Parte 10

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LA BATALLA

El amanecer llegó con una neblina densa, y el campamento chowanoke cobraba vida con la energía de la anticipación. John White y Nakoa se prepararon para el encuentro decisivo. En el camino hacia el campamento de los Croatoan, se les unieron Willian Carter y John Thompson, dos hombres de la colonia que demostraron ser valiosos aliados.

—Si logramos establecer una tregua —dijo Willian Carter, ajustando su sombrero—, podríamos obtener información sobre nuestros hombres.

—No nos podemos fiar de ellos —respondió John Thompson, su mirada seria—. Los Croatoan son astutos, y no dudarán en aprovechar cualquier debilidad.

Nakoa, montando su caballo, los miró con determinación.

—No buscaremos la guerra, pero debemos estar listos para lo peor. Si las palabras no funcionan, la espada tendrá que hablar.

A lo lejos, avistaron el campamento croatoan. En el centro, un hombre de apariencia imponente se destacó. Era el jefe de los Croatoan, un guerrero de mirada desafiante. Dos hombres se acercaron a caballo, llevando consigo el estandarte del pueblo. White y Nakoa se adelantaron, dejando a Willian y John Thompson en la retaguardia, con otros cuatro guerreros chowanoke listos para intervenir si la situación se tornaba hostil.

—¿Cuál es el propósito de su visita? —preguntó el jefe Croatoan, su voz resonando con autoridad.

—Hemos venido a negociar la liberación de nuestros hombres —respondió White, su tono firme y claro.

El jefe Croatoan observó a los dos hombres con desdén, pero su atención se desvió cuando uno de sus guerreros se movió, dejando entrever un collar que brillaba bajo el sol. Un collar que Nakoa reconoció de inmediato.

—¡Ese es de uno de mis hombres! —gritó Nakoa, la ira y el dolor entrelazados en su voz.

La tensión creció en el aire. White sintió que el tiempo se detenía.

—¡Ese collar le pertenece a un chowanoke! —exclamó, girándose hacia los suyos. Miró a Willian y John, quien ya había desenfundado su espada.

—¡Estamos listos para luchar! —gritó John Thompson, su espada reluciendo en la luz matutina.

Antes de que el jefe Croatoan pudiera responder, Nakoa dio una señal a los hombres emboscados. Un rugido de guerra resonó por el claro, y de entre los árboles surgieron los guerreros chowanoke, lanzando gritos de guerra que retumbaban en la selva.

La batalla dio comienzo, y en el aire flotaba un ambiente de tensión y desafío. Los hombres de White, firmes sobre sus caballos y con rifles en mano, avanzaban decididos. En contraste, los guerreros de Nakoa, armados con hachas y mazas, esperaban en el suelo, preparados para defender lo que era suyo.

—¡No habrá tregua! —gritó Harris, su voz resonando entre los árboles—

Los Chowanoke, con su feroz determinación, respondieron al grito de guerra de su líder, levantando sus armas y asumiendo sus posiciones. Pero los croatoan, sorprendidos, apenas tuvieron tiempo de reaccionar. El primer disparo sonó como un trueno, y el caos estalló en un abrir y cerrar de ojos.

—¡Luchad! —ordenó Nakoa, su voz firme mientras veía a su jefe caer, un blanco en medio del desorden. El cuerpo del jefe Croatoan se desplomó.

Las balas silbaban y los gritos de dolor llenaban el aire. Los hombres de White empujaban hacia adelante, sus caballos relinchando de angustia. Pero, de repente, en medio de la confusión, una luz violeta surgió del cielo, como si el mismo firmamento se abrió para revelar un misterio. La luz fue creciendo hasta volverse de un blanco cegador que paralizó a los hombres. Luego , tal y como vino, se fue, dejando un siseo profundo en el aire.

—¿Qué demonios?--dijo White . Entonces vio como todos los croatan corrían hacia sus tambores y empezaban a tocar frenéticamente un ritmo ya conocido por todos.

Desconcertados, los hombres se fueron retirando del campo de batalla, para regresar a sus respectivos campamentos. Caminaban en silencio, con el corazón encogido, con el único deseo de alejarse de allí.

Pero mientras se alejaban, el eco de los tambores se convertía en un canto que vibraba en el aire, marcando el ritmo de un luto profundo, un lamento que hablaba de las almas caídas y de lo desconocido que

Así, en medio de la penumbra, el sonido de los tambores acompañó a los colonos, anunciándoles que, más allá de la batalla, había fuerzas que no podían comprender.

Los colonos avanzaban con paso firme, dejando atrás el campamento de los Chowanoke. El sonido machacón de los tambores les seguía, resonando en sus mentes como un recordatorio constante de la batalla que acababan de dejar atrás. Cada golpe era un eco de los hombres caídos y de la lucha que todavía ardía en sus corazones.

Finalmente, llegaron al fuerte, exhaustos y sobrecogidos por los acontecimientos de la jornada. El sol ya se había ocultado, y una bruma de inquietud se cernía sobre ellos. Justo cuando cruzaron las puertas del fuerte, el sonido de los tambores cesó abruptamente, dejando un silencio tenso en el aire.

John White, Thompson, Dare y Carter se reunieron en el centro del salón principal. Las antorchas parpadean, proyectando sombras danzantes sobre las paredes de madera. John, con el rostro marcado por la fatiga,

—Hemos sobrevivido, pero el costo ha sido alto —dijo, su voz resonando con gravedad

Thompson, con los ojos aún llenos de imágenes

—Los croatoan estaban preparados. Preparamos una emboscada, y aunque luchamos con valentía, no logramos encontrar a los hombres desaparecidos.

—Sí, pero hay evidencias de que estuvo en poder de los croatoan —interrumpió Dare, señalando una pluma decorada que había recuperado—. Esto significa que fueron ellos los que los capturaron, pero, lamentablemente, debemos hacernos a la idea de que no volverán.

Carter, visiblemente afectado, se pasó la mano por la frente,

—Debemos seguir luchando —dijo, su voz firme a pesar de la tristeza—. No podemos permitir que esto nos derrote. La colonia tiene un futuro, y necesitamos unirnos más que nunca.

—¡Y lo haremos! ¡Seguiremos adelante!

Los hombres asintieron, sintiendo el peso de sus palabras.

A medida que discutían, el sonido de los tambores de los Croatoan resonaba en sus mentes, pero esta vez no era un recordatorio de la pérdida, sino una llamada a la unidad ya la resiliencia. Con cada palabra, cada decisión, estaban construyendo algo más grande que ellos.

Así, en el corazón del fuerte, el grupo de colonos encontró su determinación, listos para enfrentar lo que vendría, sabiendo que juntos podían.

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