Luchemos

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El aire era pesado esa tarde, y mi mente estaba completamente abrumada

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El aire era pesado esa tarde, y mi mente estaba completamente abrumada. Había pasado casi todo el día solo, en mi departamento, intentando ordenar los pensamientos que se apilaban en mi cabeza. No había logrado encontrar paz en ningún rincón de mi mente. Había decidido alejarme de Sara, pero la realidad era que no había encontrado consuelo en la distancia. Al contrario, cada minuto sin ella era un recordatorio más fuerte de que había tomado la decisión equivocada.

Sara había llegado al parque, justo donde habíamos quedado, y por alguna razón, el verla ahí, con esa mirada que mezclaba confusión y tristeza, me hizo darme cuenta de cuánto la necesitaba. Pero no era tan simple. Lo que había en mi interior era más complicado que un simple "te extraño".

Me senté en una banca, el frío empezaba a apoderarse de la tarde, y el silencio entre nosotros era insoportable. No sabía cómo empezar, ni siquiera sabía si debía hablar primero. Sabía que ella esperaba alguna explicación, pero las palabras no eran fáciles. Al final, fue Sara quien rompió el silencio.

—Richard, ¿qué estás pensando? —preguntó, su voz suavemente cargada de miedo y de incertidumbre.

La pregunta no era fácil de responder. Me costaba admitirlo, pero no sabía qué estaba pasando conmigo. Había tomado distancia, como siempre lo hacía cuando las cosas se complicaban, pero esta vez era diferente. Me estaba alejando de alguien a quien realmente amaba. Y lo peor de todo es que no sabía si había una solución.

—Sara... —mi voz salió más quebrada de lo que esperaba—, no sé si lo que estoy haciendo está bien. Estuve pensando todo el día... y no sé si lo que siento por ti es suficiente para superar todo lo que nos rodea.

Me miró, su rostro marcado por la angustia. No pude soportar verla así, pero no podía decirle que todo se solucionaría con palabras bonitas. Lo que sentía era más complejo de lo que yo mismo podía entender.

—¿Entonces, por qué lo hiciste? ¿Por qué te alejaste si aún sientes algo por mí? —dijo, la frustración ahora tomando el control de su tono.

Suspiré, cerré los ojos por un momento, y traté de juntar los pedazos de mi vida que se sentían desmoronados. La verdad era que, aunque amaba a Sara, la presión de todo lo que estaba ocurriendo alrededor de nosotros me había vencido. La carrera, mi vida pública, mi relación con Natalia... Todo parecía pesar sobre mis hombros como una tonelada de concreto.

—Porque... —dudé, intentando encontrar una salida, pero las palabras no querían salir—, porque no sé cómo manejarlo, Sara.

Ella se quedó en silencio, sus ojos se hundieron en los míos. Había algo en su mirada que me decía que ella también lo sentía, pero que no podía seguir esperando que yo tomara el control.

—Entiendo, Richard. —Su voz era tranquila, pero su expresión lo decía todo: ella estaba cansada de esta incertidumbre.

Me dolía verla tan fuerte, tan decidida. Y aunque sentía que tenía razón, no quería que todo terminara así. No con la primera vez que nos habíamos permitido ser sinceros el uno con el otro.

No sé cuánto tiempo pasó en silencio, pero finalmente, ella rompió esa quietud que había entre nosotros.

—No sé si puedo seguir esperando a que todo se resuelva solo —dijo, sus palabras cortando el aire como una daga.

Sabía que no tenía derecho a pedirle paciencia. Sabía que ya la había lastimado lo suficiente, pero no podía dejar que este fuera el final. No cuando, en el fondo, sabía que aún quería estar con ella. No con Natalia. No con las luces de mi carrera.

—No te estoy pidiendo que me esperes, Sara. Pero tampoco quiero que te vayas —le dije, la voz más sincera que pude—. Sé que te fallé, y no sé si tengo el derecho de pedir otra oportunidad. Pero te prometo que, si la tomas, voy a luchar por nosotros.

Ella se quedó en silencio un momento, mirándome como si estuviera decidiendo si debía creerme o no. La tensión era palpable, y el silencio entre nosotros me estaba matando.

—¿Y qué pasa con Natalia? —preguntó al fin, su tono más calmado, pero cargado de dudas.

Esa fue la pregunta que más temía. Sabía que no había forma de justificar mi relación con Natalia frente a ella. No era fácil aceptar que había metido la pata, que había dejado que las cosas se complicaran tanto sin pensar en el impacto que eso tendría en la persona que amaba.

—Natalia... No sé si realmente estamos bien. —Me quedé en silencio por un momento, luchando contra las palabras que se atoraban en mi garganta—. Estuve con ella porque era lo que creía que debía hacer, pero no era lo que quería. Y ahora lo sé. Te quiero a ti, Sara. Y si eso significa tomar una decisión, entonces lo haré.

El alivio fue inmediato, pero no lo suficiente como para borrar todo lo que había pasado. Me senté junto a ella, mirándola por primera vez sin la barrera de la culpa, la tristeza o el miedo.

Ella respiró hondo, finalmente entendiendo el peso de mis palabras. Y después de un rato de silencio, ella me miró con una expresión que, aunque aún era cautelosa, mostraba un destello de esperanza.

—Entonces, luchémoslo. —Fue lo único que dijo, pero esas palabras fueron suficientes.

Me acerqué, tomándola de la mano, con la promesa de que no dejaría que este fuera el final. No lo haría. No después de todo lo que habíamos pasado.

El silencio entre nosotros ya no era tenso, sino que era el silencio de la decisión tomada. A partir de ese momento, íbamos a luchar por lo que sentíamos. Ya no importaba cuánto tiempo tomaría, ni cuántos obstáculos había en el camino. Lo importante era que estábamos juntos en esto, y que, aunque no tenía todas las respuestas, estaba listo para hacer lo que fuera necesario para arreglar lo que había roto.

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