☁️ Capituló 15 ☁️

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☁️ Capituló 15 ☁️


Gabriel estaba en el camerino, terminando de abotonar su camisa negra lisa. El contacto con la tela lo hizo evocar los recuerdos de lo que pasó entre Ana Ivette y él la noche que se probó el traje por primera vez.

Revivió la sensación de tener a Ana tan cerca, sentir su piel suave estremecerse bajo su toque.

—Gabriel, a escena —dijo Pavel.

—Claro —respondió Gabriel, tomando una respiración profunda. Caminó agarrando su bastón y desplegándolo para guiarse. Salió y Pavel lo fue guiando con la voz—. Sígueme —decía.

—¿Y Ana? —preguntó Gabriel.

—Está ya en su sitio, no te preocupes hombre. Ya lo ensayaron —respondió Pavel—. Sígueme, es por aquí.

Llegaron a la parte baja del escenario, a la plataforma que subiría en el centro del escenario. Pavel lo ayudó a ponerse en posición—. Ya está, dame tu bastón —pidió.

Gabriel sintió que su corazón latía muy rápido y por un momento pensó que no iba a poder, pero se lo entregó. Otra persona acomodó el micrófono de diadema ideal para cuando, aparte de cantar, se bailaba. Pavel dijo:

—No te muevas ni un poco hasta que la plataforma esté ajustada en la tarima. ¡Suerte!

Se alejó de él y Gabriel se quedó solo con los latidos de su corazón.

—Y con ustedes —dijo una voz desde arriba del escenario—, el nuevo artista revelación de Sonido Vivo, Gabriel Reverte.

La plataforma se movió, subiendo, y Gabriel escuchó los gritos y la música de su canción, "Noches de sal y luna". De repente, sintió la fragancia de Ana y eso le dio la fuerza para iniciar con más confianza. Comenzó a cantar.

Ana Ivette bailaba con él aquella canción que los había hecho comprender que se amaban y deseaban con locura. La gente quedó impresionada con el performance de aquel músico desconocido.

Gabriel se lució en una noche llena de otros artistas más famosos que él, pero era como si su presentación fuera algo irrepetible. Y sí que lo fue. Gabriel entregó todo de sí, de un modo que solo Ana podía provocar.

Aron vio la presentación desde su teléfono por internet y, para él, estaba claro que algo había pasado entre Ana y el ciego. Arrojó su teléfono, furioso, cuando escuchó como la gente aplaudió al final de la presentación.




Ana Ivette entró en su recámara, aún embriagada de Gabriel. Deseaba tanto dormir en sus brazos, pero al mismo tiempo temía que estuvieran yendo muy rápido, así que no se precipitó. Durmió pensando en sus besos y en su voz.

Al día siguiente, se encontró con sus padres desayunando. Ambos parecían serios.

—¿Qué tal estuvo anoche? —preguntó Román.

—Bien, todo fue excelente —respondió Ana, tratando de mantener la calma.

—Vimos algunas imágenes de la presentación —dijo Brenda.

—Sí —dijo Ana, bebiendo de su jugo para disimular la sonrisa que se le empezaba a formar en la cara.

—Ese chico, Gabriel, es un estuche de monerías —dijo Román.

— al rato nos va a salir con que conduce a pesar de su ceguera— añadió.

—Ya hay autos que se conducen solos, papá —dijo Ana, sonriendo—. Pero Gabriel aún no tiene un auto de esos pero te apuesto a que si tiene la oportunidad lo hace porque él es así de valiente

El cielo de  Ana  Ivette  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora