Parte 17

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EL FUNERAL

Al amanecer de un nuevo día, el cielo se pintaba de un azul claro y fresco, mientras los colonos comenzaron a organizar el funeral colectivo. El aire, cargado de tristeza, se llenaba del sonido de pasos y murmullos a medida que se preparaban para honrar a los que habían desaparecido.

Los niños, con una mezcla de curiosidad y solemnidad, recorrían los alrededores en busca de flores. Sin embargo, la mayoría solo encontraban matojos secos y marchitos, vestigios de una tierra que no parecía querer ofrecerles consuelo.

—Mira, aquí hay una —dijo uno de los niños, sosteniendo un pequeño ramo de flores marchitas—. Es lo mejor que he encontrado.

—No importa, serán suficientes —respondió su amigo, con una sonrisa triste. Juntos, recogieron lo que pudieron, como un gesto de amor hacia los que habían perdido.

Mientras tanto, las mujeres comenzaron a escribir los nombres de los desaparecidos en trozos de madera. Sus manos temblaban ligeramente al trazar cada letra, como si cada nombre fuese un susurro de despedida.

—Mary, Eleanor, Anne y Elizabeth se juntaron, la tristeza reflejada en sus rostros.

—Diez hombres que salieron a buscar a los colonos de la expedición anterior... —comenzó Mary, su voz apenas un susurro.

—Y cuatro niños, —agregó Eleanor, tratando de contener las lágrimas—, los Taylor y sus dos hijas... y los Brown con su bebé.

—Y no olvidemos a los tres hombres que murieron en la batalla —intervino Anne, su mirada fija en la madera.

Cuando terminaron de contar, se dieron cuenta de que el número era abrumador: veinticuatro en total. La desolación se apoderó de ellas al darse cuenta de que solo llevaban un mes en Roanoke.

—Si seguimos así —dijo Elizabeth, la voz quebrada—, antes de que termine el verano, no quedará nadie en el fuerte.

Con el corazón pesado, se reunieron alrededor de las tablillas con los nombres. El silencio era profundo, lleno de un dolor palpable. Los rostros reflejaban las sombras de los que faltaban, y comenzaron a hablar de ellos, a recordar.

—John era valiente —dijo Mary, limpiándose una lágrima—. Siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás.

—Y la risa de los pequeños era contagiosa —agregó Eleanor, con un leve suspiro—. Nunca olvidaré cómo corrían por el fuerte, llenándolo de alegría.

Las anécdotas fluyeron, creando un hilo de recuerdos que entrelazaba a los presentes en una red de amor y respeto.

—Los hombres enfrentaron el peligro sin dudar —continuó Anne—, y las mujeres... todas nos mantuvimos unidas, apoyándonos en los momentos más oscuros.

—Nunca olvidaré cómo ayudamos a los heridos después de la batalla —dijo Elizabeth, recordando los días de trabajo y lágrimas.

Lloraron juntos, compartiendo el dolor de la pérdida, y se despidieron de ellos con salmos y cánticos que resonaban en el aire, envolviendo a los desaparecidos en un manto de amor.

El sonido de sus voces se elevó, llenando el aire con una mezcla de tristeza y esperanza. Cada nota era un recordatorio de que, aunque habían perdido a sus seres queridos, su espíritu viviría en los recuerdos y en los corazones de aquellos que quedaban.

Finalmente, después de un rato, el grupo se retiró en silencio. Cada uno se sumergió en sus pensamientos, llevando consigo el peso de la pérdida y la promesa de seguir adelante. En el aire, la fragancia de las flores marchitas parecía mezclarse con las lágrimas, un tributo a aquellos que habían sido parte de su comunidad, pero que ahora se habían ido.

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