existencia y tomó a Costa en brazos. Lo escuchó quejarse, y supo que Octavian también lo había herido. Ahora debía ser más cuidadosa con él. Jason lo notó y se lo quitó.

- Déjamelo, yo lo llevo, empieza a subir.

Se afianzó de la escalera de cuerda y se retrajo con inmediatez. El corte en su palma izquierda era muy reciente y el roce en la soga le sacó sangre. El rubio la observó apesadumbrado.

- Abusó. Octavian no debía cortarte, no era necesario que lo hiciera. Fue puro capricho para herirte... - Jason subió un poco la cuerda y le alcanzó a Percy el cachorro. Después se regresó -. Yo te cargo.

Ella negó. Estaba cansada de sentirse como una inútil. Se desvendó la mano derecha y verificó que estuviera bien. La fractura ya había sanado, sólo debía reposar un poco. Usó esa tela para cubrirse con rapidez la palma de la otra. Y cuando los romanos los alcanzaron, ella ya iba subiendo. Percy le extendió la mano a medio camino y ella se la dio. Él acató a subirla haciendo que se saltase muchos escalones difíciles y por fin llegaron hasta arriba.

Alicia volvió la mirada hacia la cuerda y se asustó cuando no vio a Jason, pero entonces vio a cierto rubio que le metía un trancazo en la mandíbula al profeta que gritaba que atacaran a los griegos, y supo que ese era su semidiós. Se palmeó la frente exasperada.

Con dificultad, Jason se las arregló para esquivar los ataques de su gente así como los arqueros y terminó subiendo.

Quitaron la escalera de cuerda subiéndola para que nadie los siguiese. Tomaron un respiro con rapidez y todo sucedía en milisegundos. Entonces, vieron a Leo en la ballesta quien la cargaba para otro ataque. A Alicia se le cayó el alma a los pies.

- ¡Leo! - gritó Annabeth con horror -. ¿Qué crees que estás haciendo?

- Destruirlos - su voz sonó fría como la de un robot -. Destruirlos a todos.

El canto del Sol | Jason GraceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora