El día siguiente fue extraño. Todo parecía continuar como si nada, pero algo había cambiado. Richard y yo habíamos aclarado nuestras emociones, y aunque no dijimos mucho más esa tarde, lo que habíamos hablado había dejado una huella profunda en ambos. Sabíamos que las cosas entre nosotros no serían fáciles, pero al menos ya no estábamos en la incertidumbre.
Me levanté esa mañana con una sensación de calma que no había sentido en semanas. Era como si, por fin, el peso de la confusión y la incertidumbre hubiera desaparecido, dejándome solo con la claridad de lo que realmente quería. Richard. Quería estar con él. No importaba la situación o lo que las demás personas pudieran decir.
Mi teléfono sonó mientras preparaba el desayuno, y al ver la pantalla, me di cuenta de que era él. Sin pensarlo, contesté.
—Hola —dije, con una sonrisa en la voz.
—Hola, Sarita, ¿cómo estás? —su voz era suave, con una nota de ternura.
—Bien. Solo que aún estoy digiriendo lo que hablamos ayer… pero me siento más tranquila. —Me acerqué a la ventana, mirando el cielo despejado. La luz del sol era cálida, y por alguna razón me hacía sentir que todo estaba en su lugar.
—Yo también. —Hizo una pausa, y pude sentir cómo su respiración se volvía un poco más pesada. —¿Te parece si te paso a ver luego? Tengo un par de horas libres entre entrenos y la prensa.
Mi corazón dio un salto. La idea de verlo otra vez me hacía sonreír sin control.
—Claro, ven cuando quieras.
Me despedí y colgué, sintiendo esa pequeña chispa de emoción recorriendo mi cuerpo. No podía negar que mi corazón latía más rápido solo de pensar en verlo de nuevo. Era increíble cómo la simple idea de estar con él me llenaba de energía. Aunque sabía que aún quedaba mucho por resolver, en ese momento solo me importaba disfrutar cada momento.
No pasó mucho tiempo antes de que Richard llegara a mi casa. Estaba con su camiseta de entrenamiento y unos jeans rotos que le daban un aire relajado y casual. A pesar de lo simple de su atuendo, siempre lucía bien.
—Hola —dijo con una sonrisa, cuando le abrí la puerta.
—Hola —respondí, intentando ocultar mi entusiasmo. Pero seguramente lo pude ver en mi expresión.
Él se acercó, me abrazó de manera firme y cálida, y por un segundo, todo lo que nos rodeaba desapareció. Era como si estuviéramos en nuestra pequeña burbuja, ajenos al mundo exterior.
—Te extrañé —murmuró en mi oído.
—Yo también… —le susurré, cerrando los ojos por un momento.
Nos sentamos en el sofá de la sala. La conversación comenzó de forma ligera. Hablamos de cosas cotidianas, de cómo iban los entrenamientos, de mi trabajo, y de lo que teníamos planeado para los próximos días. Pero sabía que pronto, la verdad que nos habíamos guardado sería el tema principal de nuestra conversación. No podíamos seguir evitando lo que realmente importaba.
—Estaba pensando… —dijo Richard, rompiendo el silencio entre nosotros. Me miró de manera seria, como si no pudiera esperar más para aclarar lo que le rondaba por la cabeza. —Sé que dijimos que íbamos a seguir adelante y ver qué pasa, pero ¿qué significa eso realmente? ¿Qué pasa con nosotros? No quiero que esto se quede en algo ambiguo.
Mi estómago se apretó ante su pregunta. Sabía que estábamos caminando por un terreno delicado, pero también entendía que no podíamos seguir dando pasos en la oscuridad.
—Para mí… —dije, respirando profundo. —Significa que quiero que estemos juntos. No importa lo difícil que sea o lo que otros piensen. Me haces feliz, y quiero seguir viéndote, porque no puedo dejar de pensar en ti.
Richard se quedó en silencio por un momento, y pude ver cómo sus ojos brillaban con algo más que el simple interés. Era una mezcla de miedo y esperanza, algo que ambos sentíamos, pero que ninguno quería aceptar completamente.
—Yo también quiero estar contigo. —Me miró con una intensidad que me hizo sentir todo el peso de sus palabras. —Pero no va a ser fácil. Y no solo por mi carrera o por la presión de todo lo que viene… sino porque tengo miedo. Miedo de fallarte.
Me acerqué a él y tomé su mano, apretándola con fuerza.
—No tienes que tener miedo, Richard. Lo único que quiero es que estemos juntos. Y lo enfrentaremos juntos, pase lo que pase.
Nos quedamos en silencio, simplemente disfrutando del momento. Podíamos hablar de todo lo que venía después, de las dificultades, pero lo que más importaba en ese instante era que estábamos en el mismo camino, queriendo lo mismo.
Richard me miró con una sonrisa tímida y me besó. No era un beso apresurado ni impulsivo, sino un beso lleno de promesas no dichas, de un futuro que aún no sabíamos qué nos depararía, pero que estábamos dispuestos a vivir.
Esa tarde fue tranquila, llena de risas y conversaciones, pero también de silencios cómodos que hablaban más que cualquier palabra. Mientras estábamos juntos, me sentía más fuerte, más segura de mí misma y de lo que podía ser nuestra relación.
Pero sabía que el camino no sería fácil. Había desafíos por delante, y la presión que venía de ser su novia, una parte importante de su vida en medio de su carrera, sería complicada. No obstante, estaba lista para enfrentar lo que viniera. Después de todo, había algo más grande entre nosotros, algo que valía la pena.
Y esa tarde, entre risas, caricias y un beso que sellaba un nuevo comienzo, entendí que no importa cuán difícil se volviera la vida, siempre elegiría estar con él.
—Estoy lista, Richard. —Le susurré en la oreja, como una promesa. Y él, con su mirada llena de cariño, me respondió:
—Yo también, Sarita.