LA SOMBRA DE LOS CROATOAN
El sol comenzaba a ocultarse detrás de las colinas, tiñendo el cielo de un rojo intenso. En un claro apartado del campamento, Daniel y Elizabeth estaban sentados en el suelo, rodeados de hojas secas y la fragancia del bosque. A simple vista, parecían dos recién casados disfrutando de un momento íntimo, pero en realidad, sus miradas estaban fijas en una misión que les ardía en el pecho.
—Cogemos nuestras cantimploras con agua —dijo Elizabeth, ajustando una hebra de su cabello que el viento intentaba despeinar.
—Y llevaremos calabaza seca y semillas de calabaza tostadas —añadió Daniel, mientras acariciaba su mano, buscando consolarla ante la incertidumbre del camino.
Ambos sabían que debían ser cautelosos. El alimento escaseaba y el viaje que se avecinaba era peligroso. Tenían que seguir la pista de Nakoa y Moako, y el grupo que había partido recientemente hacia el bosque.
Mientras organizaban sus provisiones, dos figuras pequeñas se asomaron detrás de una roca cercana. Samuel, el hermano de Elizabeth, y Clara, la hermana de Daniel, estaban allí, sus ojos grandes como platos, escuchando cada palabra de la pareja.
—¿Vais a dejarnos aquí? —clamó Clara, con la voz entrecortada por las lágrimas que ya asomaban en sus ojos.
Daniel se giró hacia ellos, su rostro lleno de preocupación. —Es muy peligroso. El camino es largo y no sabemos lo que encontraremos.
—Pero nosotros estamos acostumbrados a correr y andar todo el día. No hacemos otra cosa —interrumpió Samuel, con la valentía propia de su corta edad—. Y además, aquí también corremos peligro. Al menos estaremos juntos.
Elizabeth dudó. Quería proteger a sus hermanos, pero también comprendía su determinación. Clara, con el rostro empapado de lágrimas, se acercó un poco más.
—Si no nos lleváis, se lo contaremos todo al Señor Carter. Él es uno de los responsables de la colonia ahora —dijo Clara, con una firmeza que sorprendió a Elizabeth.
Daniel miró a Elizabeth, buscando en sus ojos una respuesta. —¿Qué hacemos? —susurró, con la ansiedad reflejada en su voz.
—No lo sé —respondió ella, sintiendo cómo el peso de la decisión se cernía sobre ella como una nube oscura—. No podemos arriesgarnos a que nos descubran.
—Si vamos juntos, será más fácil —insistió Samuel, con una chispa de determinación—. Seremos útiles.
Después de un largo silencio, Elizabeth finalmente asintió. —De acuerdo, pero tenéis que prometerme que seguiréis nuestras instrucciones.
Clara limpió sus lágrimas con la mano y sonrió. —¡Sí, lo prometemos!
Daniel suspiró, resignado. —Está bien. Coged vuestros cantimploras y lo que podáis llevar. Debemos irnos rápido.
Los niños se apresuraron a reunir sus pocas pertenencias: cantimploras llenas de agua, un puñado de semillas de calabaza para cada uno, una batata asada pequeña por cabeza y algunos trozos de calabaza seca.
Cuando tuvieron todo listo, Daniel miró hacia el horizonte, donde la luz del sol se desvanecía. —Es hora de irnos. Manteneos cerca y no hagáis ruido.
Con el corazón latiendo fuerte, el grupo se puso en marcha, deslizándose entre los árboles como sombras. Elizabeth caminaba en silencio, sintiendo la mezcla de miedo y emoción. Sabían que el campamento de los Croatoan era un lugar de leyendas, y seguir sus pasos podría cambiarlo todo para ellos.
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SOMBRAS SOBRE ROANOKE
Historical FictionEn 1587, la colonia de Roanoke, un ambicioso asentamiento inglés en América, desaparece misteriosamente, dejando tras de sí un rastro de preguntas sin respuesta. Mientras los colonos luchan por sobrevivir en un entorno hostil, un fenómeno extraño y...