Parte 9

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 Alianzas en la Bruma

La brisa del atardecer acariciaba los rostros de los hombres reunidos en el claro, mientras el sol se escondía tras los árboles, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y violetas. John White, líder de la colonia, miró a sus hombres con determinación.

—Hermanos —comenzó, su voz resonando en el aire—, hemos enfrentado muchas adversidades, pero hoy, más que nunca, necesitamos forjar alianzas.

A su lado, Nakoa, el joven guerrero chowanoke, asintió con firmeza.

—No podemos permitir que nuestros hermanos caigan en manos enemigas. Debemos actuar, y pronto.

Uno de los hombres de la colonia, un robusto agricultor llamado Thomas, intervino:

—¿Y qué sugieres, John? ¿Cómo planeamos liberar a los cinco hombres secuestrados?

—La respuesta es clara —respondió White, gesticulando con las manos—. Formaremos un grupo de veinte hombres de nuestra colonia y otros tantos de los chowanoke. Primero, iremos a hablar con el jefe Takoda. Necesitamos su permiso para reclutar a veinte de sus guerreros.

Nakoa sonrió, sintiendo que la esperanza renacía en su pecho.

—Takoda valorará nuestra unión. después de todo, son sus hombres los desaparecidos y entiende la importancia de este esfuerzo.

—Una vez tengamos su respaldo, partiremos hacia el campamento de los Croatoan —continuó White, mientras los demás asentían—. Con nuestro número, nuestras armas y caballos, y el conocimiento de la zona que ustedes, los chowanoke, poseen, tendremos una gran ventaja.

Un murmullo de acuerdo se esparció entre los hombres. Samuel, un joven de mirada inquieta, levantó la mano.

—¿Y si no nos reciben con amabilidad? He oído historias sobre los Croatoan...

John lo miró con seriedad, pero también con comprensión.

—Lo sé, Samuel. Pero tenemos que correr el riesgo. No podemos dejar a nuestros hombres atrás ,no sin luchar. Tenemos que comprobar si queda alguno vivo todavía y saber si los hombres de Nakoa están allí.

Nakoa se adelantó, su mirada firme.

—Confíen en mí. Los Croatoan pueden ser hostiles, pero si mostramos valor y determinación, no se atreverán a atacarnos. Nuestro propósito es saber si fueron ellos los que se llevaron a nuestros hombres y si es así, liberarlos. Juntos somos más fuertes.

La emoción creció en el grupo. John respiró hondo, sintiendo la presión de la responsabilidad, pero también la llama de la esperanza.

—Entonces está decidido. Mañana al amanecer, partiremos hacia el campamento de los chowanoke. Preparémonos, hermanos, porque la batalla por nuestros hombres ha comenzado.

Con esas palabras, el grupo se dispersó, cada uno sumido en sus pensamientos, pero unidos por un propósito común: la libertad de los suyos.

El sol apenas comenzaba a despuntar cuando John White reunió a su grupo frente a la choza principal de la colonia. Las primeras luces del día iluminaban sus rostros, revelando la mezcla de determinación y ansiedad que los acompañaba. Nakoa, a su lado, observaba con atención a sus nuevos aliados.

—Recuerden, hermanos —dijo John, su voz resonando como un tambor—. No solo luchamos por nuestros hombres, sino por la libertad de todos. Debemos ser astutos y valientes.

Los hombres asintieron, aferrando sus armas con fuerza. Nakoa se adelantó, mirando a cada uno de ellos.

—La senda hacia el campamento chowanoke es peligrosa. Estemos alerta, pues no sabemos qué nos espera en el camino.

El grupo partió, sus caballos galopando sobre la tierra húmeda, mientras el rocío matutino se evaporaba bajo el calor del nuevo día. No tenían caballos para todos, habían dejado tres yeguas preñadas en la colonia y otros dos caballos de tiro para las labores diarias. Así que la mitad de los hombres de White irían a pie y los chowanoke nunca se habían subido a un caballo, así que no lo harían ahora. A medida que avanzaban, el sonido de los cascos resonaba en la serenidad del bosque.

Tras varias horas de marcha, llegaron a un claro donde el campamento de los chowanoke se extendía ante ellos. Tiendas de pieles y fuego humeante daban vida al lugar. Nakoa levantó la mano, señalando con un gesto a su gente.

—Debemos presentarnos. Espero que Takoda esté dispuesto a escuchar.

Los hombres de John se ajustaron las armas, sintiendo la tensión en el aire. Nakoa se acercó al jefe, un hombre de porte majestuoso y mirada penetrante.

—Takoda —saludó Nakoa, inclinando la cabeza en señal de respeto—. Venimos en busca de ayuda.

El jefe miró a John, evaluando la situación.

—¿Por qué debería confiar en hombres blancos? —su voz era grave, resonando como un eco en el claro.

John dio un paso al frente, el pecho erguido.

—Jefe Takoda, no estamos aquí para conquistar ni para invadir. Venimos a pedir su apoyo. Nuestros hombres han sido capturados por los Croatoan, y juntos podemos liberarlos.

Un murmullo recorrió el campamento. Algunos chowanoke intercambiaron miradas, mientras Takoda lo observaba con desdén.

—¿Y qué nos ofrece a cambio? —preguntó el jefe, su tono implacable.

—Nuestra lealtad y un pacto de protección —respondió John sin dudar—. Si luchamos juntos, no solo rescatamos a nuestros hombres, sino que fortalecemos nuestras comunidades.

Takoday reflexionó por un momento, mirando a Nakoa, quien asintió con aprobación. Finalmente, el jefe sonrió, aunque su expresión era seria.

—Está bien, John White. Te daré una oportunidad. Juntos, partiremos al amanecer hacia el campamento de los Croatoan. Pero, recuerda, si traicionas esta confianza, enfrentarás la ira de mi pueblo.

—No lo haré —prometió John, sintiendo un renovado sentido de propósito.

La noche cayó sobre el campamento chowanoke, y el aire se llenó del aroma del fuego y de la comida que cocinaban. Los hombres de la colonia se sentaron alrededor del fuego con sus nuevos aliados, intercambiando historias y risas, forjando una camaradería inesperada.

—¿Cómo es la vida en su colonia? —preguntó un joven chowanoke, curioso. Su nombre era Kima.

—Es dura, pero también plena de oportunidades —respondió Samuel, que se había unido a la conversación—. Pero lo que más valoramos es la libertad de vivir como queramos.

Nakoa, que había estado escuchando, se unió a ellos.

—La libertad es un concepto valioso para todos nosotros. Pero a veces hay que pelear por ella.

Con la luna brillando sobre ellos, John se acercó al grupo.

—Mañana será un día decisivo. Necesitamos ser estratégicos. Nakoa, tú y yo necesitamos planear cómo enfrentaremos a los Croatoan.

Nakoa asintió, sus ojos brillando con determinación.

—Conozco bien el terreno. Usaremos el bosque a nuestro favor. Puedo llevar un grupo por un sendero oculto para rodear a sus hombres.

—Buena idea —dijo John—. Mientras tanto, Thompson y Carter, ustedes organizarán a nuestros hombres y los chowanoke de Nakoa para un ataque frontal, en caso necesario.

Carter tragó saliva, consciente de la responsabilidad que eso implicaba.

—¿Y si nos atacan? —preguntó, la preocupación evidente en su voz.

—Si nos atacan, lucharemos hasta el final —respondió John, su tono firme—. Pero no fallaremos. No podemos permitir que nuestros hermanos queden en manos enemigas.

Con esas palabras, el grupo se preparó para la batalla que se avecinaba, cada uno con la esperanza de que la unión de sus pueblos llevaría a la victoria.

SOMBRAS SOBRE ROANOKEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora