✨ Capituló 38 ✨
Gabriel caminaba por el estudio, su mente consumida por la oscuridad que lo rodeaba. Se detuvo en el piano, su refugio habitual, y sus dedos rozaron las teclas con nostalgia. Intentó tocar una nota, pero cuando presionó el dedo, no escuchó nada. El silencio era opresivo.
Hacía días que estaba así, sin poder oír su música, sin poder oír las notas que antes fluían con tanta facilidad. Era como si su alma estuviera muda, y eso lo enfurecía.
Gabriel golpeó el piano con fuerza, haciendo que los objetos cercanos temblaran. Su frustración y rabia se desbordaron en un grito desesperado, ya que no podía expresar su dolor a través de la música.
— ¿Por qué? — se preguntó, su voz temblaba llena de desesperación —. ¿Por qué no puedo escuchar mi música?
Su mente estaba llena de preguntas sin respuestas, y su corazón estaba lleno de dolor. La música había sido siempre su escape, su refugio, y ahora se sentía vacío y sin alma.
Gabriel se levantó del piano y se dirigió hacia la pared, golpeándola con fuerza, como si pudiera liberar su frustración de esa manera. Pero el dolor solo se intensificó, y se sintió más perdido que nunca.
— No puedo seguir así — se dijo, su voz quebrada—. No puedo vivir sin mi música.
En ese momento, Ana entró en el estudio, preocupada por el ruido.
— Gabriel, ¿estás bien? — preguntó, acercándose a él.
Gabriel se volvió hacia ella, su rostro lleno de dolor y frustración.
— No puedo oír mi música — dijo, su voz llena de lágrimas —. No puedo oírla.
Ana lo abrazó, intentando calmarlo.
— Estoy aquí para ti, Gabriel — dijo — pero necesitas ayuda de un profesional ya no podemos esperar más.
Gabriel y Ana llegaron al consultorio del psiquiatra, un espacio tranquilo y acogedor. La recepcionista los saludó y les pidió que se sentaran en la sala de espera.
Después de unos minutos, el psiquiatra, el doctor Hernández, salió a recibirlos. Era un hombre amable y profesional, con una sonrisa cálida.
— Buen día, Gabriel. Buen día, Ana. Por favor, síganme.
Los guió hacia su consultorio, un espacio privado y confortable con un escritorio y dos sillones.
— Por favor, siéntense — dijo el doctor Hernández, indicando los sillones.
Gabriel se sentó en uno de los sillones, con Ana a su lado. El doctor Hernández se sentó en su escritorio, con una libreta y un bolígrafo.
— Gabriel, Ana me ha explicado un poco sobre lo que está pasando — comenzó el doctor —. Me gustaría que me contaras más sobre tus sentimientos y experiencias.
Gabriel se sintió un poco incómodo, pero Ana le tomó la mano, dándole apoyo.
— No te preocupes, Gabriel — dijo Ana —. Estoy aquí para ti.
Gabriel respiró hondo y comenzó a explicar su situación: el colapso mental, la pérdida de su capacidad para escuchar su música, los pensamientos confusos y la sensación de vacío.
El doctor Hernández escuchó atentamente, tomando notas en su libreta.
— ¿Cuándo empezaste a sentir estos síntomas? — preguntó.
Gabriel pensó un momento antes de responder.
— Después de que Artemio me dijo que era mi padre — dijo.
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El cielo de Ana Ivette
AléatoireAna Ivette, una modelo exitosa, viaja a Ensenada para supervisar los preparativos de su boda con Aarón. Sin embargo, su felicidad se derrumba cuando descubre la infidelidad de su prometido. Destrozada, Ana Ivette se encuentra con Gabriel, un joven c...