☁️ Capituló 8 ☁️

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☁️ Capituló 8 ☁️

Gabriel suspiró profundamente, su rostro reflejando una mezcla de resignación y determinación.

—Iré —dijo finalmente—, pero solo para agradecer el interés.

Ana Ivette sonrió, su mirada brillante de satisfacción.

—Eso es todo lo que te pido, Gabriel —dijo—. Solo dame la oportunidad de que Artemio te escuche y vea tu talento.

Gabriel sacudió la cabeza.

—No, Ana. No quiero crear falsas esperanzas. Iré solo para agradecer el interés y por tu amabilidad y la de Pavel, pero nada más.

Ana Ivette asintió, comprendiendo la postura de Gabriel.

—Entiendo, Gabriel. Pero no te preocupes, no hay presión. Solo sé tú mismo y deja que tu música hable por sí misma.

Gabriel se encogió de hombros, su rostro aún mostrando cierta indecisión.

—Está bien. Iré.

Robby, sintiendo que la tensión había disminuido, se acercó a Gabriel y le lamió la mano, como si celebrara la decisión.

Ana Ivette se levantó y se dirigió hacia la puerta. —Vamos, Gabriel. Te llevaré a la disquera. Artemio te está esperando.

Gabriel se levantó lentamente, su mirada seguía siendo escéptica, pero su corazón comenzaba a latir con una chispa de esperanza.



Ana Ivette y Gabriel llegaron a la disquera por segunda vez y fueron directamente hasta el último piso, donde se encontraban las oficinas directivas de la empresa. Una secretaria curvilínea y con voz amistosa les indicó que se sentaran a esperar.

Mientras esperaban, Ana Ivette no pudo evitar pensar en el padre de Aron,

Artemio. Siempre le pareció un hombre de negocios con una debilidad muy notable por las mujeres. Tenía un récord de secretarias y mujeres hermosas a su alrededor, y desde que se quedó viudo, parecía que no había cambiado su estilo de vida.

Ana Ivette se rió internamente al pensar en cómo había sido tonta al no considerar que Aron podría ser infiel, teniendo en cuenta el antecedente de su padre. Siempre había pensado que Aron era diferente, pero ahora se daba cuenta de que la manzana no cae lejos del árbol.

La secretaria, que se llamaba Valeria, los invitó a pasar con una sonrisa. —Por favor, pasen. El señor Artemio los está esperando.

Ana Ivette se levantó y Gabriel la siguió, su rostro aún mostrando cierta nerviosidad. Valeria los guió hasta la oficina de Artemio, que estaba ubicada en el extremo del pasillo.

Al entrar en la oficina, Ana Ivette vio a Artemio sentado detrás de su escritorio, un hombre maduro y atractivo con un aire de confianza y autoridad. Sonrió al verlos y se levantó para saludarlos.

—Ana, Gabriel. Gracias por venir. Estoy emocionado de escuchar más de tu música, Gabriel.

Gabriel se inclinó ligeramente, su rostro serio. —Gracias por la oportunidad, señor Juncal.

Artemio se rió.

—Por favor, llámame Artemio. No necesitamos formalidades aquí.

Gabriel extendió la mano y Artemio la tomó, estrechándola con firmeza. Al mirar mejor al muchacho frente a él, sintió una familiaridad que no pudo explicar. Era como si hubiera visto a Gabriel antes, pero no podía recordar dónde.

Gabriel comenzó a hablar, su voz llena de dudas.

—Artemio, estoy muy agradecido por su interés, pero no sé si de verdad valdría la pena grabar con ustedes... No por usted, claro, sino porque yo soy... Bueno, soy más bien... No soy como toda esa gente a la que usted tiene como artistas.

El cielo de  Ana  Ivette  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora