Parte 18

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LA BODA

La tarde era tranquila cuando Thompson y Carter se acercaron a John White, quien se encontraba revisando algunos documentos en su oficina. La luz del sol se filtraba a través de las ventanas, creando un ambiente cálido que contrastaba con las preocupaciones que pesaban sobre todos en el fuerte.

—John, necesitamos hablar contigo —dijo John Thompson, con una expresión de determinación en su rostro.

White levantó la vista, intrigado por la seriedad de su amigo.

—Claro, ¿de qué se trata?

Carter, a su lado, tomó la palabra.

—Elizabeth y Daniel han decidido comprometerse, y queríamos pedirte que organizaras una fiesta para celebrar la boda. Sería un momento de alegría en medio de tanta tristeza.

White frunció el ceño, considerando la propuesta. La idea de una boda podría aportar un soplo de aire fresco a la comunidad, una oportunidad para cerrar algunas de las heridas abiertas por las recientes pérdidas.

—¿Y qué piensan de invitar a Nakoa y sus hombres? —preguntó Thompson, con la esperanza de volver a ver al indio.

White asintió lentamente, estaba seguro de Nakoa asistiría encantado

—Podría ser una buena idea. Una boda siempre es motivo de júbilo y me gusta que Nakoa esté cerca.

Carter sonrió, sintiendo que esa boda le ayudaría a olvidar los últimos acontecimientos .

—Exacto. A pesar de la escasez, la alegría puede unirnos. El fuerte entero necesita un momento de felicidad.

Después de un breve intercambio de miradas, White finalmente aceptó.

—Está bien, lo haré. Pero después de la boda, tenemos que hablar de algo serio.

Thompson y Carter se miraron, sorprendidos por el tono de White.

—¿De qué se trata? —preguntó Thompson, preocupado.

—Creo que, finalmente, accederé a regresar a Inglaterra a buscar provisiones —explicó White, con un suspiro que parecía llevar el peso de la decisión—. No podemos seguir así. Mi hija, Eleanor teme por la vida de Virginia, su bebé. Se está quedando sin leche para amamantarla, y cada vez hay menos recursos.

El ambiente se tornó grave al escuchar las palabras de White. La realidad de la escasez golpeó nuevamente, y todos sabían que la situación era insostenible.

—Entonces, ¿Cuándo planeas hacer el viaje? —preguntó Carter, con un tono de urgencia en su voz.

—Después de la ceremonia —respondió White—. Planearemos el viaje en cuanto hayamos celebrado el compromiso de nuestros hijos. Necesitamos que todos estén de acuerdo y preparados.

Thompson y Carter asintieron, comprendiendo la gravedad de la situación.

—Entonces, vamos a asegurarnos de que la boda sea un éxito. Merecemos este momento de felicidad antes de enfrentar los desafíos que se avecinan —dijo Thompson, decidido.

Con una nueva misión en mente, los tres hombres comenzaron a planear la celebración, sabiendo que en medio de la adversidad, la alegría de Elizabeth y Daniel sería un faro de esperanza para todos en el fuerte.

Dos días después, el ambiente en el fuerte estaba impregnado de un aire festivo que no se había sentido en mucho tiempo. La boda de Elizabeth y Daniel era un rayo de esperanza en medio de las adversidades. Elizabeth lucía radiante, llevando el vestido de novia de su madre, una prenda que había visto días mejores. Daniel, por su parte, vestía las mejores galas de su padre, reflejando orgullo y nerviosismo al mismo tiempo.

Los colonos, con una alegría palpable, se engalanaron para la ocasión. Las mujeres llevaban sus mejores vestidos, y los hombres, con una sonrisa en el rostro, ofrecían su brazo a sus esposas. Los niños corrían entre la multitud, riendo y jugando, ajenos a las preocupaciones que normalmente pesaban sobre sus padres.

—Mira, madre, ¡soy tan rápido como el viento! —gritó un niño mientras se lanzaba a la carrera.

Los matrimonios se miraban entre sí, intercambiando guiños y sonrisas. Recordaban sus propias nupcias con nostalgia, celebrando este nuevo comienzo en un lugar que había conocido tanto dolor.

No celebraban nada desde el bautizo de la pequeña Virginia Dare, la nieta de John White, y la emoción era evidente. La ceremonia fue breve pero emotiva, con palabras que resonaron en el corazón de todos los presentes. Los novios, Elizabeth y Daniel, eran considerados la pareja más tierna que muchos habían conocido.

El banquete, aunque escaso, se convirtió en un festín simbólico. A base de batatas, calabaza y un poco de carne seca proporcionada por los Chowanoque, cada plato se ofrecía como un regalo para los recién casados. Nakoa había fabricado un hacha bien afilada, un regalo práctico para Daniel, mientras que Taya entregó a Elizabeth cintas de cuero trenzadas con cariño que adornaban su cabello.

La fiesta comenzó a llenar los corazones de todos con nuevas esperanzas. La risa y la música llenaban el aire, un bálsamo para las heridas que aún quedaban en el fuerte.

John White, en un momento culminante, se levantó para dirigirse a todos. Su voz resonaba con firmeza mientras compartía su decisión de regresar a Inglaterra a buscar provisiones. Las palabras fueron recibidas con murmullos de sorpresa y preocupación, pero también con un destello de esperanza.

—Partiré mañana —anunció—. Necesitamos recursos para sobrevivir, y estoy dispuesto a enfrentar el peligro por el bien de todos.

Justo cuando White terminaba su discurso, el cielo se tornó de un violeta luminoso, luego un blanco cegador, y de repente, una extraña oscuridad se apoderó del lugar con un siseo inquietante. La atmósfera se volvió tensa, y todos los presentes contuvieron la respiración, sabiendo lo que vendría a continuación.

De repente, los tambores de los Croatoan comenzaron a sonar en la lejanía, resonando como un eco de advertencia. Pero esta vez, la diferencia era notable; no faltaba nadie del grupo. Estaban todos, los hombres, las mujeres y los niños, unidos en un solo cuerpo, enfrentando lo que pudiera venir.

—¿Qué significa esto? —preguntó Carter, mirando a White, su expresión de preocupación evidente.

—Estén preparados —respondió White, su voz firme—. No dejaremos que el miedo nos derrote. Hoy, celebramos la vida y la unidad.

Con el sonido de los tambores resonando en sus oídos, todos se miraron, una mezcla de temor y determinación en sus rostros. El aire festivo ahora se transformaba en una atmósfera de vigilancia, sabiendo que la celebración había despertado viejas tensiones, pero también la posibilidad de un nuevo comienzo.

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