Parte 19

4 2 0
                                    

El Regreso a Inglaterra

El cielo del 27 de agosto de 1587 era de un azul profundo, pero las nubes se arremolinaban en el horizonte, como presagiando la tempestad que se avecinaba. John White, el gobernador de la colonia de Roanoke, se encontraba en el muelle, observando cómo el barco se preparaba para zarpar. Su mente estaba llena de preocupaciones: la escasez de provisiones, el bienestar de los colonos y, sobre todo, el futuro incierto de su empresa en el Nuevo Mundo.

—¿Estás listo para partir, señor White? —preguntó el capitán del barco, un hombre robusto con la voz grave de quien ha enfrentado muchas tormentas.

—Listo o no, el tiempo no espera a nadie —respondió White, su mirada fija en el horizonte—. Debemos llevar provisiones a los nuestros. Dos meses en el mar son un precio pequeño por la esperanza de mantener viva a nuestra gente.

En ese momento, dos figuras emergieron de entre las sombras de los árboles cercanos. Eran Mateo y Wanchese, dos hombres de la tribu Chowanoque, que habían decidido acompañar a White en esta peligrosa travesía. Mateo, con su porte amable y sonrisa sincera, se acercó primero.

—Señor White —dijo con un tono de respeto—, ¿está usted seguro de que esto es lo correcto? Muchos de nuestros hermanos en la tribu temen que esta aventura traiga más problemas que soluciones.

—¿Y qué harías tú, Mateo? —inquirió Wanchese, su voz cargada de escepticismo—. ¿Quedarte en la selva, viendo cómo tus tierras son invadidas sin hacer nada?

Mateo frunció el ceño, pero mantuvo la calma.

—No es que no quiera ayudar, Wanchese. Pero, ¿acaso no ves que el camino que eligen los colonos podría llevar a la destrucción de nuestras familias?

White, que había estado escuchando con atención, decidió intervenir.

—Ambos tienen razón. La llegada de los colonos es una espada de doble filo. Pero necesitamos la cooperación de su pueblo si queremos sobrevivir. Estoy seguro de que con tiempo y esfuerzo, podemos construir un futuro donde ambos pueblos puedan coexistir.

—¡Coexistir! —rió Wanchese, escéptico—. ¿Acaso crees que los hombres de su raza aceptarán nuestros modos? Ustedes han llegado a cambiar nuestro mundo.

—Solo si lo permites —replicó White con determinación—. Es nuestro deseo trabajar juntos. Pero debo ir a Inglaterra y traer lo que necesitan. Sin provisiones, muchos de los nuestros no sobrevivirán al invierno.

Con una mirada desafiante, Wanchese se cruzó de brazos.

—¿Y qué pasará cuando regreses? ¿Qué promesas de paz llevarás contigo?

Mateo, con un suspiro, intentó mediar.

—Wanchese, por favor. Lo que más necesitamos ahora es unidad. Si no lo hacemos, perderemos mucho más que unas pocas cosechas.

El capitán, impaciente por partir, interrumpió la discusión.

—El tiempo se agota. Si no subimos al barco pronto, las tormentas nos atraparán en esta costa.

White asintió, consciente de que la travesía estaba a punto de comenzar. Miró a Mateo y Wanchese y dijo:

—Sea lo que sea que ocurra, recordaré sus palabras. El camino es incierto, pero juntos podemos hallar una solución.

Con ese pensamiento en mente, el grupo subió al barco. La travesía no sería fácil, y las olas del océano no perdonaban. La primera semana estuvo marcada por tormentas y marejadas. Las discusiones entre los dos hombres de la tribu eran frecuentes, aunque Mateo intentaba suavizar la tensión.

SOMBRAS SOBRE ROANOKEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora