✨ capitulo 37 ✨

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✨ Capituló 37 ✨

Ana entró en la recámara y se encontró con Gabriel pegado a la cabecera, tapándose la cabeza con las manos y llorando desconsoladamente. Su cuerpo se sacudía con sollozos intensos, y su respiración era entrecortada.

— Gabriel — dijo Ana, acercándose a él con suavidad —. Estoy aquí. ¿Qué pasa?

Gabriel no respondió, sino que siguió llorando, su dolor y angustia eran evidentes.

Ana se sentó junto a él en la cama y lo abrazó con cuidado, intentando calmarlo.

— Estoy aquí, Gabriel — repitió —. No estás solo. ¿Qué te pasa? ¿Qué te hizo despertar así?

Gabriel lentamente bajó sus manos de su cabeza y se volvió hacia Ana, su rostro bañado en lágrimas.

— La oí — dijo, su voz temblando —. La oí a mi mamá... y a Artemio... y a Natalia. Todos están en mi cabeza.

Ana lo estrechó más fuerte.

— lo siento  Amor — dijo con suavidad —Tranquilo, no es real... estás conmigo. Todo estará bien .

Gabriel se aferró a Ana, buscando consuelo en su abrazo.

— No puedo hacer esto — dijo, su voz llena de desesperación —. No puedo enfrentar todo esto solo.

Ana lo acunó.

— No estas solo — dijo —. Estoy aquí para ti. Siempre estaré aquí para ti.

Esa noche Ana no dejó solo a Gabriel en ningún momento.

La mañana del día después era fría y nublada. Ana Ivette salió del vestidor usando un traje deportivo; esa mañana no se iría a la casa de modas. No después de cómo había estado Gabriel durante la noche. Le preparó algo de desayunar y lo animó a ir a la terraza para que desayunara al aire libre.

Se sentaron juntos y Gabriel estaba mucho más tranquilo, pero no era una tranquilidad típica. Más bien se encontraba demasiado relajado por los medicamentos que el doctor Ramírez le había dado. Ana se preguntaba cómo estaría después de que se le quitara el efecto.

— ¿Te sientes mejor? — preguntó Ana, observando a Gabriel con preocupación.

Gabriel asintió con la cabeza.

— Sí, gracias Ana. Solo necesito... tiempo.

Ana le tomó la mano, intentando transmitirle calor y consuelo.

— Lo tienes, Gabriel. Todo el tiempo que necesites.

El doctor Ramírez había sido claro: debían dejar de utilizar los medicamentos después de la siguiente toma. No eran para usar de manera habitual y debían ir con un especialista para tratar el shock emocional. Él solo era médico familiar y solo había llegado a atender la emergencia por pedido de Artemio.

— ¿Qué vas a hacer, Gabriel? — preguntó Ana, su voz suave. — ¿Vas a hablar con Artemio?

Gabriel se encogió de hombros, su expresión vacía.

— No lo sé, Ana. No sé qué hacer.

Ana se acercó a él y lo abrazó.

— Estoy aquí para ti, Gabriel. No importa lo que pase.

Gabriel se sintió rodeado por el calor y la compasión de Ana, y por un momento, se permitió olvidar el dolor y la confusión que lo consumían.

— Vas a trabajar hoy — preguntó Gabriel, tratando de tener una conversación normal con su novia.

El cielo de  Ana  Ivette  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora