☁️ capítulo 1 ☁️

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☁️ capítulo 1 ☁️

Hoy en día, el amor eterno y verdadero parece parte de una ficción, como buscar en el cielo nocturno una estrella fugaz y pedirle un deseo con la convicción de que se cumplirá.

Así de raro y fantasioso es hablar de amor eterno, pero Ana Ivette se sentía como la más afortunada con un novio como Aron Juncal, el amor de su vida. Llevaban catorce años de relación y estaban listos para iniciar una vida juntos como marido y mujer.

Por eso, había viajado a Ensenada para elegir el hotel donde sería la boda de sus sueños. No iba sola; sus amigas Conny y Marlene la acompañaban. También debía estar ahí Natalia, su mejor amiga desde la primaria, pero no pudo viajar con ellas.

Ana Ivette pronto descubrió la razón cuando recibió un mensaje de texto de su amiga Nat, que le decía que si había podido llegar a Ensenada.

Y le pidió qué se reunieran todas en un restaurante, Ana feliz le compartió la noticia a Conny  y Marlene y juntas fueron desde El restaurante del hotel adonde Natalia les pidió que se encontraran con ella.

Cuando Ana Ivette llegó al restaurante con sus amigas, lo que vio le hizo sentir que su corazón se partía. Frente a ella, con un descaro que solo podía definirse como cruel, vio como Natalia era besada de manera muy apasionada por Aron. Vio como sus manos se comportaban como tentáculos de pulpo sobre el cuerpo de la que pensaba era su amiga de toda la vida.

Aron estaba en un frenesí de pasión, aunque estaban en un lugar público. Jamás lo había visto así. Ana no pudo más y gritó:

— Aron, cómo pudiste —

En medio de las lágrimas, salió del restaurante y alcanzó a ver los flashazos de algunas cámaras. Al parecer, había paparazzi ahí. Se sintió destruida, cómo si todo su mundo perfecto se hubiera derrumbado.

Desesperada, corrió sin rumbo, perdida en su dolor.

Miraba al hermoso cielo azul de aquella tarde  que pensó que sería de alegría o al menos una tarde tranquila, viendo los preparativos para el primer día de su próxima nueva vida feliz,  todo se había convertido en un sueño lejano.

Recuerdos inundaban su mente de tristeza y dolor. Aron había sido su faro durante tanto tiempo en la vida, levantado con amor y paciencia en cada recaída que tuvo durante sus primeros años con el T.S.A qué había sufrido en su adolescencia.

Cómo iba a poder seguir adelante. No quería seguir. Iba a acabar con todo.

Llegó a un mirador, el Mar de Cortés. El oleaje rompía contra las rocas.

Sintió que ya no podía más. Miró hacia abajo, a las rocas donde rompían las olas, y luego al cielo. Cuando estaba a punto de hacerlo, un ladrido la asustó, sacándola del trance y haciéndola retroceder.

Después, un perro labrador empezó a hacerle fiestas y ella no supo qué hacer. Justo después de que el perro juguetón llegara, apareció un muchacho.

Era un hombre alto, delgado pero atlético, con cabello corto y negro rizado que se movía con la brisa marina. Su piel era blanca y usaba un pantalón color hueso y una camisa blanca.

Cuando Ana vio al muchacho, enojada, le dijo:

— Este es tu perro.

El cielo de  Ana  Ivette  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora