Parte 15

4 1 0
                                    

La Loma del Destino

El aire de la mañana era fresco, pero una tensión palpable llenaba el ambiente mientras los hombres de White y los de Nakoa se reunían para partir hacia el campamento de los Croatoan. Las hojas crujían bajo sus pies, y el aroma del suelo seco impregnaba el aire, un recordatorio de que la naturaleza seguía su curso ajena a sus angustias. John White, observó a sus compañeros con preocupación.

—¿Estás seguro de que esto es lo correcto? —preguntó Nakoa, con sus ojos oscuros reflejando una mezcla de miedo y determinación. Su figura esbelta y atlética contrastaba con la robustez de los hombres que lo rodeaban.

—No tenemos otra opción —respondió White. Sus labios se apretaron en una línea firme.— Si no intentamos negociar por los niños, jamás nos lo perdonaremos.

Los hombres, curtidos por la batalla, asintieron en silencio, conscientes de que la situación era crítica. Habían sido testigos de horrores que jamás imaginaron enfrentar. Tres caballos estaban listos, y los demás se habían dejado en el fuerte como medida de precaución. Los Chowanoke, su grupo aliado, no sabían montar, y aunque Nakoa había estado aprendiendo, aún le costaba manejar las riendas. Por eso, decidió que sería mejor ir a pie, acompañado por sus hermanos de batalla.

—Vayamos con cuidado —dijo John, señalando la loma cercana que les daría una vista del campamento Croatoan. —Debemos ver lo que nos espera.

El grupo se movió en silencio hacia la cima, donde el mundo parecía abrirse ante ellos. Desde allí, podían observar el campamento. Las hogueras ardían, y las sombras de los Croatoan danzaban a la luz de las llamas. Pero, al mirar más detenidamente, el corazón de cada hombre se hundió. No había rastro de los niños.

—No veo nada —murmuró uno de los hombres, su voz apenas un susurro que se perdía en el viento.

Mientras discutían sus próximos pasos, el cielo comenzó a cambiar. Una tonalidad violeta intensa surgió en el horizonte, iluminando la escena con un brillo sobrenatural. El aire se volvió denso, como si todo a su alrededor estuviera conteniendo la respiración.

—¿Qué está pasando? —preguntó Nakoa, mirando hacia el cielo, su corazón acelerándose cada segundo.

White sintió un escalofrío recorrerle la espalda. —Es la señal. Sabemos lo que viene.

De repente, un estruendo de tambores comenzó a resonar en el aire, un sonido atronador que parecía vibrar en sus huesos. White y Nakoa se miraron, el terror reflejado en sus rostros. Era un sonido que conocían demasiado bien, una advertencia de lo que estaba por suceder.

—¡Vamos todos a la Montaña Sagrada, corran! —gritó White, el pánico impulsando su voz. No había tiempo que perder. Sabían que si no llegaban a la montaña a tiempo, los niños desaparecerían en el interior de la tierra.

La urgencia en sus palabras hizo eco en sus corazones. Comenzaron a correr, las hojas crujían bajo sus pies mientras la adrenalina los empujaba. Nakoa, recordaba su última visita a la Montaña. Tenía que alcanzar a los niños.

—¡Apresúrate, Nakoa! —gritó uno de los hombres, volviendo la vista hacia él.

—¡Estoy aquí! —respondió Nakoa, sus piernas moviéndose con esfuerzo. No podía fallar.

A medida que se adentraban en el bosque, el sonido de los tambores se hacía más fuerte, cada golpe resonando como un eco de advertencia. La loma quedó atrás, y solo importaba la dirección correcta. La montaña sagrada estaba al frente, un refugio de esperanza en medio de la oscuridad que se cernía sobre ellos.

—¿Qué crees que nos espera allí? —preguntó Nakoa, tratando de mantener la calma, su voz apenas un hilo.

—La respuesta a nuestras plegarias —dijo White, sin mirar atrás. —Si logramos llegar a la cima a tiempo, tal vez podamos salvar a los niños.

SOMBRAS SOBRE ROANOKEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora