Parte 7

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LOS CHOWANOKE

A la mañana siguiente, White se reunió con sus hombres de confianza: Thompson, Dare y Carter. Juntos, organizaron y distribuyeron el trabajo en la colonia antes de seleccionar a un grupo de hombres que irían al campamento de los Chowanoque. Al final, decidieron que siete hombres acompañarían a White en esta misión crucial.

Cuando el primer rayo de sol asomó en el horizonte, el grupo se puso en marcha. El camino era largo y, con el calor del verano, sabían que la travesía se haría más difícil. A pesar de la ansiedad que les invadía, su determinación era firme; debían llegar antes del mediodía para tener la oportunidad de hablar con los Chowanoque.

El sol ascendía rápidamente, haciendo que el sudor comenzara a brotar en sus frentes. A medida que avanzaban, el silencio del bosque se volvió abrumador. De repente, un siseo rompió la calma, un sonido que venía del cielo. White alzó la vista y, al mirar hacia arriba, vio una luz violeta que danzaba entre las nubes. Recordó la extraña aparición de la vez anterior, cuando la luz se volvió blanca y desapareció con un siseo. Esta vez, el fenómeno se repitió, pero no tuvieron tiempo de reflexionar sobre su significado.

Acto seguido, un retumbar ensordecedor llenó el aire, y el sonido de los tambores de los Croatoan resonó a lo lejos, vibrando en el pecho de cada hombre del grupo. La música de guerra era inconfundible, y una sensación de urgencia se apoderó de ellos.

—¿Qué creen que significa eso? —preguntó Thompson, su mirada fija en el horizonte.

—No es bueno —respondió Dare, su voz grave—. Debemos apurarnos. Si están celebrando, no estarán lejos.

White asintió, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Los Croatoan eran astutos y peligrosos, y si no llegaban a los Chowanoque pronto, podrían perder una oportunidad vital.

—Aumentemos el ritmo —ordenó, guiando al grupo hacia adelante—. No podemos permitir que nos encuentren desprevenidos.

Mientras avanzaban con más rapidez, la vegetación se espesaba a su alrededor, y el retumbar de los tambores parecía acercarse. La atmósfera se tornó tensa, y los hombres intercambiaron miradas, conscientes de que el peligro acechaba en cada sombra. Cada crujido de ramas bajo sus pies parecía amplificarse en el silencio.

Finalmente, al llegar a un claro, White se detuvo. El grupo respiró hondo, intentando calmar la agitación que crecía en sus pechos.

—Si los Chowanoque están dispuestos a ayudarnos, debemos llegar a ellos antes de que la situación se agrave —dijo White, decidido.

Justo cuando estaban a punto de seguir adelante, un nuevo siseo resonó en el aire, seguido por un destello de luz que cruzó el cielo, como si estuviera señalando algo.

—¡Rápido! —gritó Carter, mirando al cielo con inquietud—. Debemos movernos.

Y así, con el sonido de los tambores retumbando en sus oídos y la luz misteriosa guiando su camino, el grupo se adentró más en el bosque, dispuestos a enfrentar cualquier peligro que se interpusiera en su búsqueda de ayuda y protección.

Mientras White y sus hombres se adentraban en el bosque, en el fuerte, los colonos se enfrentaban a un nuevo día de tareas interminables. A pesar del cansancio y la incertidumbre que pesaban sobre ellos, todos trabajaban con ahínco, inasequibles al desaliento. Las palabras de White resonaban en sus mentes: "Pronto llegarán dos bebés que serán nuestro legado en esta tierra."

Los niños correteaban por el fuerte, trayendo palos y ayudando en lo que podían, siempre riendo y jugando. Su inocencia era un bálsamo para el alma de los colonos, recordándoles que, a pesar de las adversidades, aún había espacio para la esperanza.

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