Parte 13

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ENTRE NUBES Y SOMBRAS

La brisa fresca de la mañana acariciaba el rostro de John White mientras observaba el amanecer desde la cabaña del campamento Chowanoke. Las sombras de los árboles se alargaban, y el canto de los pájaros llenaba el aire con un canto alegre, pero él no podía disfrutarlo. Su mente estaba ocupada por la inminente expedición a la montaña sagrada de los Croatoan.

—No puedo creer que hayamos llegado a esto —murmuró para sí mismo, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.

Nakoa, el guerrero nativo que había llegado a ser su aliado, se acercó a él con un semblante serio. Su piel bronceada brillaba bajo el sol naciente, y sus ojos oscuros reflejaban una determinación inquebrantable.

—John, es un camino peligroso. No solo por la montaña, sino por lo que podría encontrarse en ella —advirtió Nakoa, su voz profunda resonando en el silencio de la mañana.

—Lo sé —asintió White—, pero necesitamos conocer la verdad sobre lo que ha ocurrido con nuestra gente. No podemos quedarnos aquí, esperando respuestas que nunca llegan.

Taya, la india Croatoan que iba a guiarlos, apareció de repente, como una aparición, envuelta en un manto de misterio. Su figura esbelta y su andar sigiloso la hacían parecer parte del paisaje mismo.

—No temáis, John White —dijo Taya, su voz suave como el murmullo del río—. La montaña guarda secretos, pero también respuestas. Debemos ir con respeto y cuidado.

El grupo se reunió para discutir los últimos detalles de la expedición. Los hombres de White, aunque renuentes a dejarlo ir, sabían que no había otra opción. Su líder necesitaba explorar la montaña sagrada para traer de vuelta la esperanza a la colonia.

—Escuchad, hermanos —dijo uno de los hombres, su tono cargado de preocupación—. No podemos permitir que todos partan. Si algo sale mal, ¿Quién protegerá el fuerte?

—La protección del fuerte es vital —intervino Nakoa—, pero esta misión es igual de importante. La supervivencia de todos depende de lo que aprendamos en la montaña.

John se volvió hacia sus hombres, el viento jugando con sus cabellos. —Entiendo vuestro temor. Pero si no enfrentamos los peligros ahora, corremos el riesgo de perderlo todo. No puedo regresar sin respuestas.

Finalmente, el grupo se dividió. Los hombres de White volvieron al fuerte, vigilantes y tensos, mientras John, Nakoa, Taya y unos pocos guerreros Chowanoke, se adentraban en el bosque, el sonido de sus pasos ahogados por el canto lejano de la naturaleza.

El camino hacia la montaña era empinado y lleno de obstáculos, pero la presencia de Taya les daba ánimo. Con cada paso, el aire se volvía más fresco y la vegetación más densa.

—¿Qué secretos guarda la montaña? —preguntó uno de los hombres, rompiendo el silencio.

Taya lo miró, su expresión seria. —La montaña es un lugar sagrado para mi pueblo. Allí se encuentran los Dioses de la Luz. Si se les ofende, pueden traer calamidad.

—Nosotros venimos en paz —aseguró John—. Solo buscamos respuestas.

Al llegar a un claro, la vista de la montaña hizo que todos se detuvieran en seco. Su cima se perdía entre las nubes, como si los dioses mismos la protegieran.

—Este es solo el comienzo —dijo Nakoa, señalando el sendero que se bifurcaba ante ellos—. Lo que buscamos está más allá.

Con un último vistazo al claro, el grupo comenzó a ascender. Las sombras se alargaban a su alrededor y el ambiente se tornaba cada vez más tenso. Sabían que cada paso los acercaba a un destino incierto, pero también sabían que no había vuelta atrás. Las decisiones tomadas en ese momento resonarían en la historia de su gente para siempre.

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