Parte 27

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LA BUSQUEDA

Después de un largo rato buscando entre los escombros calcinados del fuerte y llamando a gritos a sus familiares, Elizabeth y Daniel se dieron por vencidos. El fuerte, que una vez había sido un refugio seguro, se había convertido en un lugar de desolación y desasosiego.

—No hay nadie —susurró Elizabeth, su voz quebrándose mientras miraba a su alrededor, donde antes había risas y calidez, ahora solo había cenizas y silencio.

Daniel se pasó la mano por el cabello, sintiendo la frustración y el miedo apoderarse de él.

—¿Dónde pueden estar? —preguntó, su mirada perdida en la nada—. No puede ser que todos hayan desaparecido.

Clara y Samuel, aún con la inocencia de su niñez, no paraban de llorar. Samuel abrazó a su hermana, buscando consuelo en medio de la confusión.

—Mamá... —lloró Samuel, mientras Clara trataba de calmarlo.

—Lo siento, Samuel —dijo Clara, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Pero tenemos que ser fuertes. Ellos deben estar bien, ¿verdad?

Elizabeth sintió el nudo en su garganta hacerse más fuerte. No podía darles una respuesta. Miró a su alrededor, buscando alguna señal de que sus padres estuvieran allí, de que todo fuera un mal sueño.

—Quizás fueron al bosque a buscar ayuda —sugirió Daniel, aunque él mismo no creía en sus palabras—. Debemos salir y buscarlos.

Pero la idea de abandonar el fuerte les parecía aterradora. Clara tomó la mano de Samuel, mirando a Elizabeth y Daniel con ojos llenos de incertidumbre.

—¿Y si los Croatoan aún están cerca? —preguntó Clara, su voz apenas un susurro.

—No lo sé —respondió Daniel—. Pero no podemos quedarnos aquí. Este lugar no es seguro.

Elizabeth miró a los niños y luego a Daniel. Tenían que actuar, pero la preocupación por sus padres pesaba sobre sus corazones.

Entonces lo vio , era uno de los postes que, milagrosamente, seguía en pie y en el se podía leer claramente la palabra CROATOAN.

—De acuerdo —dijo finalmente—. Vamos a buscar un lugar seguro en el bosque. Desde allí, podremos ver si hay señales de ellos.

Mientras comenzaban a salir del fuerte, Elizabeth se detuvo un momento, sintiendo la necesidad de dejar algo atrás, un recordatorio de lo que había sido su hogar. Se agachó y, en un árbol de la entrada, escribió con su navaja: "Nosotros volvemos".

Con el corazón pesado, Elizabeth, Daniel, Clara y Samuel se adentraron en el bosque. La luz del sol filtrándose a través de las hojas les dio algo de consuelo, pero el silencio del entorno era inquietante. Cada crujido de las ramas les hacía mirar hacia atrás, como si el peligro estuviera acechando en cada sombra.

—¿Y si nunca los encontramos? —preguntó Samuel, su voz temblando.

—No digas eso, Samuel —respondió Clara—. Vamos a encontrarlos, lo prometo.

Mientras caminaban, el bosque se volvía más denso y oscuro. Los niños iban adelante, con un aire de determinación, mientras Elizabeth y Daniel se mantenían alertas, atentos a cualquier sonido.

—Mira allá —dijo Daniel, señalando un claro—. Podríamos detenernos un momento.

El grupo se acercó al claro, un lugar tranquilo rodeado de árboles altos. Allí, se sentaron en el suelo cubierto de hojas, intentando recuperar el aliento.

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