Parte 11

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 DESPUES DE LA BATALLA

La tarde se deslizaba suavemente sobre el campamento de los Chowanoque, el aire impregnado de un silencio tenso. Nakoa, un guerrero de mirada profunda y serena, se agachó junto a la fogata, mientras las llamas danzaban, proyectando sombras sobre los rostros de sus compañeros. Los ecos de la batalla aún resonaban en su memoria, como un susurro incesante que recordaba el costo de la lucha.

—Hermanos —comenzó, alzando la voz para ser escuchado—, hoy hemos enfrentado al enemigo con valentía. Solo seis de nosotros han caído heridos, y uno ha perdido la vida.

Los guerreros, sentados en círculo, intercambiaron miradas de alivio y pesar. Era un número bajo, considerando la furia del combate, pero el peso de la pérdida siempre era palpable.

—No son demasiadas las bajas —continuó Nakoa—, pero debemos recordar a nuestro hermano caído. Su sacrificio no será olvidado.

A su lado, Ahuli, un joven guerrero de cabello largo y trenzado, frunció el ceño.

—No solo eso, Nakoa. También debemos sumar a los cinco que desaparecieron antes de la batalla, durante aquella extraña aparición de luz violeta en el cielo. Nadie los ha visto desde entonces.

El grupo guardó silencio, asimilando la inquietante realidad. La luz violeta había sido un presagio, un anuncio que nadie había logrado descifrar.

—Estábamos preparados para todo —dijo Iyana, una guerrera de espíritu indomable—, pero no para perder a nuestros hombres de esa manera. Esa luz... parecía un mal augurio.

Nakoa asintió, recordando la confusión y el terror que había invadido el campamento cuando la luz se manifestó. Miró a sus compañeros, comprendiendo que la batalla física no era la única que enfrentaban.

—En el campamento de los colonos —intervino otro guerrero, Kian—, solo han tenido tres heridos por arma blanca y uno por caída del caballo. Aparentemente, ninguno corre peligro. Pero los Croatoan... ellos han sufrido más.

La mención de los Croatoan trajo a la memoria la imagen de su líder, caído en combate. Su ausencia era un golpe duro, y los murmullos de dolor comenzaban a circular entre los guerreros.

—Su hijo también ha resultado herido —dijo Nakoa—. ¿Qué harán ellos ahora?. Quizá quieran venganza.

Takoda, el jefe, se puso de pie, mirando a sus compañeros con determinación.

—Debemos ofrecer nuestra ayuda a los colonos de John White. En este momento, más que nunca, necesitamos unirnos. Juntos somos más fuertes.

Los guerreros asintieron, la chispa de esperanza encendiéndose en sus corazones. Pero aún quedaba un vacío que no podían llenar: el recuerdo de los hombres que no volverían.

—Prometamos recordar a aquellos que hemos perdido —dijo Kian, levantando su mano—. Que su memoria nos guíe y nos fortalezca.

—Y que su sacrificio nos haga más valientes —añadió Ahuli, con firmeza.

El grupo se unió en un círculo, levantando las manos en señal de pacto, sus miradas reflejando la resolución de no rendirse, de mantener vivo el espíritu de aquellos que ya no estaban. La batalla había sido solo un capítulo; la historia de los Chowanoque, su lucha y su resistencia, continuaría unida a la historia de los colonos de John White.

En el fuerte, la mañana había despertado con un sol radiante que iluminaba la colonia, dispersando las nubes grises que habían oscurecido los días anteriores. El aire olía a tierra húmeda y flores recién brotadas, como si la naturaleza misma celebrara la llegada de un nuevo miembro a la comunidad. Era un momento que todos anhelaban: la llegada de Michael Brown, el segundo bebé en la colonia.

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