Parte 14

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EL RETORNO AL FUERTE

La niebla comenzaba a disiparse en el valle cuando John, Nakoda, Taya y los guerreros Chowanoke, descendieron de la montaña sagrada. Cada paso resonaba en el silencio, y la gravedad de los eventos vividos en la cumbre pesaba sobre sus hombros como una losa. John caminaba al frente, su mente un torbellino de pensamientos. A su lado, Taya murmuraba algo entre dientes, mientras Nakoda mantenía la mirada fija en el sendero que se extendía ante ellos.

—No puedo creer lo que hemos visto —dijo Taya, rompiendo el silencio, su voz casi un susurro.

—Yo tampoco —respondió John, sin detenerse—. Pero tenemos que encontrar una manera de rescatar a los nuestros. No podemos quedarnos de brazos cruzados.

—Los espíritus nos han hablado —intervino Nakoda, su tono grave y profundo.— Lo que hemos presenciado tiene que ser una revelación. Nadie puede desaparecer en el interior de una montaña sin la intervención de los espíritus.

John asintió, recordando la visión que habían tenido en la cima. La imagen de sus seres queridos, atrapados y a merced de fuerzas que apenas comprendía. La desesperación lo invadió, pero también una chispa de determinación.

Al llegar al campamento de los Chowanoke, el aire se llenó del aroma del humo y el guiso que cocinaban sobre el fuego. Las mujeres Chowanoke, se movían con destreza, preparando la cena y organizando el campamento.

—Es aquí donde pasaremos la noche —dijo Nakoda, señalando un espacio vacío junto al fuego—. Necesitamos recuperarnos antes de que enfrentemos lo que viene.

John se dejó caer en el suelo, sintiendo el cansancio apoderarse de él. Taya se sentó a su lado, sus ojos aún llenos de inquietud.

—¿Qué haremos al amanecer? —preguntó ella, jugando nerviosamente con un mechón de su cabello.

—Debo volver al fuerte —respondió John, su voz firme—. Necesito hablar con mis hombres y reunir fuerzas. No podemos ir solos. Necesitamos un plan.

Nakoda se unió a ellos, cruzando los brazos sobre su pecho.

—Tus hombres son valientes, pero no todos comprenderán lo que hemos visto. Algunos estarán asustados, otros dudarán.

—Lo sé —admitió John—. Pero es nuestra única opción. Si hay una posibilidad de encontrar a los nuestros, debemos actuar.

Una mujer Chowanoke se acercó, trayendo un plato humeante. Lo ofreció a John con una inclinación de cabeza.

—Coman, viajantes. Necesitan fuerzas para lo que está por venir.

John tomó el plato, agradecido, y compartió la comida con Taya y Nakoda. Mientras comían, el fuego crepitaba, iluminando sus rostros cansados.

—¿Crees que realmente podemos rescatarlos? —preguntó Taya, su voz temblando ligeramente.

—Debemos creer —respondió John, mirándola a los ojos—. Si perdemos la esperanza, no tendremos ninguna posibilidad.

—Yo creo en el poder de nuestros antepasados —dijo Nakoda, alzando la mirada hacia el cielo estrellado—. Nos han guiado hasta aquí, y nos guiarán de nuevo.

Con el fuego chisporroteando y la noche envolviéndolos, todos compartieron historias de valor y determinación, sintiendo que la unión de sus espíritus era más fuerte que cualquier desafío que pudieran enfrentar

Mientras John White estaba fuera, los acontecimientos en el fuerte se sucedieron cada vez más sombríos. La sequía dejaba su huella en hombres y animales.

El viento caliente traía consigo un silencio pesado, marcado por la desesperación. Las sombras se alargaban, y el ambiente se sentía aún más opresivo tras la pérdida de la yegua y su potrillo.

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