CATORCE

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IAN

Tres años antes.

Cuando llegué a casa, el sol ya comenzaba a descender, pintando el cielo de un naranja profundo. Había tenido una reunión interminable en la oficina y todo lo que quería era tomar una cerveza y hundirme en el sofá. El trabajo había sido una distracción útil en esos días. Cada vez que Jade y yo discutíamos, siempre encontraba refugio en mi oficina, ahogándome en cifras y contratos.

Pero esa tarde, todo se sentía diferente. El silencio en la casa era más pesado, como si estuviera esperando algo.

Sabía que todo esto acabaría pronto, la empresa ya estaba a mi nombre y Rebecca merece su lugar.... Pero en estos años con Jade todo se sentía diferente, con ella las cosas eran de otra forma

Abrí la puerta, llamándola sin pensar.

—Jade, ya llegué. —Mi voz resonó en el pasillo vacío, chocando contra las paredes. No hubo respuesta.

Dejé las llaves en la mesa del recibidor y pasé al salón, esperando encontrarla en el sofá, tal vez leyendo un libro o distraída con algo. Pero no había rastro de ella. Algo se sentía raro, fuera de lugar.

Subí las escaleras con paso lento, casi dudando si lo que sentía era paranoia o si realmente algo andaba mal. Al llegar a nuestra habitación, lo supe. El armario de Jade estaba abierto, pero más de la mitad de su ropa había desaparecido. Las perchas colgaban vacías, como testigos silenciosos de lo que acababa de suceder. El espacio que solía estar lleno de sus vestidos, chaquetas y zapatos ahora parecía un hueco en la casa... y en mi vida.

—No puede ser... —murmuré, mi corazón acelerándose.

Busqué alrededor, como si al hacerlo pudiera negar lo obvio. Las cosas pequeñas que solían ser suyas también faltaban: el perfume en la cómoda, las pulseras en la mesita de noche. Era como si ella hubiera dejado de existir en nuestra vida falsa compartida.

Me acerqué a la cama, y ahí, sobre las sábanas, lo vi: un sobre manila, sin nombre, pero ya sabía lo que contenía incluso antes de abrirlo. Sentí una punzada en el estómago al levantarlo, mis manos ligeramente temblorosas.

Lo abrí lentamente, como si estuviera alargando lo inevitable. Y ahí estaban.

Los papeles de divorcio que llevaba meses guardando en mi oficina, sin tocar.

Los mismos que Jade me había pedido varias veces que firmara, y a los que yo, terco como siempre, había evitado enfrentar.

La primera vez fue cuando le llegaron fotos mías con Rebecca, cuando le propuse esta tregua

Al verlos ahí, supe que esto era real. Jade se había ido. Esta vez, no era un simple amago o una pelea que se resolvería en la mañana siguiente. Ella se había marchado de verdad.

—Mierda, Jade... —murmuré para mí mismo, frotándome la cara con las manos, tratando de comprender lo que acababa de pasar.

Cogí el teléfono y marqué su número, pero ni siquiera timbró. Directamente a buzón de voz. Lo intenté de nuevo, con el mismo resultado. Sabía que era inútil, pero algo en mí se negaba a rendirse tan fácilmente.

Me dejé caer en la cama, con los papeles todavía en la mano.

Me negaba a creer que en el fondo sentía algo por ella, reafirmaba que yo amaba a Rebecca, se que es así Yo amo a Rebecca.

El silencio de la casa ahora me pesaba en los oídos. Decidí hacer algo que nunca había hecho en toda nuestra relación: leer los papeles de divorcio con detenimiento. No porque no los hubiera entendido antes, sino porque nunca quise enfrentar lo que significaban. Hasta ahora.

Amor Inesperado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora