¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Habían pasado semanas desde el viaje a Brasil, y a pesar de que la vida continuaba con su rutina diaria, mi mente seguía dando vueltas a todo lo que había sucedido. Richard y yo habíamos decidido darnos un tiempo para pensar, pero la verdad es que el tiempo solo me había hecho darme cuenta de lo mucho que lo necesitaba a él en mi vida.
Al principio, creí que podía olvidarme de él. Que si lo ignoraba, si me concentraba en mi trabajo y en mis estudios, si simplemente me mantenía ocupada, las cosas serían más fáciles. Pero no. Richard no era algo que pudiera ignorar. Su presencia, aunque distante, seguía marcando cada momento de mi día. Las fotos de él en Instagram, las noticias de sus partidos, las bromas de mis amigos… todo me lo recordaba.
El partido del sábado anterior había sido una de las cosas más impactantes que había vivido, pero lo más grande de todo era lo que significaba para mí, aunque no lo dijera en voz alta. Verlo en la cancha, todo enfocado y tan apasionado por lo que hacía, me hizo darme cuenta de lo importante que era para mí. Cada vez que me cruzaba con sus ojos, el mundo alrededor desaparecía, y solo estábamos él y yo.
Me levanté de la cama esa mañana con una mezcla de emociones. Sabía que tenía que hablar con él. Habíamos decidido tomar las cosas con calma, pero yo no podía seguir viviendo en esta incertidumbre. Si estaba en lo correcto, si de verdad lo que sentía por él no era algo pasajero, entonces no podía seguir callando.
Me preparé como si fuera un día cualquiera, aunque sabía que no lo era. Me puse unos jeans cómodos, una camiseta blanca y una chaqueta ligera. Mi cabello lo dejé suelto, sin mucho esfuerzo, pero con la intención de no parecer demasiado arreglada. En mi mente, estaba tratando de darme valor. Decidí ir a su casa sin pensarlo mucho más. Lo necesitaba. Lo quería ver. No para hablar de lo que habíamos pasado, sino para ver qué éramos ahora, después de todo.
Con el celular en la mano, salí a la calle y me dirigí hacia su casa. Cada paso que daba, la tensión se acumulaba más y más en mi pecho. Mis manos temblaban un poco. Sabía que al llegar a su puerta, no habría vuelta atrás.
Cuando llegué, vi su coche estacionado frente a la casa. Respiré profundo, tratando de calmarme. Lo llamé. No me respondió al principio. Pasaron unos minutos, y mi nerviosismo aumentaba. ¿Estaría ocupado? ¿Tendría miedo de verme?
Finalmente, el teléfono sonó.
—Hola —respondió con una voz tranquila, como si no le sorprendiera mi llamada.
—Hola, Richi, soy yo… ¿Puedo verte? —le pregunté, casi sin pensarlo.
Hubo una pausa. No era larga, pero me hizo sentir como si el tiempo se hubiera detenido.
—Claro… aquí te espero —dijo él, con un tono suave, casi serio.
Me tomó un par de minutos llegar a su puerta. Al hacerlo, respiré hondo. No sabía qué esperar. No sabía si íbamos a discutir o si él me recibiría con una sonrisa. Pero lo que me esperaba fue algo que no pude anticipar. Cuando la puerta se abrió, allí estaba él, con su camiseta deportiva, su cabello despeinado y una mirada intensa, como si estuviera esperando algo importante de mí.
—Hola —dijo, y me hizo un gesto para que entrara.
Entré sin decir mucho, pero cuando cerró la puerta detrás de mí, el silencio entre nosotros se volvió palpable. Nos sentamos en el sofá. Ni él ni yo decíamos nada al principio. Ambos estábamos esperando, pero nadie se atrevía a romper el hielo.
—¿Cómo estás? —preguntó, pero su tono no era el de siempre. Había algo más en su voz, una especie de tensión.
—Estoy bien, solo… necesitaba verte. Necesitaba saber cómo estamos —respondí con honestidad, sin rodeos.
Él asintió lentamente, mirando al frente, pero podía ver la batalla interna en su rostro. Me sentí mal por ponerlo en esa posición, pero al mismo tiempo, sentía que no podía seguir en la duda.
—Yo también… necesito saber qué somos. —su voz fue suave, casi como un susurro, pero cargada de emociones.
Me quedé en silencio, procesando sus palabras. Miré sus manos, luego sus ojos. Sabía que lo que estábamos sintiendo era real, pero no sabíamos cómo seguir. No sabíamos qué significaba estar juntos en medio de todo lo que estaba pasando.
—Sara, yo no sé si esto va a funcionar —dijo finalmente, con una tristeza en su mirada. Me dolió escucharlo, pero entendía su miedo.
—¿Por qué no? —le pregunté, buscando una respuesta en su expresión. No quería que se escapara. No quería que todo esto terminara antes de que pudiera empezar.
—Porque tengo miedo. Tengo miedo de perderte, de que esto sea solo un juego… de que lo que estamos sintiendo no sea suficiente para superar todo lo que se viene. Mis partidos, mi carrera… tu vida en redes sociales… no sé si todo encaja —confesó.
Me quedé sin palabras. Él también tenía miedo. Lo veía claramente. Pero a pesar de todo, no podía aceptar que lo perdiéramos por miedo a lo que podría pasar. Así que, con firmeza, le dije:
—No se trata de encajar, Richard. Se trata de estar juntos. De aprender a vivir el uno para el otro, a pesar de todo lo que venga. Yo quiero estar contigo, si tú también lo quieres.
Él me miró con intensidad, y por un momento, todo se calmó. La tensión entre nosotros desapareció, y todo lo que quedaba era la verdad de lo que sentíamos.
—Yo también quiero estar contigo —dijo, y por primera vez en semanas, su mirada se suavizó.
Me levanté, me acerqué a él, y sin pensarlo dos veces, lo abracé. Sentí que por fin había dado el paso que necesitaba. Richard me rodeó con sus brazos y me apretó contra él. No había más dudas. Lo sabíamos.
El camino no sería fácil, pero estábamos dispuestos a enfrentarlo juntos. Y eso, para mí, significaba más que cualquier cosa.