☁️Capituló 2 ☁️
Ana Ivette regresó a la Ciudad de México con un propósito claro: terminar su relación con Aarón y detener los preparativos iniciales de una boda que ya no se realizaría.
La confección de su vestido de novia, que ya estaba en marcha, fue cancelada de inmediato.
Después, citó a Aarón para terminar la relación, aunque sinceramente no creía que debía dar explicaciones. Sin embargo, decidió hacerlo para cerrar ese capítulo de su vida.
Aarón trató de excusarse, diciendo que fue Natalia quien lo engatusó y se metió entre ellos porque le tenía envidia a Ana Ivette. Pero Ana no se dejó convencer por sus palabras.
— No fue Natalia quien te engañó, Aarón — dijo Ana, mirándolo con firmeza —. Fuiste tú quien tomó la decisión de besuquearte con ella en un restaurante, delante de todos. No hay excusas para eso.
Aarón se quedó callado, sin saber qué responder.
En el fondo Sabía que había fallado y que no había forma de recuperar la confianza de Ana.
Pero Arón Juncal no era de los que renunciaban a lo que era suyo.
— Lo siento — dijo finalmente —. No sé qué pasó. Me equivoqué.
— No te equivocaste — corrigió Ana —. Tomaste una decisión consciente. Y ahora, enfrenta las consecuencias.
Ana se levantó de la silla, indicando que la conversación había terminado.
— Adiós, Aarón. Espero que encuentres lo que estabas buscando.
Aarón se quedó sentado, solo y derrotado, mientras Ana se marchaba sin mirar atrás.
Mientras salía del lugar, Ana se sintió liberada. Había cerrado un capítulo de su vida y estaba lista para comenzar otro. Pensó en Gabriel, el hombre ciego que había conocido en Ensenada, y sonrió. Tal vez, la vida le tenía reservadas sorpresas mejores de las que había imaginado.
Gabriel bajó las escaleras de la casa de estilo colonial, típica de las construcciones antiguas de Ensenada. Su bastón blanco plegado en una mano y con la otra se agarraba del barandal de madera negra, pulido por el paso del tiempo.
Cuando llegó al piso de abajo, escuchó la voz vetusta de una mujer:
— Gabriel, Gabriel, ven.
Camina hacia donde provenía la voz y entró en el pequeño despacho de la profesora Carlota Reverte. Ella estaba sentada en su sillón favorito, un antiguo sillón de cuero repujado, y le sonrió:
— Buenos días, anoche tardaste un poco más de lo normal en regresar a casa.
— Es que me distraje un poco más, tía... ¿Necesita algo? — preguntó Gabriel.
— Tengo una noticia no muy agradable para nosotros — dijo la profesora Carlota, su voz ligeramente seria — mi Sobrino Benjamín y Loretta, su mujer, vienen de visita.
Gabriel se encogió de hombros.
— Vaya, seguro Benjamín la extraña mucho — dijo.
Gabriel tenía dieciséis años cuando llegó a esa casa y desde ese día lo único que quería es ser el hijo adoptivo más agradecido y dedicado, sabía que no cualquiera adoptaría a un adolescente que además estaba ciego y tenía la empatía de entender que el solo tenía una madre aunque ya no estuviera viva y decirle la primera noche, que podía llamarla tía si eso lo hacía sentir más cómodo.
Por esas razones y otras más Gabriel buscaba retribuirle con compañía y cuidados
La profesora Carlota sacudió la cabeza.
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El cielo de Ana Ivette
RandomAna Ivette, una modelo exitosa, viaja a Ensenada para supervisar los preparativos de su boda con Aarón. Sin embargo, su felicidad se derrumba cuando descubre la infidelidad de su prometido. Destrozada, Ana Ivette se encuentra con Gabriel, un joven c...