El día había llegado. No era cualquier día, era el día en el que nuestras vidas iban a cambiar para siempre. Richard y yo estábamos de pie en el altar, rodeados de amigos, familiares y seres queridos. Las flores blancas que adornaban el salón se mezclaban con la luz cálida que entraba a través de los ventanales. Todo se veía perfecto, como si el destino hubiera planeado este momento para nosotros.
Mis manos temblaban levemente. No era por los nervios, no al menos por los típicos nervios que se sienten antes de dar el “sí”. Era más bien la mezcla de emociones que se habían acumulado a lo largo de todo este tiempo. Desde el principio, parecía que estábamos condenados a vivir en un constante tira y afloja, pero, aquí estábamos, dispuestos a comenzar un nuevo capítulo. Lo que más me sorprendía era cómo Richard había cambiado. El hombre que hoy se paraba frente a mí no era el mismo que conocí al principio. Había crecido, y yo también lo había hecho. Aprendimos a darnos el uno al otro lo que necesitábamos, y lo mejor de todo, sabíamos que no había más secretos entre nosotros.
Mi madre, que se encontraba a mi lado, me lanzó una sonrisa de complicidad, mientras que mi padre observaba con una mezcla de orgullo y un poco de nostalgia. De alguna manera, el día de hoy era más que una celebración, era una señal de que todo el sufrimiento que habíamos pasado, las lágrimas y los días de incertidumbre, habían valido la pena.
Ahí estaba yo, parado frente a la mujer con la que había decidido compartir mi vida, en uno de los momentos más importantes de nuestra historia. Si me lo hubieran preguntado hace unos meses, no habría podido imaginarme aquí, con el corazón lleno de esperanza. La verdad es que, durante tanto tiempo, el miedo al fracaso me había impedido ver lo que realmente importaba. Pero ahora, al mirar a Sara, sabía que no podía haber tomado otra decisión.
Había sido difícil, claro. No todo había sido fácil. El amor no lo es. Pasamos por tantas cosas juntos: la confusión, las inseguridades, los errores y las decisiones equivocadas. Pero lo más importante es que lo superamos. Lo peor había quedado atrás. Y, por fin, estábamos listos para lo que venía. Con ella a mi lado, todo parecía más sencillo.
Sus ojos brillaban mientras me miraba. Y no pude evitar sonreírle, porque sabía que estábamos en el mismo lugar, el mismo sentimiento, el mismo futuro por construir.