Parte 21

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EL ECO DE LA SUPERVIVENCIA

El sol comenzaba a ocultarse tras el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados. En el fuerte, los murmullos de preocupación se mezclaban con el sonido del viento que susurraba entre los árboles. Nakoa, ajustó su cinturón de cuero y miró a su alrededor. A su lado, los jóvenes colonos se preparaban para la partida, montando en sus caballos con rifles bien asegurados en las manos.

—¿Estás listo, Nakoa? —preguntó Samuel, uno de los más jóvenes colonos, mientras acariciaba nerviosamente la montura de su caballo.

—Listo o no, debemos hacerlo —respondió Nakoa, su mirada fija en la loma que se alzaba ante ellos—. Los Croatoan no pueden salirse con la suya.

Moako, que había decidido quedarse en el fuerte junto a sus hombres para proteger a las mujeres y los niños, se acercó a Nakoa, su expresión grave.

—Nakoa, prométeme que regresarás. No podemos permitir que nuestros hijos sean los próximos desaparecidos.

—Lo prometo —asintió Nakoa, aunque en su interior una sombra de duda se cernía sobre él.

Con un último vistazo hacia el fuerte, Nakoa condujo a su grupo hacia la loma, donde el campamento de los Croatoan se extendía ante ellos, iluminado por el fuego crepitante. Pero lo que inicialmente parecía un pequeño grupo se transformó en una multitud a medida que se acercaban.

—¿Qué es esto? —exclamó Samuel, el miedo en su voz—. ¡No son solo los Croatoan!

—No. —Nakoa tragó saliva—. Los Catawba y los Shakori han venido. Se han unido a ellos.

Los jóvenes colonos se miraron unos a otros, el pánico reflejado en sus ojos.

—Estamos en inferioridad numérica —dijo otro colono, nervioso—. No podemos atacar.

—Exactamente —afirmó Nakoa, frunciendo el ceño—. Si intentamos un ataque por sorpresa, moriremos. ¿Y luego qué pasará con nuestras familias?

Samuel se giró hacia Nakoa, su voz temblando.

—¿Qué debemos hacer entonces?

—Debemos regresar al fuerte —respondió Nakoa, firme—. Organizarnos y planear un nuevo enfoque. No podemos arriesgarlo todo por un ataque desesperado, pero antes pasaremos por nuestro campamento y reclutaremos a todos los hombres disponibles.

Los hombres se miraron entre sí, asintiendo lentamente, la lógica de Nakoa comenzando a calar en sus corazones.

—¿Y si nos siguen? —preguntó uno de ellos, la inquietud evidente en su rostro—. No puedo perder a mi familia.

—No los dejaremos —dijo Nakoa, mirando a cada uno a los ojos—. No hoy. Vuelvan a sus caballos, necesitamos regresar antes de que oscurezca.

A medida que se retiraban, la tensión en el aire se hacía palpable. Los jóvenes colonos, con sus rifles al hombro, se sintieron abrumados por la perspectiva de la lucha que se avecinaba.

Samuel, montando en su caballo, se volvió hacia Nakoa.

—¿Crees que volveremos a estar a salvo en el fuerte?

Nakoa suspiró, la carga de la incertidumbre pesando sobre sus hombros.

—Haremos lo que sea necesario para proteger a nuestros seres queridos. La lucha no ha terminado.

Y así, mientras el sol se ocultaba completamente y la noche caía, el cielo se tiñó de violeta, la luz era intensa y lo cubría todo, como siempre, se torno de un blanco luminoso que los cegaba para desaparecer otra vez, dejando el conocido siseo en el aire. Todos esperaron sabiendo lo que seguía, y así fue, el sonido de los tambores de los Croatoan, ensordecedor por la cercanía, les sobrecogió a todos.

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